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COLUMNISTAS

Cuba y un nuevo Programa de Gobierno: ¿sin cortes de luz?

En un paralelo atrevido entre el nuevo Programa de Gobierno para corregir distorsiones y reimpulsar la economía y nuestra tirante cotidianidad, este parece provocar zonas iluminadas y otras oscuras. Más allá de los detalles técnicos o los planteos de cómo concretar y en qué tiempo las metas —insuficiencia convergente que se le aprecia a dicho documento—, se han producido algunos apagones de entendimiento.

Sin dudas, resulta difícil —tal vez incluso más— poner luz a las salidas de nuestros entuertos socioeconómicos como al restablecimiento definitivo de ese sistema eléctrico que fue una bendición de la Revolución, y ahora le provoca tantos corrientazos de inconformidad.

Como en los últimos años de reajuste socialista, con el mencionado Programa saltan varias interrogantes ya bastante visibles en las redes sociales. Se la hacen medios internacionales de derecha, sus réplicas del ecosistema digital financiado por los yanquis en su codicia por derrotar el socialismo, y amigos de izquierda. También se instala en no escasos corrillos internos, incluso en segmentos de revolucionarios honestos preocupados por el destino nacional.

¿Hacia dónde va Cuba? ¿Se actualiza hacia un socialismo ajustado a las posibilidades concretas del siglo XXI —con ese sentido del momento histórico del concepto de Revolución de Fidel—, o en su intento derivará hacia el capitalismo? ¿Puede seguir siendo la nuestra la Revolución socialista de los humildes, por los humildes y para los humildes que el Comandante en Jefe proclamó en la histórica esquina habanera de 23 y 12, con la apertura creciente al sector privado y las segmentaciones dolorosas existentes?

La Revolución de los humildes, por los humildes y para los humildes del siglo XXI naturaliza la expansión de la propiedad privada, el mercado, pero nunca podría traicionar su opción preferencial por los pobres, no para reproducirlos, sino para la eliminación continua y consistente de la pobreza.

El coctel de opiniones e interrogantes que despierta la exposición y análisis de la propuesta —incluidos en los núcleos de nuestro Partido Comunista con invitados del entorno—, muestra que debimos someterlo antes a debate, como tanto se escucha por estos días, incluso que debería ampliarse su examen —sin poder evitar las catarsis—, tratando de hacer más jugosas y provechosas las propuestas o correcciones.

En momentos tan perturbadores no debemos ignorar que la gran lección de la historia cubana, como dije en otro momento, no es la del fracaso insistente, sino la de la resurrección, la de la regeneración persistente, creciente y continua.

Nuestra salvación como pueblo está en esa constancia regenerativa, en esa comprensión de que la Revolución que comenzó en 1868 y despertó en el centenario del natalicio de José Martí alcanzó la victoria, pero están pendientes muchos de los contornos definitivos del triunfo, parte de los cuales dependen de la intrepidez, profundidad y rapidez con que nos dispongamos a cumplir los cambios ineludibles.

La Revolución está desafiada a avanzar en el inevitable y delicado terreno de prueba y error que reclama el ignoto camino hacia la construcción del socialismo. Y el amuleto perfecto para resguardar ese modelo fundacional se ubica precisamente en la práctica política inaugurada en aquella intercepción habanera de 23 y 12, donde se proclamó el carácter de nuestro proceso: la soberanía popular y justicia social.

Porque, como también reiteré en otro momento, no es precisamente en “Facilitonia”, el paraíso de las cosas fáciles, creación imaginativa del narrador español Pedro Pablo Sacristán, donde se hacen y existen las revoluciones.

No se levantan los pueblos contra la opresión y la ignominia, y las mantienen a distancia prudente, desde una gran “cámara” donde todos pueden dormir plácidamente, sin el espoleo incesante, no pocas veces aguijoneante y perverso, de las preocupaciones y las dificultades.

El líder histórico de la Revolución Cubana, Fidel Castro Ruz, lo precisó en uno de los días más triunfales de nuestra historia. Lo hizo el 8 de enero de 1959 cuando la Caravana de la Libertad entró victoriosa a La Habana: “No nos engañamos creyendo que en lo adelante todo será fácil; quizá en lo adelante todo sea más difícil…”.

Si bien lo fue desde siempre, desde que una voluntad general de cambio conmocionó algún punto planetario, es exactamente «el riesgo», el reino verdadero de las revoluciones, mucho más hoy, en un mundo tan injusto, como desequilibrado, enigmático y complejo. Quizá el punto de fusión máximo de una revolución ocurre cuando la rebeldía, la inteligencia y el arresto superan la prudencia. Sin ese punto social de ebullición no hubiéramos llegado hasta hoy.

