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Literatura y periodismo en la América Latina

Hemos rescatado del olvido estas páginas escritas por Roque Dalton en 1973 para la revista UPEC.

En América Latina, por lo menos, la literatura tiene con el periodismo una vecindad indudable. La tuvo siempre. Y en esa vecindad mutua, la literatura contrajo mayores deudas que el periodismo.

Dentro del atraso impuesto por la dependencia, el grueso de nuestros escritores fue antes que un sector social que escribía libros, un grupo que publicaba en los diarios.

Para bien y para mal.

Desde los próceres de la independencia, de Martí a Mariátegui. Pero también desde los editorialistas de los grandes diarios tradicionales burgueses de Buenos Aires, Santiago y Bogotá, hasta los modernos expertos en la guerra sicológica del imperialismo entronizados en cada redacción de los medios masivos de comunicación en el continente.

El proceso de conversión de la prensa escrita, radial y televisada en una empresa capitalista moderna instrumento del status quo dependiente del imperialismo ha sido complejo y prolongado, y ha tenido en cada país sus características específicas, pero en lo que se refiere al tema de las relaciones entre periodismo y literatura, jugó un papel definitorio. El periodismo como profesión hizo del escritor un hombre de destino múltiple: explotado, cuasi-proletario, desempleado, chupamedias o cagatinta, héroe, perseguido político, censurado, mercenario, a escoger. Y siempre, en todo caso, agente ideológico, a un labio de distancia del gran altavoz nacional. En la medida en que el “gran periodismo” latinoamericano se ha hecho más burgués y más dependiente, el escritor reclutado para sus filas es cada vez más el domesticado, el traidor. Y crece entonces, forzosamente, el número de escritores que fueron periodistas.

Surge también un ente viscoso que no es ni lo uno ni lo otro. El renegado que cobra sus cheques mensuales en la gran empresa periodística, por su columna diaria, su “colaboración” en el suplemento literario dominical.

Hay asimismo otra especie novedosa de “periodismo literario”: esa degeneración de la crítica literaria que existe como pura y simple propaganda para los fines de la industria editorial: la sublimación de los superescritores y los superlibros que usted debe admirar incondicionalmente y comprar de inmediato (respectivamente) que nos agobia desde los diarios, las revistas y las pantallas de la TV. Entre una y otra labor ha surgido sin duda una subliteratura que no tiene nada que envidiar, en cuanto a principios y a fines, a la cultura de los comics, las fotonovelas y los folletines rosa a lo Corín Tellado: la literatura que escriben los escritores reclutados por el status quo en acatamiento exacto de las reglas del periodismo burgués-dependiente, los textos escritos pensando en las medidas que hay que cumplir y los límites que hay que respetar para lograr la aprobación del Director, del Jefe de Redacción o encargado de la página literaria. Si se violan las reglas o se traspasan los límites surge esa nada tan poco metafísica: la no publicación del texto.

La autocensura es la reina inglesa en esta relación entre literatura y periodismo.

Los escritores revolucionarios, desde luego, cada día tienen menos posibilidad de encontrar vías de trabajo en este periodismo standardizado por la ideología y por la dependencia.

Por el contrario: sus nombres y sus obras reciben el silencio o la calumnia, el desprecio y la acusación, en las páginas de los grandes diarios que se solazan en anunciar la Coca Cola o los nuevos autos japoneses.

Los tiempos que corren han dado origen a un nuevo tipo de heroísmo (y de martirologio) a partir de estos panoramas: el de los revolucionarios (escritores o no) que se deciden a hacer periodismo contra el status quo.

Es entonces que se ve claramente la que en mi entender es la única forma de reconciliar literatura y el periodismo en la vía creadora de una cultura verdaderamente nacional y popular: la de hacerlo en el seno de la acción revolucionaria.

Porque de inmediato se aprende que la policía, y la influencia de los grandes diarios y las cadenas de televisoras, y las compañías que abastecen a las imprentas de materiales de trabajo, son casi omnipotentes frente a la vocecilla del raquítico periódico independiente, frente al insobornable paladín de la libertad de expresión, frente a la tribuna del pensamiento democrático.

La oficina de redacción de los periódicos independientes o de los programas radiales democráticos es en nuestros países una vía muy socorrida para terminar en la cárcel, bajo la acusación de atentado contra las libertades democráticas o la seguridad del Estado, de calumnias contra los poderes o de quiebra fraudulenta.

El periodismo revolucionario de manera organizada. O sea: el periodismo revolucionario sólo es posible (o sea, eficaz) si es periodismo de las organizaciones revolucionarias.

En él podrá el escritor revolucionario encontrar un campo de trabajo fertilizado por los sufrimientos y las necesidades reales de su pueblo, con posibilidades ilimitadas de creación y descubrimientos.

Claro que el camino no es sencillo. Ni para las organizaciones, ni para el periodismo revolucionario tal y como existe ahora en los países de América Latina ni para los escritores que se enfrentan a una labor en este terreno. El camino no es tan sencillo ni aún en aquellos países en que los procesos políticos actuales abren mejores posibilidades para la comunicación con las masas a través del periodismo responsable (pienso en Chile, Perú, etc.).

Lo que habría que preguntarnos por nuestra parte es: ¿qué estamos haciendo los escritores revolucionarios latinoamericanos frente a las posibilidades, las necesidades, los problemas y las urgencias de un periodismo verdaderamente revolucionario? ¿Es que basta con discutir esto como un tema más del próximo congreso de escritores, como una cuestión de género literario, de las propias capacidades para hacer reportajes, entrevistas, artículos de denuncia o de análisis, etc.? ¿O hay que planteárnoslo primordialmente como una vía de trabajo que nos llevará necesariamente a la militancia organizada?

Desde luego, cualquier avance merece la pena de ser saludado en este sentido. Y si uno comienza por preferir el testimonio histórico al soneto, hay una buena señal. El problema consiste en no detenerse ahí.

Todo esto me hace pensar en el periodismo que hizo Fucik, el que hicieron los compañeros de Radio Rebelde desde la Sierra Maestra, el que hicieron Elmo Catalán, Jorge Massetti, García Elorrio y tantos otros. El que hizo, en diversas ocasiones y niveles, el Che. El que hacen hoy los escritores-periodistas-clandestinos Tupamaros, los periodistas-escritores a base de mimeógrafo de Guatemala, Brasil, Argentina o Bolivia.

(Publicado en revista Upec, año V, no. 20, 1973, pp. 38-39)

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Roque Dalton
Fue un poeta, ensayista, periodista, activista político e intelectual salvadoreño asesinado en 1975.

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