COLUMNISTAS

55 Años después

Mientras escribo, siento en mis huesos y memoria el traqueteo del tren cañero que me llevaba de regreso a la capitalina casa, luego de vencer la última encomienda como brigadista Conrado Benítez. Ya han pasado 55 años de aquella escena.foto 1 (2) (1)“…cumpliendo con la Patria donde se me necesite” le había escrito a mis padres el día 12, al reportarle que estaba en Venegas…” donde el diablo dio las tres voces.

Al cabo de los años corregí esa apreciación al escribir que “realmente no era un lugar tan recóndito a donde fui a parar en las postrimerías de la Campaña, pero tras tantos meses de separación del hogar, la nueva ubicación resultaba muy distante de todo lo deseado reencontrar y mis humos no podían ser otros que el reflejado en aquella misiva.

Todo había empezado, como muchas cosas en la vida, por casualidad… Desde Cumanayagua, había ido a la granja “Piti Fajardo”, en Trinidad, donde tendría lugar la proclamación del Escambray como Territorio Libre de Analfabetismo.

Me quedé con una frazada, un pullover y una toalla y di el resto  a mi padre cuando fue para apoyarme en la arriesgada retirada del macizo montañoso donde los contrarrevolucionarios incrementaban su accionar.

Tenía confianza en que a más tardar al día siguiente estaría en La Habana. No contaba con que el jefe de la campaña en Sancti Spíritus pediría a 15 voluntarios para apoyar en su municipio. Solo dos postergamos el inminente regreso. Casi sin darme cuenta, yo era uno de ellos.

En mi libro “Episodios para el relevo” escribí hace algunos lustros -y ahora lo ratifico- “Hoy no hubiera aceptado el reto de entonces porque me rebelaba ante el engaño de pretender iniciar y vencer el aprendizaje elemental para analfabetos en 10 días, con tal de cumplir una meta”.

Me vi camino a Trinidad, como si la Campaña volviera a empezar. Fui destinado a Venegas, con mi entrañable amigo José Manuel Hernández Reina, ya conocido como “Jesucristo” por un episodio vivido en la manigua montañosa del Escambray.

foto 6“Casi sin ropa para cambiarme (estar sin calzoncillos ya no era una novedad) pasé días de grandes contrastes. Por un lado, dormía en un catre sin colchoneta, y por otro, almorzaba hasta tres bistés de un golpe; me exasperaba con el alumno asignado en clases nocturnas y, a la vez, me divertía por el día jugando billar en el círculo social”.

Al alumno, de 62 años pero sin retentiva, falto de vista e interés, le enseñé a firmar en tres días. Puso su rúbrica en tres modelos que llené con la mano izquierda –la menos experta- y lo di por alfabetizado a la semana.

Por suerte aquel fue un mal ejemplo escaso y aislado, que no empaña en lo más mínimo el rotundo triunfo masivo que se tuvo sobre la ignorancia en mi país, hace medio siglo. Pero me quedó como enseñanza de lo que, posteriormente, denuncié como oportunismo cada vez que constato ese tipo de actuación.

Así lo asenté en la obra que cito: “Los últimos días en el distante poblado espirituano no opacaron en mi, el brillo del triunfo verdadero; solo me advertían sobre los que jugaban con las verdades para acomodarlas a su personal beneficio, lección que aún me mantiene alerta ante las utopías manipuladas”.

El martes 19 de diciembre, a las nueve de la mañana, partimos los brigadistas habaneros de aquella zona hacia la capital, en un tren cañero con improvisado techo de guano, “con la alegría reventándonos los ojos y las gargantas”

“Vi desde el llano, rumbo a Santa Clara, la sierra que tanto significaba para nosotros, (la del Escambray) distante en la geografía y a la vez cercana en nuestras mentes; aparentemente apacible y, sin embargo, plena de tensiones.

“Evaluando ese período decisivo, en el cual la mayoría abandonamos la ingenua adolescencia, se me fueron las casi 52 horas que permanecimos en aquel traqueteante tren, que tras roturas, aguaceros, frío y falta de suministros, nos dejó en la noche del 21 de diciembre sobre el asfalto capitalino, con la certeza de que, como Fidel nos confirmaría al día siguiente, “por delante teníamos una vida fecunda y creadora, una vida extraordinaria”.

Si hoy, con 55 años más, me volviera a pedir que subiera a las montañas a enseñar, volvería a decirle: ¡Presente!.

