votaciones en Cuba
COLUMNISTAS

Lectura de votaciones

Con el término votaciones se habla también aquí de referendos, que de hecho son maneras de votar. Se retoma el camino de “Lectura de un referendo”, publicado por el autor del presente artículo en Granma cuando el 24 de febrero de 2019 la inmensa mayoría del pueblo cubano dio a su nueva Constitución —de signo socialista, como la de 1976— un SÍ para el cual no faltó el gurú que vaticinara no más de un 60 por ciento. Pero alcanzó el 90,61 por ciento de los votos válidos, con un 84,41 por ciento de participación del electorado potencial.

No es propósito de estas notas extenderse en cifras, pero los resultados hablan del sostenido apoyo mayoritario a un proyecto de justicia social que ya había sufrido más de cinco décadas de bloqueo imperialista. Ese fue, y es, un acto genocida instaurado, como confesaron sus mismos patrocinadores, para que las penurias y el hambre privaran al gobierno cubano del amplio respaldo que Fidel Castro —esto es: la Revolución que él encabezó— tenía en su pueblo.

Entre otros hitos de la permanencia de ese apoyo está fresco aún el del pasado 26 de marzo, cuando ejerció el voto el 75.87 por ciento del padrón electoral. Fueron electos, con más del 50 por ciento de los votos válidos, los 470 candidatos propuestos como diputados a la Asamblea Nacional.

Son cifras de las que podrían blasonar —pero en general ni se acercan a ellas— los que en el mundo se presentan como paradigmas democráticos, aunque son gobiernos que están harto lejos de representar los intereses y los derechos del pueblo, su poder. Y esa es la raíz y única validación plenamente válida del concepto de democracia.

Cuba no miente. Sus elecciones se hacen mediante urnas custodiadas por niños y niñas, con un escrutinio inmediato y transparente hecho en cada colegio electoral al terminar la jornada, en presencia de los miembros de la ciudadanía que deseen ser testigos. Pero esos no son datos que puedan leerse fríamente. Incluso para muchos revolucionarios optimistas el saldo de las elecciones recientes pudo rebasar sus cálculos.

Fueron precedidas por años en que se combinaron factores que perduran: hechos adversos para la Revolución, y de distintas maneras aliados del bloqueo. En lo más directo contaron, cuentan, las mucho más de doscientas medidas con que la administración “republicana” de Donald Trump arreció el ya férreo bloqueo económico, financiero y comercial impuesto a Cuba, y que fueron mantenidas por el sucesor “demócrata”, Joseph Biden.

Tal reforzamiento se endureció en medio de una pandemia letal, cuando el gobierno estadounidense, en busca de que el virus consiguiera lo que el bloqueo no había logrado —estrangular a Cuba— se opuso a que esta adquiriese oxígeno de uso médico y respiradores pulmonares para salvar vidas.

Frente a eso, Cuba produjo el oxígeno y los respiradores que necesitaba y, sobre todo, gracias a su desarrollo científico —logrado y cimentado pese a la genocida oposición imperialista— creó varias vacunas contra la covid, como había hecho y sigue haciendo frente a otras enfermedades. Son vacunas de gran efectividad, aunque los enemigos de la Revolución Cubana intenten silenciarlo.

En medio de todo eso, además, se desplegó un afán de reordenamiento económico necesario pero que —a juicio de muchos— no pudo haberse intentado en peores circunstancias. Las consecuencias están a la vista, trenzadas con la permanente criminalidad del bloqueo imperialista y con deficiencias internas.

Semejante realidad ha generado una inflación demencial, que devalúa cada vez más los salarios que esforzadamente la nación había procurado aumentar, en un empeño que ha dejado una seria deuda con gran parte de quienes se habían jubilado o habían iniciado su proceso de jubilación.

Tal cuadro lo aprovechó la jauría de Miami en su campaña de calumnias anticubanas, y llegó a reclamar —“olvidando” las lecciones de abril de 1961— una invasión a Cuba, y que se apretara a su pueblo “hasta que se le salieran los ojos”. Fueron o son aún calumnias e ignominias calzadas por personas que, ante el agravamiento de la situación, no han visto otro camino que irse a trabajar en el país que intenta asfixiar a la patria, y en los peores casos —pues tampoco allí faltan personas con voluntad patriótica— se suman a las difamaciones contra ella.

