IDIOMA ESPAÑOL

Mujer, patriota y periodista: Magdalena Peñarredonda

Entre la larga lista de mujeres y hombres que han entregado su vida a la Patria, la patriota vueltabajera Magdalena Peñarredonda Doley (Quiebra Hacha, 22 de julio de 1846-Artemisa, 7 de septiembre de 1937) —aún no todo lo conocida que amerita su entrega a la causa— ocupa un lugar muy especial, porque desde que conoció a José Martí en Nueva York y se vinculó a su labor en el Partido Revolucionario Cubano y hasta su muerte, vivió dedicada a Cuba.

Muy jovencita, Magdalena sufrió la pérdida de un hermano que conspiraba por la independencia y fue asesinado por el colonialismo español. El bárbaro crimen provocó el suicidio del padre, el orgulloso capitán español Hilario Peñarredonda, y fue causa de que la familia quedara en cierto modo desamparada. Aunque se casó con un próspero comerciante español y se trasladó a la capital donde se vinculó con importantes figuras de la intelectualidad criolla —Alfredo Zayas, Manuel Sanguily y Julián del Casal, entre otros—, la joven no pudo nunca olvidar esas muertes y, en 1893, publicó un artículo al respecto en el periódico El Criollo, por lo cual tuvo que salir de la Isla

Fue entonces que en Nueva York conoció a José Martí, quien se hallaba inmerso en su quehacer patriótico. El Apóstol la impresionó con su vibrante palabra y ambos desarrollaron una hermosa amistad sustentada en ideas compartidas.

Al estallar la guerra, fue nombrada delegada de Pinar del Río, con lo que acrecentó su labor conspirativa. Trabajó con Perfecto Lacoste, presidente de la Junta Revolucionaria de La Habana, y con monseñor Guillermo González Arrocha, quien la sustituiría como delegado, luego de que ella fuera detenida.

Activa colaboradora del 6.º Cuerpo del Ejército Libertador, era considerada por Antonio Maceo uno de los más valiosos apoyos a la revolución por sus servicios en el traslado de la correspondencia, y en el abastecimiento a los mambises de comestibles, medicamentos e, incluso, armas y pertrechos. En carta fechada el 7 de mayo de 1896, el Titán le escribió: “No ignoro lo mucho que usted trabaja y ha hecho por nuestra causa, pero por lo mismo que son valiosísimos sus servicios, no me cansaré de rogarle que no desmaye y siga ayudándonos”.1

Sostuvo animada correspondencia con varios altos oficiales del Ejército Libertador que solicitaban o agradecían su valiosa ayuda o valoraban sus servicios. Hermosas son las palabras que le dirigió el mayor general del Ejército Libertador Pedro Díaz Molina: “Gracias a Benito Gómez, Máximo Juárez y Maine —tres de los seudónimos que ella utilizaba—, tres jefes y un solo ejército poderoso […]”.2 Atendió al mayor general puertorriqueño Juan Rius Rivera, quien, tras la muerte del Titán fue designado jefe del 6.º Cuerpo y que, herido de gravedad en el combate de Cabezas de Río Hondo, fue apresado por los españoles y enviado a la Fortaleza de la Cabaña, donde Magdalena lo visitó sin temor a las consecuencias.

Su entrega a la causa revolucionaria la obligaría a cambiar de domicilio en varias ocasiones para evadir a enemigos y espías al servicio del colonialismo. No obstante, su actividad fue delatada y Magdalena apresada en la Casa de Recogidas, donde su extraordinario espíritu de justicia la llevó a asumir con energía la defensa de las maltratadas prisioneras.

Terminada la guerra, conoció a Máximo Gómez Báez, cuyo nombre, como el del prócer mexicano Benito Juárez, había combinado para formar dos de sus seudónimos más conocidos —Máximo Juárez y Benito Gómez—. Con el Generalísimo compartió una entrañable amistad, basada en su común amor a Cuba y en las decepciones que el final de la guerra y el advenimiento de la república les causaron. También estrechó lazos de amistad con María Cabrales, viuda de Maceo, quien se refiere a ella como “una persona […] que se ha sacrificado miles de veces”.3

Durante la ocupación norteamericana, vio con preocupación la prepotencia y los desmanes de la soldadesca estadounidense y colaboró en la organización de la futura vida republicana. Desde entonces tomó la pluma para reiniciar el combate y se convirtió en sagaz periodista. Poco se conoce de esa labor desperdigada en diferentes medios de prensa de la capital y la provincia, como La Lucha, La Discusión, La Nación, El triunfo y Pluma Libre, entre otros. Con el objetivo de acercarnos a estos trabajos rastreamos en la hemeroteca de la Biblioteca Nacional de Cuba, tratando de recuperar para la historia este patrimonio documental.

