TESTIMONIO

Huellas de María Villar Buceta en el periodismo insular

Aunque María Villar Buceta (Corral Falso de Macuriges -actual municipio matancero de Pedro Betancourt, 25 de abril de 1899-La Habana, 29 de junio de 1977),  profesaba una apasionada vocación por la bibliotecología, su impronta literaria quedó ampliamente reflejada en la mayoría de las más importantes publicaciones cubanas de la primera mitad del pasado siglo, entre estas, los periódicos Diario de la Marina, Heraldo de Cuba, Ahora, El Mundo, y Mediodía, así como en las revistas Social, Masas, Orígenes, El Fígaro y Bohemia.

Sobre la trascendencia del arte de la escritura, la genial poetisa y ensayista afirmó que “…la palabra debe venirnos urgida de estímulos para la inmediata acción revolvedora…”. Bajo esa premisa, en los primeros tiempos juveniles impactó, con su lírica y su prosa, en la intelectualidad insular de los años 20 de la anterior centuria, sobre todo tras su llegada a la capital en 1921, cuando con 22 años de edad decidió conquistar la gran urbe en busca de mejoras económicas y sin imaginar siquiera que su obra le agenciaría la amistad y el reconocimiento de grandes figuras de las letras en esa época, como Rubén Martínez Villena, con quien entabló una fecunda amistad que solo fue interrumpida el 16 de enero de 1934, fecha de la desaparición física del destacado intelectual, escritor y revolucionario cubano.

La recurrente presencia de la obra de María Villar en los medios de prensa habaneros igualmente llamó la atención de otras relevantes personalidades de la literatura cubana, muchos de ellos poetas y críticos literarios, como Enrique Serpa, Juan Marinello, Regino Pedroso y Andrés Núñez Olano.

Pero el mayor relieve de su quehacer periodístico se produjo en la revista Adelante, donde hacía fuertes críticas sobre el desfavorable ejercicio del periodismo y la literatura, asunto relacionado con la crisis general que atravesaba la nación, la cual limitaba la expresión del pensamiento de carácter político y social. En esta efímera publicación mensual de la segunda mitad de los años 30 del pasado siglo, la inquieta joven María se pronunció en contra de los prejuicios raciales, a través de un texto en el que resaltaba que “…lo negro ha asumido la categoría de provincia dentro de lo humano”, y establecía con versos de Rafael Alberti el camino hacia la integración humana: “blanco da la mano al negro/ negro da la mano al blanco”.

Villar Bruceta enfatizó: “…respóndase con honradez con que prensa puede contar el escritor honrado en Cuba…”.

Lamentablemente, Adelante solo existió durante cuatro años como “vocero de los lineamientos ideológicos que la Asociación Adelante sustenta, y que son en amplio y general sentido: Luchar contra la injusticia social y por la completa igualdad social, económica y política de todas las personas”. A partir del número 2, esta publicación se dio a conocer como órgano oficial de la  Asociación Adelante, y en esta aparecieron otras relevantes  firmas como las de Nicolás Guillén, José Luciano Franco, Juan Marinello, Salvador García Agüero, Marcelino Arozarena, Félix Pita Rodríguez, Lino Dou, Rómulo Lachatañeré, Manuel Cuéllar Vizcaíno, Gustavo E. Urrutia y Miguel Ángel Céspedes.

Vale apuntar que antes de su llegada a La Habana, esta infatigable e instruida muchacha, había ejercido con anterioridad el periodismo. Su primer texto titulado El hombre nuevo, donde criticaba el apenado modo de ser y de actuar de la burguesía, mediante un diálogo entre un burgués y un bohemio, apareció el 3 de octubre de 1916 en el Heraldo de Cuba. 

Ya en la convulsa Habana de comienzos de la década de 1920, fue oficialmente reconocida como periodista, oficio en el que hizo memorables trabajos como El 24 de febrero y yo, en ocasión del trascendental acontecimiento histórico; además de su ensayo biográfico Vida y muerte de Rosa Luxemburgo, relevante síntesis de la personalidad de la destacada dirigente comunista y teórica marxista polaca de origen judío —posteriormente ciudadana alemana—, publicado en el rotativo Ahora en 1934.