Otros temores

Releerse no es ejercicio común en alguien que tiene siempre muchas cosas que escribir y, aún más, que aprender de lo escrito por otros.

Pero este año tan especial para quienes participamos, hace 55, en la batalla contra el analfabetismo para declarar a Cuba territorio libre del flagelo de la ignorancia, me hizo volver a textos escritos hace lustros, algunos de los cuales pueden resultar de interés.

Ese es el caso del episodio que titulé como hago ahora, y del cual extraigo pasajes:

“Los miedos nacidos en mentes inexpertas por el desconocimiento del entorno son más fáciles de sofocar en la medida que el medio deja de ser extraño, que los provocados por lo irracional, como diríamos los materialistas, por fenómenos de origen desconocido.

“Una mente impresionable como la que tenía por aquella época (con 14 años recién cumplidos) llena de las fantasías que libros de ficción y la televisión cultivan y dan crédito de verosímil, era terreno fértil para las historias de aparecidos, fantasmas y otros elementos sobrenaturales que llenarían una amplia biblioteca si alguien, alguna vez, se dedicara a recopilarlas.

“Desde la primera noche en el Escambray, los relatos tenebrosos acompañaron las tertulias nocturnas, con un énfasis que iba destinado a impresionar novicios, sobre todo en la segunda casa, porque las veladas familiares se producían con más frecuencia y los jóvenes varones, grandes jodedores, se complacían en meterme susto en el cuerpo.

“Aunque ateo y poco amigo de las supersticiones, el color y seguridad que les daban a los relatos me impregnaban nerviosismo y llenaban de pesadillas mis sueños.

“Aún recuerdo cuentos como el del decapitado que en noche de luna llena se podía ver por el cementerio no muy lejano, buscando la cabeza que perdió en una bronca a machetazos, o el del gran perro negro, de ojos de fuego, que aparecía detrás de quienes se animaban a transitar por un sector de Cien Rosas después de la medianoche.

foto 5“No me oculto para reconocer que la secuencia de aquellas historia determinó en mi ánimo una propensión a admitir cosas aparentemente inexplicables, como la luz que subía a lo largo del tronco de una palma, en lo alto del potrero erguido tras la casa y que según mis interlocutores correspondía al alma del anterior dueño de esas tierras que custodiaba una botija con monedas de oro, enterrada al pie del mas espigado árbol de los campos cubanos. (Extraño que nadie la hubiera desenterrado hasta entonces a plena luz del día).

“Los duendecillos fluorescentes y otros misterios que nacían de la descomposición de materia orgánica, (como aprendí al hablar del asunto con la maestra), palidecían; sin embargo, ante una experiencia que por haber sido soñada, supuse, no dejó de sobrecogerme por su aparente realismo.

“Sucedió una de esas noches que parecen anunciar el fin del mundo. Impedidos de llegar a la casita en que dormíamos (los varones mayores de la familia y yo), fuimos acomodados en hamacas de reserva a todo ancho de la sala de la vivienda principal.

“Ya habrían dado las 12 campanadas de un gran reloj de péndulo –si allí hubiera existido uno- cuando en el fragor del combate celestial se produjo una pausa inesperada que me hizo entreabrir los ojos bajos la frazada con que me cubría hasta la cabeza…”            Y retomo la relación apelando a la memoria: Sin siquiera un susurro, vi (o creí ver) una luz atenuada por la tela que me tapaba. Luego escuché (o creí escuchar) que el plato que tapaba la botija de agua era retirado y que uno de los jarritos metálicos que colgaban de un gancho se sumergía en el preciado líquido. A continuación, jarro y plato volvieron a su lugar –supuse- y la luz se marchó por donde había llegado. El silencio de la madrugada campesina volvió a imperar.

Al día siguiente, al comentar lo sucedido (o lo que creí que había sucedido) en vez de bromas solo obtuve una breve sentencia: anoche fuimos visitados por un alma en pena.

Ahora, más de medio siglo después, me sonrío mientras escribo, aunque el tiempo pasado no me quitó del todo el sobresalto de aquella experiencia sobrenatural, nacida de… vaya usted a saber.

Cosas pasadas a más de uno, entre los miles de adolescentes, que por primera vez nos internamos en nuestros campos como bisoños maestros.

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Redacción Cubaperiodistas
Sitio de la Unión de Periodistas de Cuba

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