Para las elecciones del 26 de marzo podía, pues, esperarse un apoyo electoral menos ostensible que el ratificado ese día. Pero una vez más se evidenció la conciencia de la gran mayoría del pueblo cubano de cuál es su camino, y de una realidad que, parafraseando al Che, puede resumirse en estas palabras: “del imperialismo no podemos esperar nada bueno, ni tantito así”. Ni de quienes se le someten.

También queda en el aire otra lección: si lo que a menudo se oye en las calles parecería hablar de una mengua insalvable del apoyo del pueblo a la Revolución, vale colegir que los enemigos de esta son chillones y graznan, y quienes la defienden andan quizás más callados de la cuenta, aunque a la hora decisiva —como en las elecciones— digan lo que deben decir. Y no hay por qué poner en duda que volverían a actuar como hicieron en Girón los soldados del pueblo que aplastaron a los mercenarios.

Se ha hablado aquí del referendo de 2019 y de las elecciones de 2023. Pero esos han sido puntos en un camino donde se inscriben los fusiles que el 16 de abril de 1961, en la víspera de la epopeya de Girón, se alzaron en los funerales de las víctimas de los actos vandálicos y terroristas con que el gobierno de los Estados Unidos intentó allanarles el camino a los mercenarios.

Aquellos fusiles no se alzaron solamente en acto de homenaje póstumo a las víctimas de los bombardeos piratas. Se alzaron también para apoyar resueltamente el carácter socialista de la Revolución, proclamado entonces por el Comandante en Jefe Fidel Castro: una revolución de los humildes, con los humildes y para los humildes.

Esa es la Revolución defendida en cada una de las votaciones que ha protagonizado el pueblo cubano —en las urnas o con acciones revolucionarias de otra índole— de 1959 para acá, y que debemos seguir defendiendo. Una de esas votaciones fue el referendo que validó un nuevo y aleccionador Código de Familia, aprobado pese a rémoras machistas y patriarcales que siguen dañándonos, y pese a la propaganda enemiga, como la de instituciones religiosas, incluido el falso “cristianismo evangélico” que ha dado su apoyo a personajes como Trump y Bolsonaro, y hace rato que está entre nosotros.

Quizás no haya habido un referendo revolucionario más triste, y también más luminoso, que las señales de respeto y amor —devoción, si se quiere— que la inmensa mayoría del pueblo cubano dio a raíz de la muerte del Comandante y en sus honras fúnebres, de vida más bien. Simbólicamente esa senda puede estimarse culminada con el depósito de las cenizas del Comandante cerca de las reliquias de José Martí, Carlos Manuel de Céspedes, Mariana Grajales, Frank País y tantos otros ejemplos cimeros de lo que es ser cubano y patriota.

Ese homenaje no ha cesado ni debe cesar. Tras cada acto electoral no basta decir: “El pueblo nos apoya”. Es necesario hacer realidad, en hechos, el respeto que ese pueblo merece, y sin el cual no estará plenamente garantizado el valor de las elecciones. Se ha sabido hasta ahora, y ha de ser norma vital —lo contrario sería resignación suicida— en las elecciones que tendrán lugar horas después de escrito el presente artículo, y que decidirán la creación o ratificación de órganos gubernamentales y escogerán sus dirigentes.

Foto de portada: Observadores y autoridades electorales realizan el proceso de conteo de votos en el colegio electoral número 2 de la circunscripción 45, situado en la escuela primaria Revolución de Octubre, de la ciudad de Camagüey, durante las elecciones nacionales, el 26 de marzo de 2023. Imagen: ACN/ Rodolfo Blanco Cué.

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Luis Toledo Sande
Escritor, investigador y periodista cubano. Doctor en Ciencias Filológicas por la Universidad de La Habana. Autor de varios libros de distintos géneros. Ha ejercido la docencia universitaria y ha sido director del Centro de Estudios Martianos y subdirector de la revista Casa de las Américas. En la diplomacia se ha desempeñado como consejero cultural de la Embajada de Cuba en España. Entre otros reconocimientos ha recibido la Distinción Por la Cultura Nacional y el Premio de la Crítica de Ciencias Sociales, este último por su libro Cesto de llamas. Biografía de José Martí. (Velasco, Holguín, 1950).

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