Igualmente notable fue su artículo aparecido por esa misma época en la  revista mensual Masas, editada entre 1934 y 1935  por la Liga Antimperialista de Cuba, escrito encabezado con la frase La derogación de la Enmienda Platt: un error de cálculo diplomático, en el cual hace un mesurado estudio sobre ese apéndice al proyecto de Ley de los Presupuestos del Ejército aprobado por el Congreso de Estados Unidos, e impuesto como parte del texto de la primera Constitución de la República de Cuba, elaborada por la Asamblea Constituyente de 1901, bajo la amenaza de que si no se aceptaba, la isla seguiría ocupada militarmente.

Admirada por sus colegas y críticos, el quehacer de esta valiente fémina de formación eminentemente autodidacta trascendió por sus magistrales conferencias, ensayos y comentarios de arte; actividad intelectual y progresista que la condujo a integrarse, en 1934, al grupo Gorki, primera filial cubana de la Internacional de Escritores y Artistas Revolucionarios. El manifiesto inaugural de esa unión fue rubricado por 24 escritores revolucionarios, entre los que María Villar Buceta era la única mujer. Entre sus gestiones, dentro de este colectivo, se destacaban sus recurrentes contactos con obreros y campesinos para hablarles de la Unión Soviética y sus proyectos en favor de los más humildes. 

Un  año antes de su partida hacia la eternidad, en la revista Bohemia  publicó una extraordinaria crónica sobre Martínez Villena titulada Rubén: un muerto inmortal, a través de cuyas líneas evocaba su estrecha amistad con el joven intelectual tempranamente fallecido, así como resaltaba sus valores como poeta, escritor y revolucionario.

Significativos son asimismo los aportes de Villar Buceta en el campo de la bibliografía, destacándose por sus valiosos aportes al desarrollo de la actividad bibliotecaria en Cuba. En tal sentido, vale destacar que fue la primera profesora de biblioteconomía en Cuba.

Su interés por la lectura de los autores clásicos y de lo mejor de la producción literaria de su época, tras su traslado a La Habana conoció sobre las recurrentes reuniones de un grupo de destacados jóvenes intelectuales, primero en el Café Martí y posteriormente en la redacción de la revista El Fígaro y el restaurante Lafayette, quienes principalmente a través de la poesía expresaban su inconformidad y rebeldía ante la situación en que vivía la nación en esa época.  María, quien comenzaba a sorprender con sus inquietudes líricas se acercó a aquellos bardos y críticos literarios, entre los que inicialmente se encontraban Rubén Martínez Villena, Enrique Serpa, Juan Marinello, Regino Pedroso y Andrés Núñez Olano, entre otros. 

En noviembre de 1923 los miembros del grupo empezaron a congregarse en los llamados almuerzos “sabáticos”, a los que se incorporaron otras prestigiosas figuras, no tan jóvenes, como Fernando Ortiz y el narrador Alfonso Hernández Catá, los pintores Antonio Gattorno, Jaime Valls y el artista plástico Eduardo Abela, el escultor Juan José Sicre, el entonces periodista y crítico, y futuro novelista, Alejo Carpentier y el médico Juan Antiga. María Villar Buceta y Mariblanca Sabas Alomá eran las únicas féminas incorporadas a aquella suerte de peña político-literaria calificada por Jorge Mañach, en la edición de la Revista Social correspondiente al mes de febrero de 1924,  como el Grupo Minorista.

Félix Lisazo y José Antonio Fernández de Castro, igualmente incorporados a esa congregación, en 1926 publicaron una antología de poetas contemporáneos, que bajo el título de La poesía moderna en Cuba (1882-1925) incluyó versos de María Villar, Rafael Esténger, Rubén Martínez Villena y José Zacarías Tallet, textos que evidenciaban el malestar de sus autores ante la cada vez más insolente y petulante burguesía criolla.

