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Carta a un primo o las siete plagas de Cuba

Querido primo:

No te voy a negar que existe un clamor de mucha gente -entre los que me encuentro- reclamando soluciones. Mucho menos justificar que alguien viva como Carmelina mientras tanta gente se sacrifica. El problema es que eso es la norma en todo el planeta y a nadie parece importarle. Basta que un pueblo haga una revolución para superarlo y le tocan tres plagas de inmediato.

1- Lo apalean, estrangulan y agreden para que no pueda solucionar nada de lo que se propuso.

2- Culpan al gobierno que ha tratado de hacerlo de las carencias impuestas por el estrangulador que le agrede.

3- Como si fuera poco, hay que luego agredir la inteligencia colectiva del resto del planeta, magnificando todo lo malo que suceda allí, en el espacio victimizado, como si en ese resto de planeta no se hiciera peor todos los días, ante el silencio cómplice de todos.

Me gustaría leer lo que escribió Fernando Pérez. Tal vez tenga puntos de coincidencia con él, que es una persona a quien aquí todos —incluyendo las autoridades— respetamos. Es obvio que tenemos que cambiar muchas cosas, pero ¿No ha sido una perversidad tratar de asfixiarnos por 62 años para que cambiemos según la conveniencia de quienes impusieron a nuestros padres, e imponen hoy mismo alrededor del mundo, peores condiciones? ¿No es hora de sumarse al clamor mundial contra ese bloqueo que nos asfixia por ya demasiado tiempo, y cuyo único propósito es hacernos rendir por hambre y desesperación?

En el fondo, la disyuntiva se reduce a eso: Los que se rinden y los que no. Yo no puedo juzgar al que se rinda.

Obviamente, tenemos que defendernos de los que en su rendición se convierten además en nuestros victimarios. Muchas víctimas se han convertido en victimarios a lo largo de la historia. Para ejemplo los crímenes del sionismo contra Palestina. No me consta que hubiera o no excesos policiales durante los disturbios que se sucedieron en los días pasados. Es probable que los hubiera.

Un país pacífico, seguro, que lucha en calma contra todos los demonios, se vio de pronto sobrepasado por una violencia que le es ajena, impuesta por intereses también ajenos. Me dices que esos jóvenes, vestidos con uniformes y escudos, bates, casco, etc, a los que calificas de adolescentes, esperando con un bastón para detener la marcha —¿o a las camisas pardas?— te parten el alma.

Te puedo entender, pero no puedo dejar de preguntarme: ¿Qué te hubieran hecho creer si se tratara de gigantones, con esa misma indumentaria, y un bastón, dispuestos a partir el alma de los manifestantes, como sucede todos los días a lo largo y ancho del planeta? ¿Qué te hubieran dicho la CNN en español, o el ABC, o El Comercio?¡Ah!, porque a las tres plagas que te mencioné antes se suma una cuarta: A ese pueblo agredido, asaltado, bajo una llave de estrangulación que se ha apretado sobre una pandemia que ya ha apretado a todo el planeta, no le es permitido ni equivocarse.

Saquemos algunas cuentas de cuanto ha costado al pueblo cubano el repunte del neofascismo en los últimos cuatro o cinco años:

—El asalto brutal a los ingresos de los programas médicos de Cuba en Brasil, Ecuador y Bolivia, negándonos varios miles de millones en ingresos y negando el elemental derecho a la vida a millones de latinoamericanos, sin que nadie parezca notarlo.

— La aplicación del Título III de la Ley Helms Burton, reduciendo sustancialmente las posibilidades del país de hacer negocios con el resto del mundo.

—La agresión bestial a la familia cubana, al irrumpir en su derecho de enviar remesas, ante el silencio de quienes dicen clamar por los derechos humanos de los cubanos.

— Más de 200 medidas contra la economía y las finanzas del país, anunciadas públicamente ante la indiferencia de los defensores de los derechos humanos en Cuba, por el presidente de los Estados Unidos de América.

Todo eso antes del arribo de una quinta plaga: La COVID-19, y su devastador impacto en el principal rubro económico de la isla: El turismo. Pero queda una sexta plaga: Aprovechar la COVID para arreciar el cerco, obstaculizar o impedir el ingreso de insumos médicos.

¿Te animas a calcular el impacto sobre el pueblo cubano, tanto en términos de miles de millones como de sufrimiento humano? Pero cuando parece que ya tenemos suficiente, que no podríamos soportar otro golpe, se produce el pico de infestación en la pandemia y surge, de entre quienes han estado aplaudiendo cada una de esas medidas de estrangulación, haciendo gala de inaudito cinismo e hipocresía, una pérfida estocada al corazón ni más ni menos que del pueblo que bajo agresión ha enfrentado de manera ejemplar el COVID: La perversa etiqueta de SOSCuba.

Y sobre ese pueblo pende ahora la séptima plaga: Un “corredor humanitario”, de la mano de la maquinaria bélica más devastadora y agresiva de la historia. ¿Te suenan Yugoslavia, Afganistán, Iraq, Siria? Es sobre ese telón de fondo, construido meticulosa y perversamente durante años alrededor del pueblo cubano, que de pronto suenan las trompetas, llamando a degüello, ahora a través de las redes sociales y de los cada vez más pervertidos medios de incomunicación. ¡Coññooo primo! Solo que la muralla de Nicolás Guillén no es la de Jericó.

Los revolucionarios, efectivamente, han salido a las calles, pero no a “enfrentar las masas”. Ellos son las masas. Luego de sofocada la intentona —que es lo que fue, una intentona— han salido con banderas, con himnos y con ideas.

Con esas ideas tendremos que buscar soluciones, autocriticarnos donde haya que hacerlo, escucharnos unos a los otros, atender mejor los clamores de la gente, ampliar los espacios de participación, ser más inclusivos, romper la inercia, atraer y no excluir, construir una democracia más efectiva y menos formal. Porque la sociedad que queremos construir no está concebida para convivir con esos niveles de violencia. Eso, primo, se lo dejamos a quienes nos agreden, nos estrangulan, nos atacan y luego, cuando tenemos que defendernos, nos critican. Dale primo.

Un abrazo. Te quiero.

Tomado de: Dialogar, dialogar

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René González Sehwerert
Héroe de la República de Cuba.

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