Dos siglos de periodismo en Cuba

El Habanero, primera huella independentista

Félix Varela y Morales es una de las figuras más sobresalientes de la historia de Cuba. Sus discípulos lo llamaron “el más sabio y virtuoso de los cubanos”. Martí le profesó tal admiración y respeto que en 1892 llegó hasta su tumba en la población de San Agustín, en Estados Unidos, «venerada para el cubano, porque allí están en capilla a medio caerse, los restos de aquel patriota entero, que cuando vio incompatible el gobierno de España con el carácter y las necesidades criollas, dijo sin miedo lo que vio, y vino a morir cerca de Cuba».

Varela fue el primer cubano que llegó a la convicción, luego de que viese fracasar los proyectos de reforma, algunos de ellos presentados por él mismo ante las cortes españolas, de que los políticos de la metrópoli, incluso los más liberales, no se interesaban por el progreso ni por la felicidad del pueblo cubano.

Estando en España, en 1824, tras la constitución de las comisiones militares para juzgar a “los enemigos de los legítimos derechos del trono” y perseguir “a los que promuevan alborotos o escriban papeles o pasquines dirigidos a aquellos fines”, el presbítero cubano se vio obligado a refugiarse en Gibraltar. Al conocer que el rey Fernando VII había decretado su condena a muerte, por sus posiciones intransigentes, se trasladó a Estados Unidos, donde vivió desterrado hasta el fin de sus días, en 1853, el mismo año en que nació José Martí.

Lo primero que hizo Varela al llegar a Estados Unidos fue trabajar en el empeño de editar un periódico especialmente concebido para los cubanos residentes en la Isla. Lo llamó El Habanero, y en sus páginas se proclamó el derecho de los cubanos a liberarse de la opresión y hacer la revolución para alcanzar la independencia.

Siete números de El Habanero, con un total de doscientas páginas, fueron publicados, tres en Filadelfia y cuatro en Nueva York. Durante muchos años se desconoció el último número. En 1945, la Biblioteca Nacional publicó un libro con el contenido de los primeros seis números. Por referencias se sabía que se había editado el séptimo. Se hicieron gestiones en las bibliotecas de Nueva York, Washington, El Vaticano, París, Londres, Madrid, México, Caracas y otras, pero resultaron infructuosas. En 1979, la Colección Latinoamericana de la Universidad de Yale comunicó a la Biblioteca Nacional la existencia de ese último número de El Habanero, y le remitió una copia fotostática de su contenido. En 1997, el historiador Eduardo Torres Cuevas, en el libro Las obras de Félix Varela, dio a conocer ese último número.

El efecto que causó en la Cuba colonial ese periódico, que entraba y circulaba clandestinamente, y que llamaba a los cubanos a “ocuparse de la suerte de la patria» y «a operar con energía para ser libres”, lo revela una declaración del capitán general, Francisco Dionisio Vives, quien calificó el contenido de sus páginas de opúsculos incendiarios, a la vez que dictó simultáneamente una Real Orden prohibiendo su circulación en la Isla.

En uno de los números de El Habanero, Varela escribe un artículo titulado “Persecución de este papel en la isla de Cuba”, donde en su primer párrafo expresa: “Todas las cartas que se reciben de aquella isla convienen en que mi pobre Habanero sufre la más cruel persecución. !Pero qué cosa tan particular! Persíguese a El Habanero al mismo tiempo que todos confiesan que dice la verdad…”, y agrega que se considera al autor de El Habanero como “un hombre perverso, enemigo de su país, porque ha tenido valor para decir públicamente lo que nadie niega en privado, sin que el silencio sirva para otra cosa que para dar tiempo a que el mal no tenga cura”.

España intentó matar a Varela durante su estancia en Estados Unidos. Le dieron treinta mil pesos oro a un matón habanero para que lo asesinase. Dispararon contra él en Boston sin alcanzarlo, y, en Chicago, mientras oficiaba una misa, hicieron estallar una carga de dinamita.