A esas ideas se sumó el resto de los minoristas, quienes en diciembre de 1926, dieron a conocer  el Manifiesto por la independencia de los pueblos contra el imperialismo norteamericano, titulado A nuestros hermanos de la América Latina, especialmente dirigido a los intelectuales de los Estados Unidos, documento en el que, entre otros planteamientos, denunciaba la intervención norteamericana en Nicaragua.

Aunque esta unión duró poco tiempo logró encauzar pronunciamientos transformadores y revolucionarios en la política y en el arte; amén de romper con los clichés y acabar con la pasividad para  tomar posiciones más radicales ante los problemas que sumían a la sociedad cubana en el caos y la ignorancia. En 1928, debido a conflictos individuales y generales y también por la radicalización política de algunas de sus figuras, cuyos ideales rebasaron la “medida”, el grupo se disolvió. El hecho fue descrito así por Emilio Roig de Leuchsenring: “Precisamente, la decadencia del Grupo Minorista vino cuando faltó en la mayor parte de sus componentes esa correspondencia entre la actitud de artistas y la actitud de ciudadanos y hombres de su época”.

Con la llegada al poder del sanguinario Gerardo Machado, María se dispuso abiertamente a la actividad política del país, combatiendo desde la clandestinidad para derivar en una de las más connotadas y buscadas opositoras al régimen tiránico; a la vez que daba riendas sueltas a su imaginación poética, de la que surgió el libro —subvencionado por Sarah Méndez Capote— Unanimismo, desde entonces valorado como una de las obras emblemáticas de la literatura insular y el único volumen poético publicado por la destacada poetisa y sobre el que Enrique José Varona escribió en 1928: “Por primera vez me encuentro ante la poesía que surge de un corazón, como borbota el agua de un manantial”.. 

En la lucha por la definitiva libertad del pueblo cubano, esta noble intelectual igualmente estuvo en la primera línea en el clandestinaje. Tras el triunfo del Ejército Rebelde, el 1ro. de enero de 1959, fue llamada al Ministerio de Relaciones Exteriores, donde realizó comentarios de libros en la revista Política Internacional, tradujo el prólogo de la obra Ideología del colonialismo, de Nelson Werneck Sodré, publicó una nota crítica sobre un texto del Congreso de Estados Unidos relacionado con la muerte de John Fitzgerald Kennedy; además de entregar al diario El Mundo artículos sobre temas artísticos y políticos. 

Durante los últimos años de su prolífica existencia, y hasta su retiro en 1968, María vio realizado uno de sus más preciados anhelos al trabajar en la subdirección de la Biblioteca del Ministerio de Relaciones Exteriores. Casi una década después, muy enferma, estuvo recluida en los hospitales habaneros Salvador Allende y Calixto García, hasta su fallecimiento el 29 de junio de 1977. 

“Es un hecho de rara presencia en la historia general de nuestras letras. Sin parangón frecuente en el siglo pasado, menos lo tiene en lo que va de la centuria y cuando el dolor de su caída nos permite ver, no a través de las lágrimas, sino a la luz de la razón y el ponderado juicio, la obra de esta mujer, no podremos negarle sin ser injustos uno de los primeros sitios en la poesía lírica cubana”, enfatizó el connotado poeta, investigador literario, crítico, ensayista y periodista Ángel Augier en la despedida del duelo.

El también doctor en Ciencias Filológicas, acreditado en el año 1991 con el Premio Nacional de Literatura, en aquella solemne ceremonia de despedida a María la calificó como una “mujer excepcional, escritora insigne y revolucionaria ejemplar es a la que despedimos hoy aquí con tristeza. Pero su ejemplo y su recuerdo luminoso se nos queda para compensarnos de su pérdida. Y la certidumbre de que jamás será olvidada por su pueblo, a cuya cultura y redención dedicó vida y obra”

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