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Perú: luz en las tinieblas

La burguesía llegó al poder movilizando ilusiones entre las masas humildes, y con ejércitos a los que estas aportaban los soldados de filas y la mayor cantidad de muertos. No hay que poner en duda que al vencer a la vieja aristocracia marcó un paso de avance en la historia, ni que todo eso la preparó para enarbolar hipócritamente las banderas de la democracia que ha capitalizado y manipula cada vez más, previa castración de su contenido esencial: poder del pueblo.

En tal camino hizo del importante sufragio universal un instrumento que ella solo daría por válido mientras respondiera a sus intereses. Y no paró ahí: lo torció a conveniencia, astucias y dinero mediante, valiéndose además de la ignorancia de los desposeídos, los más necesitados de democracia verdadera. Llegado el caso, emplearía la fuerza.

De ese modo consiguió no solo vender como democráticos sus arreglos totalitarios, término especialmente aplicable a sus artimañas para mantener totalmente el poder en sus manos. Mientras tanto, ha satanizado con ese calificativo los intentos de subvertir el orden que a ella le garantiza sus privilegios, y ha vendido los fantasmas del socialismo y el comunismo como engendros que solo servirían para generar pobreza.

Tal vez lo más perverso de semejante logro de la burguesía radique en la cifra de personas humildes —de las que dejan la vida en la plusvalía que el capitalismo les arranca en nuevas formas de esclavitud— que movidas por esos temores llegan a dar su apoyo al sistema que vive del empobrecimiento que ellos sufren, mientras quienes los oprimen se enriquecen cada día más. De ahí una expresión dolorosa, no por sensiblería, sino porque encarna una realidad terrorífica y antinatural, expresable, como se ha dicho, más o menos así: “La obra más acabada y perfecta del capitalismo son los pobres de derecha”.

Lo antes dicho se sabía, o debería saberse. Bastaría recordar el empecinamiento del gobierno de los Estados Unidos en derrocar a la Revolución Cubana y revertir proyectos progresistas, con signo de nacionalismo emancipador, en otros pueblos de nuestra América. O —una expresión más de ese cuadro— la complicidad del régimen estadounidense con otros también inmorales y asesinos que le sirven en sus planes: ya sea el de la Colombia uribista y antiboliviarana, o el del Brasil del trumpista Jair Bolsonaro, en nuestra región y, fuera de ella, dos ejemplos: el nazionista de Israel y la satrapía monárquica de Arabia Saudita.

Pero si alguien albergaba o quería albergar dudas sobre los rejuegos de la burguesía, tiene ante sí ahora mismo los sucesos de Perú. Puede ser no solo candidata a la presidencia del país una representante —política y biológica— del fujimorismo, sujeta a procesos por cargos de corrupción que, bien juzgados, pueden costarle altas condenas.

A ese hecho, escalofriante, se suma su persistencia —al mejor estilo trumpista— en desconocer los resultados de las nuevas elecciones que ha perdido, aunque nadie con un mínimo de perspicacia pondrá en duda que habrán corrido dinero y ardides para que no ganara la presidencia un representante del Perú profundo, de los pobres de quienes él mismo forma parte. Un dato: la Fiscalía de ese país ha iniciado una investigación sobre un personero del fujimorismo, Vladimiro Montesinos, acusado —con evidencias, al parecer— de conspiraciones electorales al servicio de la señora Fujimori.

Así y todo, la candidata del sistema consigue apoyos para demorar la proclamación del nuevo presidente, pese a ser ostensible que ella carece de razón en sus acusaciones contra el proceso electoral, que incluyen las de fraude. En el uso de este procedimiento la derecha ha sentado cátedra en el mundo, y hace años lo suma obsesivamente a su arsenal de calumnias contra la izquierda.

La candidata Fujimori prometió que respetaría el resultado de las elecciones, actitud que deshonró tan pronto vio que su contendiente empezaba a ganarle, no obstante el poderío económico y mediático de la derecha que ella representa, con la prensa y voceros privilegiados a sus pies. A uno de ellos, de bien ganada celebridad como novelista, ya empieza a llamársele “la Visitadora del gran capital”.

Castillo ganó por estrecho margen, se dirá, y es cierto; pero eso expresa también la influencia de la derecha, hasta para coyundear voluntades de personas humildes dominadas por la ignorancia en que las ha sumido la opresión histórica, incluida señaladamente la capitalista. Lo interesante es que la respuesta de los humildes se está haciendo sentir con luz propia hasta en Lima, territorio dominado por la derecha urbana.

La asociación de la candidata con la mentira está presente incluso en el nombre usurpado por la alianza política que representa: Fuerza Popular. Sus subterfugios, calzados por una tropa de abogados acólitos, carecen de fundamento, y uno tras otro los deshacen las autoridades electorales, que hasta ahora se han mostrado dignas, y hasta valientes, ante amenazas y agresiones de la ultraderecha, que exhibe las uñas de sus potencialidades y entrañas fascistas. El fascismo no es una anomalía del sistema capitalista, sino un recurso orgánico al que este acude cuando se ve en peligro.

Tan ostensiblemente desvergonzada es la candidata de la derecha que, de momento al menos, la desprestigiada OEA, ¡ese engendro!, no le ha expresado apoyo, o no lo ha hecho abiertamente. Bajo cuerda pueden suponerse todas las formas posibles de complicidad. Siempre al servicio del imperialismo estadounidense, la OEA puede cifrar sus esperanzas en que la derecha peruana movilice a las fuerzas armadas para que consume un golpe de estado antes de que —supongamos que la proclamación ocurrirá— se proclame el nuevo presidente.

