LA CRONICA

Viaje soñado a París

“¿A que de París, de ese París que veremos un día juntos, cuando los  hombres me hayan maltratado, y yo te lleve ver mundo antes de que entres en los peligros de él, – a que de París vas a recibir un gran recuerdo mío, por mano de un amigo generoso de Cabo Haitiano, del padre de Rosa Dellundé?”
José Martí, Carta a María Mantilla

 

El hombre de levita gastada y mirada con neblina azul que acompaña a María, sostiene por los dos un viejo paraguas bajo la lluvia pertinaz que opaca las luces del día, los anuncios y vidrieras de los pequeños comercios al cruzar la calle.

Esa mañana, París parece una ciudad de sombras. Mientras escucha en silencio las historias, ella no la imagina así, seguramente había sol los días de la revolución, cuando el pueblo de París desbordó su sentimiento profundo y derribó las estatuas de los Reyes de la Biblia que ahora están de nuevo en su lugar, en el frontón de Notre Dame.

Un viento frío recorre la arboleda. El hombre siente el temblor de la niña, le frota las manos y le invita a caminar por las orillas del Sena, donde los ancianos libreros venden antigüedades maravillosas, alguien toca la filarmónica por un franco y un muchacho permanece detenido, con los brazos alas al viento, todo empolvado, como una más de las estatuas derribadas por los revolucionarios en 1789, justo frente a un carrusel vacío.

Mientras andan, él le explica: “Francia fue el pueblo bravo, el pueblo que se levantó en defensa de los hombres, el pueblo que le quitó al Rey el poder…Fue como si se acabase un mundo y empezara otro…”. Después continuó hablándole entusiasmado sobre las ideas de los revolucionarios franceses que inspiraron a los libertadores de América y de su isla.

Ambos caminan con paso lento. Cruzan el Puente de la Concordia que desemboca en el Obelisco de la Cámara de Diputados. Él se detiene, arregla a María la capa sobre sus hombros, y recuerda que antes estuvo dos veces en la Ciudad Luz. Terminadas las licenciaturas en Derecho y Filosofía y Letras en la Universidad de Zaragoza, en España, dejaba atrás a Blanca de Montalvo, su primera novia, y se disponía a viajar a México para reencontrarse con sus padres y hermanas, luego de un exilio largo y doloroso que no cerró las heridas del Presidio. Permanecería apenas unos días en la capital francesa y partiría en breve hacia el Puerto del Havre, para embarcarse en un vapor con rumbo a América.

Durante aquella estancia fugaz, fue el poeta Auguste Vacquerie quien le mostró París. Juntos visitaron el Museo del Louvre, y entonces evocó las pinturas de Millet, el artista que primero pintó las escenas y vidas de los pobres labriegos.

A la tarde, el hombre llevará a la niña a las espaciosas salas del Museo, a ver los cuadros del artista que, “son árboles que se mueven y cielo que es verdad”.

Van despacio hacia la Torre Eiffel. Ella siente que él desea mostrarle el mundo para ayudarla a crecer, para que conozca y descubra, con lucidez y asombro, la dimensión profunda y real de las cosas y la vida. Atraviesan un parque de piedrecillas, entre los árboles copados de hojas y gorriones. Él cierra el paraguas. Ella se vuelve y ya él no está. La tarde se ha ido mientras dormía en el sillón de la sala en su casa de Nueva York. José Martí no se encuentra a su lado y nunca volverá de la guerra; el tiempo transcurrió. Terminó la ansiada visita a París, mientras llueve.

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Katiuska Blanco Castiñeira
Katiuska Blanco Castiñeira (La Habana, 1964). Periodista y ensayista. Fue corresponsal de guerra en Angola y redactora del diario Granma durante más de diez años. Es autora de libros como Ángel, la raíz gallega de Fidel, Fidel Castro Ruz, guerrillero del tiempo. Conversaciones con el líder histórico de la Revolución Cubana, y Todo el tiempo de los cedros. Paisaje familiar de Fidel Castro Ruz.

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