Denunció la situación de los humildes y la situación creada por la reelección de Tomás Estrada Palma, que —como se sabe— dio lugar a la segunda intervención norteamericana en Cuba, lo que incrementó la frustración que le produjeron los primeros años del gobierno de Estrada, con quien había sostenido frecuente correspondencia durante el desempeño de aquel como sustituto de Martí en la Delegación del PRC en Nueva York y de quien esas credenciales permitían esperar mucho más de lo que su entreguismo al amo yanqui le dejaría hacer por Cuba.

 

Con total honestidad, comprometida solo con Cuba, su palabra se alzó contra Estrada Palma, cuyo testimonio —junto al de Miró Argenter— había valido para que le fueran reconocidos a Magdalena sus servicios en el Ejército Libertador y su nombre incluido en el registro de pensionados de esta institución con el grado de comandante.

Con energía lo fustigó desde las páginas de La Nación, en un artículo titulado “Los primeros síntomas”: “Si la ciega ambición, si el delirio de Poder […] si los que aspiran a que Cuba sea gobernada por ellos o los que le siguen por el camino emprendido, queriendo imponer jefaturas que el pueblo rechaza, vendrán tiempos de luto pata todos, horas tan sombrías que tendremos que escribir, sobre nuestros corazones de cubanos, aquellas palabras que puso el Dante, a la puerta de su Infierno: Aquí yace la esperanza.4

Su cultura le permitió referirse tanto al poeta y pensador florentino Dante Alighieri, autor de la Divina Comedia, como evidenciar sus lecturas de Émile Zola, creador de toda una serie de novelas que documentaban los males sociales, con lo que creó una nueva escuela literaria que llamó naturalismo. Entre las últimas obras de este autor se halla París (1898) y la Peñarredonda ofreció testimonio de su lectura, cuando en su artículo “Por Vuelta Abajo”, da una visión de la trama de la novela y sus personajes, para establecer una comparación con su propio entorno, “[…] porque nada existe más egoísta que los estómagos satisfechos, y ahora mismo [la situación] se repite en la provincia de Pinar del Río”.5

En el mencionado artículo periodístico, la patriota denuncia: “Hasta hoy que sepamos no se ha emprendido ninguna obra que retenga al trabajador del triste éxodo á que se ve compelido por la necesidad […] los mismos campesinos son los primeros en decir: ¿Para qué van á dar dinero, para que suceda lo de siempre, que se lo cogen los que menos lo necesitan”.6

De igual modo, la figura de José Miguel Gómez Gómez, quien se había presentado como candidato a la presidencia en 1905 y luego encabezó el movimiento armado de 1906, se presentaba a los ojos de Magdalena como el paradigma de lo opuesto a Estrada Palma. De ahí, su entusiasta defensa del general mambí —nadie podría adivinar que se convertiría en el tiburón, “que se baña, pero salpica”—, que se aprecia en el artículo “Fantasma y símbolo”: “Su actitud de candidato vencido, en noble y patriótica retirada de la política, su dedicación al trabajo, no han podido ganarle la indulgencia de sus detractores; los anteojos del miedo siguen fijos en él, brindándole, como la intranquila conciencia del matador busca, á su pesar, el fantasma de la víctima”.7

Perseveró en su labor, mientras se sintió capaz de hacerlo. Prueba de ello es el artículo “Ráfagas de verdad”, que publicó en El Triunfo, el 5 de agosto de 1922,con setentaiséis años de edad: “Todavía no se ha dado el caso de mandar a la cárcel a ninguno de los que han dispuesto del dinero de Liborio”.8

Cuando falleció, el 7 de septiembre de 1937, a sus 91 años de edad, su sepelio constituyó una sentida manifestación de duelo popular; con una ceremonia militar, se le rindió homenaje por sus notables servicios al Ejército Libertador, en el que ostentaba el grado de comandante.

Hoy, la intransigente labor periodística de Magdalena Peñarredonda, reflejo de mucho de lo que ocurría en la república neocolonial, corre el riesgo de perderse, por el alto grado de deterioro que presentan los ejemplares de La Lucha y La Nación, que se conservan en la hemeroteca de la Biblioteca Nacional, de donde proceden dos de los trabajos que presentamos al lector.

 

Notas

1 Gabriel García Galán: Magdalena Peñarredonda, la Delegada, El Siglo xx, La Habana, 1951, p. 18.

2 Ibídem, p. 24. Se ha respetado la ortografía de los originales.

3 María Cabrales:Carta a Magdalena Peñarredonda del 2 de julio de 1900, Colección de Manuscritos, Sala Cubana, Biblioteca Nacional de Cuba José Martí.

4 Gabriel García Galán: Ob. cit., p. 35.

5 Magdalena Peñarredonda: “Por Vuelta Abajo” La Lucha, 31 de enero de 1907, Hemeroteca, Biblioteca Nacional de Cuba José Martí.

6 Ibídem.

7 Magdalena Peñarredonda:“Fantasma y símbolo”, La Lucha, 14 de febrero de 1907, Hemeroteca, Biblioteca Nacional de Cuba José Martí.

8 Gabriel García Galán: Ob. cit., p. 40.

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Redacción Cubaperiodistas
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