El gobierno de los Estados Unidos y las burguesías vernáculas en nuestra América no han renunciado a las prácticas golpistas, que no necesariamente se consuman con la figura del gorila militar por medio. En Honduras, con el derrocamiento del presidente Manuel Zelaya, se evidenció que puede operar un gorilismo sin gorilas visibles. Para eso están la CIA y el propio gobierno yanqui, entonces también con un presidente “demócrata”, secundado por el actual césar, que tanto se va pareciendo a su antecesor, delincuente “republicano”.

Y ¿cómo no tener en mente las campañas de descrédito, a base de mentiras, contra la izquierda, que dieron al traste con el gobierno del Partido de los Trabajadores en Brasil? ¿Cómo olvidar el punto a que ha llegado esa realidad en Ecuador, donde la derecha consiguió que —según los resultados atribuidos a las recientes elecciones, y traidores mediante— el pueblo se pusiera al cuello un Lasso tenebroso?

Nada de eso significa que el gobierno de los Estados Unidos —su sistema imperialista— haya renunciado al uso de la violencia, de la guerra. Lo apoya no solo en las zonas rurales y ya en las calles urbanas de una Colombia cuyo gobierno ha hecho todo para impedir que se implanten los Acuerdos de Paz.

Las guerras genocidas siguen siendo un recurso de los Estados Unidos y sus aliados para saquear pueblos. Ahí está Siria, y lo confirman decisiones del actual presidente estadounidense. Para no mencionar los conflictos —formas de violencia también— entre potencias enfrascadas en la pugna económica en que la nación norteña pretende conservar la hegemonía que se le escapa.

Si en 1961 el poderoso país orquestó la conocida invasión mercenaria contra Cuba, cuyo pueblo la aplastó en poco más de sesenta horas, actualmente sigue tratando de asfixiar a la Revolución Cubana con un bloqueo que expresa violencia, otra forma de guerra. Y al mismo tiempo mantiene a la Venezuela bolivariana al borde de una agresión a gran escala, que tiene correlato en sucias maniobras de despojo económico en medio de la pandemia de covid-19, como ocurre con el bloqueo contra Cuba.

Las propias tinieblas que hoy vive Perú confirman las aristas de una realidad signada por la diaria violencia de la opresión contra los pueblos, con fuerzas que dejan ver su agresividad fascista. Abundan razones para preguntarse hasta qué punto las izquierdas, las fuerzas deseosas de alcanzar la liberación de los pueblos y la consiguiente justicia social, deben mantenerse abrazadas a la idea de que nuestra América es una zona de paz, ilusión más que realidad, por muy dignamente defendida que sea.

La paz es un ideal decoroso, irrenunciable. Los pueblos la necesitan para crecer, desarrollarse y cultivar su dignidad. En medio de los éxitos ideológicos de la derecha con su poderío material y su maquinaria propagandística, la guerra es una vía para el dolor, en la que militarmente los defensores de la justicia llevan hoy las de perder. Pero ¿puede la izquierda satanizar ella, o parecer que la sataniza, la lucha armada, cuando la derecha muestra que no renuncia a ese camino para conservar su poderío?

Son lecciones, luces, abonadas por la realidad que hoy vive Perú, o afianzadas con ella. Está por ver que se proclame presidente a Pedro Castillo, con quien ni siquiera haría falta simpatizar para apreciar todo lo que representa frente a su inmoral contrincante. Ella aspira a la presidencia, entre otras cosas, en busca de una inmunidad que la libre de ir a la cárcel, y para excarcelar a su padre, en prisión por delitos de lesa humanidad.

De esa estirpe viene la adversaria — no solo electoral— de Pedro Castillo. Y, en caso de que este llegue al Palacio de Gobierno, ¿en qué condiciones lo haría luego de la pertinaz tarea de zapa y desgaste con que la derecha intenta impedírselo? ¿Se le tolerará dar los pasos mínimos necesarios para encaminar su plausible proyecto de saneamiento del país y demostrar que no es cuestión de propaganda electorera? ¿No vivirá la zozobra de una cuerda floja en que se le forzaría a permanecer para evitar un golpe de estado que, de hecho, está en marcha aunque no se consume formalmente?

La derecha procura que, en caso de que el maestro rural ganador de las elecciones complete su mandato, llegue al final de su travesía como llegó a la arena el viejo pescador hemingwayano: con su captura en puro espinazo, comida por tiburones y barracudas, animales que, por muy depredadores que sean, son ángeles comparados con las fuerzas empeñadas en mantener a Perú sumido en las tinieblas.

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Luis Toledo Sande
Escritor, investigador y periodista cubano. Doctor en Ciencias Filológicas por la Universidad de La Habana. Autor de varios libros de distintos géneros. Ha ejercido la docencia universitaria y ha sido director del Centro de Estudios Martianos y subdirector de la revista Casa de las Américas. En la diplomacia se ha desempeñado como consejero cultural de la Embajada de Cuba en España. Entre otros reconocimientos ha recibido la Distinción Por la Cultura Nacional y el Premio de la Crítica de Ciencias Sociales, este último por su libro Cesto de llamas. Biografía de José Martí. (Velasco, Holguín, 1950).

One thought on “Perú: luz en las tinieblas

  1. La pulcritud del lenguaje refuerza los planteamientos políticos dándoles vigor, fuerza de convicción. Pasó la época en que los explotadores ocultaban la mecánica de la expoliación recurriendo a fintas y eufemismos; hoy, el descaro, la indecencia, no sólo constituyen ejercicio del cinismo, sino que juegan el papel de AMENAZA para los que se atrevan a levantarse contra el oprobio.
    Lección de política y de bien decir, a cargo del maestro Toledo.
    Un fraternal abrazo desde Tierra Azteca.

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