COLUMNISTAS

Del ejercicio del criterio y una opinión sobre arquitectura

En su muro de Facebook expresó recientemente Ignacio Ramonet una escueta opinión acerca de un hotel que se construye en La Habana y desató variadísimas reacciones, enconadas incluso algunas de ellas. Huelga decir que las discrepancias son tan naturales en la especie humana como la respiración. Pero cabe apreciar, asimismo según los diferentes juicios en juego, cómo respira cada quién: si sanamente o con obstáculos orgánicos y malos hábitos.

También en eso vale aplicar la máxima —Saque cada quien sus propias conclusiones— que popularizó el maestro Eduardo Dimas, poco recordado no porque no fuera sabio, que lo era, sino quizás por su proverbial modestia, virtud que, para algunos, parece ser un mal ejemplo.
Antes de abordar concretamente el tema anunciado en el título del presente artículo, el autor cree sensato y honrado recordar hechos previos, y detenerse en alguna referencia personal. A él se le encargó reseñar para Bohemia la ceremonia de otorgamiento por la Universidad de La Habana a Ramonet del título de doctor honoris causa en Ciencias de la Comunicación. Y muy poco después de publicada la reseña se le acercó un especialista en informática y que se desempeñaba en un órgano de dirección política, para expresarle asombro por algo que había leído en el texto.

Se trataba de la alusión —en medio de elogios profesionales merecidos— a las que podrían estimarse, cuando menos, vacilaciones del eminente periodista hispano-francés ante la invasión de Libia por fuerzas de la OTAN. “Pero es verdad”, le dijo el informático amigo, quien, con esas palabras, y con el gesto que las acompañó, mostraba que en un inicio no había creído en la veracidad de la alusión.

“Si no fuera verdad”, respondió el autor, “no lo habría escrito”. Ya antes lo había hecho en el artículo “De un discreto encanto en otro”, que dio continuidad a “Libia y el discreto encanto de coincidir con el imperio”. Ambos textos, que —al igual que la reseña citada— publicó en su artesa digital y Rebelión reprodujo, nacieron en respuesta a la actitud deplorable de sectores de la izquierda mundial, particularmente de la europea.

Más recientemente, esta vez en su muro de Facebook, el articulista volvió a discrepar de Ramonet, por lo que entendió y sigue entendiendo que fueron también vacilaciones del distinguido comunicador, ahora ante el papel de las fuerzas sionazis en la masacre que está sufriendo el pueblo palestino. Están de más las conjeturas ante las palabras de Ramonet en su propia voz.

Pero parece que ninguna de esas actitudes le granjeó al prestigioso periodista otras reacciones adversas en Cuba, donde se le sigue viendo, sobre todo, como el autor del libro Cien horas con Fidel, amigo de dirigentes y procesos revolucionarios de nuestra América y esclarecido denunciante de las técnicas de desinformación empleadas por los medios capitalistas. Según lo visible, lo que inesperadamente le ha ganado ojerizas y rechazos en distintas voces cubanas es su mencionada opinión sobre el hotel que se construye a la vera de la calle 23, en el corazón de El Vedado.

En ese caso, sin embargo, el autor del presente artículo comparte con Ramonet su apreciación sobre dicho edificio. Y, si no la compartiera, tampoco se le ocurriría cuestionar el derecho de Ramonet, por no ser cubano, a expresar su criterio. Sería como decir: el periodista solamente puede opinar sobre Cuba para elogiarla; de lo contrario, debe guardar silencio. Si alguien creyera que semejante “norma” no se parece al peor de los secretismos sectarios que este país ha sufrido —¿no lo sufre ya?—, quien esto escribe recordaría palabras de sus abuelos: “¡Que baje Dios y me mate!”

Debido a su visión del conspicuo hotel en construcción, Ramonet no solamente ha sido objeto de muestras de aprobación por un lado y de rechazo por otro. También ha suscitado cuestionamientos que lo desbordan a él y caen directamente sobre Cuba, sus autoridades institucionales y sus arquitectos. Que si nadie alzó a tiempo la voz para expresar disgusto por esa obra en marcha. Que dónde estaban los arquitectos del país… Eso y más. Pero se trata de extremos injustos y desinformados.

