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Martí y la vida

Cuando escribamos de José Martí la muerte ha de permanecer distante. Distante aun hoy, cuando hace 125 la muerte le tapió al Apóstol el ímpetu que atizaba el definitivo parto de la independencia de esta nuestra, su Isla. Y no pretendo jugar con lo esotérico. Porque es cierto, como sostuvo Lezama Lima, que Martí es un “misterio que nos acompaña”. Misterio que ni anubla, ni vela, ni endiosa la presencia martiana en la conciencia  de Cuba y el cubano.

Sin la vigencia de Martí, nuestra historia quizás fuera otra. Y quizás nosotros no fuéramos lo que somos: Un pueblo para cuya existencia la libertad  es “como el aire de luz” que respiramos. Esa es la herencia que recibimos del autor de Versos Sencillos: la libertad y la independencia como necesidades. Y la virtud como el sostén de ambas. Y cuánto de virtud y creatividad podremos elegir entre las dotes y afanes de Martí. Porque él es algo más que un hombre, un ciudadano, un patriota. Esos términos le quedan como un traje prehecho. Él es un gestor de libertades,  creador de los cimientos ideológicos de nuestra nación  y  escritor y periodista sin dobleces, ni dobles.

Escribo hoy para mis colegas (y para mí mismo). Somos periodistas como él lo fue. Y a nadie, desde luego, se le ocurriría escribir páginas como las de Martí. El estilo del Maestro tiene el don de la exclusividad, no solo de la originalidad. Habrá que leerlo como el que cruza un río torrentoso: para reconocerle el vado o el paso donde el caudal sea menos impetuoso y más claro: Esto es, para leerle el ritmo, la imagen, la idea. El fuego, en fin.

Por tanto, si intentar parecerse a la prosa martiana es como un acuse público de inocencia culposa, hemos de leerlo, me parece, para seguir su invitación hacia lo más alto. Y  lo más alto es el Maestro y sus virtudes. Nosotros, periodistas, podremos ser reconocidos como excelentes prosistas, o zahoríes reporteros, esos que ven lo más interesante entre lo que las fuentes no dicen. Pero seremos periodistas a lo martiano en tanto seamos honrados.

¿Mentir? ¿Tergiversar? ¿Plagiar? ¿Actuará alguno entre nosotros así? Desde esas facetas inescrupulosas no podríamos servirnos de la obra y la conducta martianas. En cambio, todo cuanto escribamos con honradez y en los linderos de nuestras facultades individuales, resonará como dentro del espíritu solar de Martí.

Veámoslo claramente: El talento es sólo un accidente ajeno a nuestra voluntad. Nacemos con él o sin él. Lo nuestro consiste en usar hasta la última medida cuanto de original, claro, convincente, servicial, que no servil, podamos  entregar de nuestra creatividad y búsquedas. En otros términos, abogo por lo verdadero, claro, imaginativo,  colmado de humanismo, y de cubanía  consciente de sí y de  sus anhelos.

Mis colegas lo saben. Escribir de José Martí es la más ardua página que un periodista pueda escribir. Ardua porque el Maestro nos superó ayer, y nos excede en el minuto actual. Y saber que nunca lo podremos igualar en obra, pureza, efectividad, ha de equivaler para nosotros, periodistas, al impulso, no a la decepción. Claro: No seremos nunca como él. Ni escribiremos como aquel que, maestro de las letras y el periodismo, supo encabezar en la muerte a aquellos cubanos que él convenció de que era posible convertir en realidad diaria el ideal de propósitos vivificantes resumidos en una frase: ¡Viva Cuba Libre!

Cuba libre, concepto, más que consigna, ha de implicar, para nosotros, periodistas, ser defensores del patriotismo militante y su predominio en nuestra sociedad. Y en lo particular, obrar como soldados de la honradez y la justicia, y reflejarlas en nuestra conducta y en nuestra obra. Lo sabemos: Cuando hablemos o escribamos del Apóstol sepamos que en él, sobre todo en él, “la muerte no es verdad cuando se ha cumplido bien la obra de la vida”.

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Luis Sexto Sánchez
Lic. Luis Sexto Sánchez. Premio Nacional de Periodismo José Martí por la obra de la vida. Profesor Adjunto de la Facultad de Comunicación de la Universidad de La Habana.

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