Fue precisamente el General de Ejército Raúl Castro Ruz, entre los principales líderes de aquella generación, quien, al referirse a las cosechas históricas de la epopeya, destaca el surgimiento de una nueva dirección y de una nueva organización que repudiaba «el quietismo».

«El quietismo» no es santo predilecto del reino de la revolución, sino de la involución. Detenerse es estancarse, y lo que resulta peor, retroceder. No por mera casualidad, Fidel, el Comandante en Jefe de los inquietos de este mundo, comenzó su concepto de Revolución definiéndola como sentido del momento histórico, cambiar todo lo que debe ser cambiado.

En la Cuba sometida no solo al bloqueo económico, sino a una guerra mezquina e implacable, y a las incongruencias e inconsecuencias internas, solo podrían sentirse plácidos o tranquilos los acomodados que nunca faltan, o los oportunistas que a río revuelto aprendieron a «pescar» en las aguas turbias de la escasez.

Como subrayaba el Che, urge adoptar adecuadas medidas técnicas en el terreno económico, en su correspondiente armonía con las “masas” —el binomio inseparable del teórico y guerrillero— con decisión y valentía, porque lo inadmisible sería la parálisis. Esto último es a lo que aspiran los enemigos jurados del socialismo cubano, descolocados entusiastas de la repetición en Cuba de un derrumbe político.

Lo anterior lo admiten con desvergüenza en las redes del odio y la manipulación en que convirtieron las llamadas plataformas sociales en red. Como amanuenses del imperio se sentirían felices de ver a su patria, primero quebrada, y luego diluida en la más aviesa sumisión.

En la economía tenemos el desafío principal, devenido a su vez el más retador problema ideológico, el más corrosivo, desmovilizador y degradante, por lo que requiere enfrentarse con medidas audaces, ajustadas a nuestro modelo económico y social, y sin dejarnos paralizar por los riesgos.

Está claro que estos últimos son más visibles en la medida en que se acrecienta la relación con actores económicos externos, o la interrelación entre diversas formas de propiedad, se acentúa la diferenciación social o se difuminan los crecientes contornos de la corrupción, por mencionar solo algunos peligros.

Estos últimos solo son atenuables con eficaces controles, incluyendo especialmente el popular, lo cual demanda de apostar incorregiblemente a mayores niveles de transparencia recogidos en las normativas nacidas de la renovada Constitución de 2019.

Recordemos que existe una «matemática» de la corrupción. Esa lamentable sincronía —en este caso— es la que ha llevado al académico estadounidense Robert Klitgaard a sostener que la corrupción puede descubrirse a través de una ecuación, muy útil para cualquier sociedad, con independencia de colores ideológicos o políticos.

C = M + D – T es la famosa ecuación de Klitgaard. Para este académico de Harvard la corrupción es igual a monopolio más discrecionalidad menos transparencia. «No importa si la actividad es pública, privada o sin fines de lucro, o si es en Nueva York o en Nairobi, tenderá a haber corrupción allí donde alguien tenga poder monopólico sobre un bien o un servicio, pueda decidir discrecionalmente a quién entregárselo o en qué proporción, y no tenga que hacerse responsable ni rendir cuentas de ello», afirma.

A ese acento en la preservación del decoro y de la ética debe agregarse la atención diferenciada y sensible a los sectores, familias y personas socialmente más vulnerables. A estas alturas es absolutamente injusto que quienes acumularon mayores ingresos, o riqueza, disfruten de protecciones estatales que deberían redirigirse con toda prisa a los segmentos más empobrecidos.

Acabar de establecer el subsidio a las personas por encima de los productos, algo que vuelve a referenciarse como meta en este Programa, como apareció en otros, aunque hasta hoy no se avanzó en su ejecución. Lo mismo podría decirse de otras proyecciones recogidas en propuestas anteriores que no avanzaron lo suficiente o no se acometieron.

Hay que aceptar, como ha subrayado el Primer Secretario del Comité Central del Partido Comunista y Presidente de la República, Miguel Díaz-Canel Bermúdez, que, a los problemas, las carencias y dificultades muy severas que se acumulan urge encararlas revolucionando la revolución. (Publicado en la edición digital de este 19 de diciembre en el diario Juventud Rebelde)

Imagen de portada: Ilustración de ARES.

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Ricardo Ronquillo
Periodista cubano. Presidente de la Unión de Periodistas de Cuba.

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