Ni faltaron advertencias de arquitectos sobre una construcción que por el solo hecho de erigirse en el sitio escogido significaba gastos descomunales, dados los requerimientos de una furnia que a ojos no especializados les parece de origen marino.

Cualquiera que sea su origen, demandaría para los cimientos de la obra, además de grandes esfuerzos, cantidades de materiales con las que podría haberse hecho quién sabe cuántas viviendas en un país y una ciudad que tanto las necesitan.

Lo apuntó por lo pronto en 2022 un texto de homenaje a Fidel Castro que, publicado en Cubaperiodistas, lamentó desde dentro —no desde el avispero enemigo— la contradicción apreciable entre la ocupación relativamente baja de habitaciones ya disponibles para el turismo y el déficit de viviendas para la ciudadanía, para el pueblo. Nada de eso parece que se tuvo en cuenta, pese a las calamidades que semejante déficit provoca incluso por accidentes fatales, no solo por problemas de convivencia, y por efectos políticos.

En cuanto a urbanismo, salvo que los virus “cibernéticos” hayan dado cuenta de ellos, no será difícil hallar agudas valoraciones hechas por arquitectos. Reaccionaron hasta contra la altura física de un inmueble que —así lo planteaban los argumentos vertidos— violaría el tope marcado para La Habana, no por cualquier hito de referencia, sino por el obelisco del Memorial José Martí en la Plaza de la Revolución que lleva su nombre.

También se habló de incongruencia de esa obra con el entorno en que se alzaría, y ya se alza. Pero, por lo que pudo verse, o intuirse, no se tuvieron en cuenta los criterios de reconocidos arquitectos y urbanistas, ni de otros profesionales. Ni siquiera parece habérsele reconocido la debida voz a la Oficina del Historiador de la Ciudad.

Pero lo que se ha puesto sobre el tapete ante el parco juicio de Ignacio Ramonet sobre ese edificio va mucho más allá de las que podrían considerarse discrepancias naturales en cualquier esfera de la vida, máxime en aquellas donde la subjetividad desempeña un papel relevante. Ante ese hotel podrán tenerse las más disímiles posiciones: quien esto escribe no será el único en evitar mirarlo, para ahorrarse el disgusto de verlo; pero habrá quienes se sientan fascinados por su ostentosa imagen, aunque sea de un gusto que para muchos resulte discutible, o más.

No obstante, lo que más alarma es el sectarismo que se percibe en algunas de las opiniones vertidas en torno a la de Ramonet. Llegan incluso a situarse en un aldeanismo que —como suele ocurrir en casos tales— oscila entre la vanidad y la ignorancia. Sin excluir asomos de rabias poco fértiles y nada afines a los ánimos de la cordialidad fundadora.

Este artículo no pretende ignorar las relaciones de Ramonet con Cuba, donde resulta ostensible —no será por gusto— que hay quienes lo respetan discipularmente. Si lo pretendiera, se ubicaría en una realidad que, de tanto mostrar hasta qué punto escasean la mesura, el equilibrio y la justa pasión que se necesitan para un sano y fecundo ejercicio del criterio. Se trata de una realidad capaz de estimular al autor a emplear una expresión que, aunque socorrida, está lejos de complacerlo, para decir que esos aciertos parecen ser algunas de nuestras asignaturas pendientes.

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Luis Toledo Sande
Escritor, investigador y periodista cubano. Doctor en Ciencias Filológicas por la Universidad de La Habana. Autor de varios libros de distintos géneros. Ha ejercido la docencia universitaria y ha sido director del Centro de Estudios Martianos y subdirector de la revista Casa de las Américas. En la diplomacia se ha desempeñado como consejero cultural de la Embajada de Cuba en España. Entre otros reconocimientos ha recibido la Distinción Por la Cultura Nacional y el Premio de la Crítica de Ciencias Sociales, este último por su libro Cesto de llamas. Biografía de José Martí. (Velasco, Holguín, 1950).

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