El Habanero tiene el honroso mérito de ser el primer periódico independentista en nuestra historia, el primero que expresó el convencimiento de lo nefasto e irracional de cualquier forma de anexionismo, el primero verdaderamente revolucionario. En los trabajos titulados “Máscaras políticas”, “Conspiraciones en la Isla de Cuba”, “Las sociedades secretas”, “Consideraciones sobre el estado actual de la isla de Cuba” y “Amor de los Americanos a la Independencia”, Varela planteó con franqueza, decisión y vibrantemente sus ideas revolucionarias.

Para él, la patria era obligación de todos. La revolución en Cuba era inevitable y debía ser prevista y preparada para alcanzar su éxito. Abogó por que la Isla fuese tan isla en lo político como lo era en la naturaleza. Planteó la obtención de la independencia sin ayuda extranjera. Se manifestó partidario de buscar la unidad de todos los componentes del país como garantía para el éxito del empeño transformador, y habló de la necesidad de los nexos inseparables entre los sentimientos americanos, cubanos y el amor a la independencia. También lanzó el concepto de que no era posible la libertad política sin la existencia de libertad económica.

Su amor a Cuba era entrañable. Pese a que vivió en Estados Unidos más años que en su tierra natal y de que nunca pensó en regresar a su país —no obstante, la amnistía de 1832 se lo permitía—, nunca quiso hacerse ciudadano norteamericano, ni renunciar a su nacionalidad. “Yo soy —decía en sus célebres Cartas a Elpidio— en el afecto un natural de este país, aunque no soy ciudadano, ni lo seré jamás, por haber tomado una firme resolución de no serlo de país alguno de la tierra, desde que circunstancias que no ignoras me separaron de mi patria. No pienso volver a ella; pero creo deberle un tributo de cariño y de respeto no uniéndome a otra alguna”.

Quizás lo que más molestó a España es que este hombre representaba lo más revolucionario al plantearse la emancipación de los esclavos y denunciar con fuerza los horrores de la esclavitud y los brutales maltratos a que eran sometidos los negros. En sus escritos están las siguientes palabras: “y estoy seguro de que el primero que dé el grito de independencia, tiene a su favor a casi todos los originarios de África”. Ese pensamiento filosófico tuvo expresión real cuando estalló la guerra por la independencia en Cuba.

Varela, pues, ofrecía un verdadero programa anticolonial para los cubanos y para los pueblos de América Latina. Un pensamiento bien avanzado para esos tiempos. De ahí que muy acertadamente otra gran figura de esa época, don José de la Luz y Caballero, dijese que “Varela fue el primero que nos enseñó en pensar”.

Junto a Varela, mientras editaba El Habanero en territorio de Estados Unidos, estuvo José Antonio Saco, otra figura grande de la historia de Cuba, pues profesó un amor entrañable a la tierra en que nació, aparte de tener una infinita confianza en el poder de las ideas. Desde posiciones reformistas, Saco contribuyó a empujar al pueblo cubano al camino de la independencia.

Existe la versión de que Saco viaja a La Habana en 1826, y al regresar a Estados Unidos convence a Varela de no continuar la publicación de El Habanero. Algunos investigadores consideran que la suspensión fue decidida entre ambos al informarle Saco que los hacendados no estaban dispuestos a ayudar, y que el mantenimiento de ese periódico solo iba a contribuir a derramamientos inútiles de sangre de la juventud cubana.

Varela y Saco deciden poco después iniciar la publicación de otro periódico, también en Estados Unidos, al que dan el nombre de El Mensajero Semanal (1828-1831), que abandona la propaganda directa independentista, pero que en sus páginas alienta el desarrollo de la cultura cubana con especial énfasis en sus diferenciaciones con lo peninsular y en la reafirmación de lo americano. También el gobierno colonial español prohibió la circulación de ese periódico dentro de Cuba. El sector más poderoso de la burguesía esclavista no estaba dispuesto a aceptar ninguna acción divulgadora del pensamiento de los jóvenes liberales.

El Mensajero Semanal tuvo entre sus colaboradores al bayamés Manuel de Socorro Rodríguez, quien en Cuba fue conocido como escultor y poeta, pero no como periodista y escritor. Socorro había emigrado a Colombia y en 1791 —un año después del nacimiento de Papel Periódico de La Havana— fundó el primer periódico colombiano, al que denominó El Semanario. También ese mismo año creó el Papel Periódico de Santa Fé de Bogotá, en 1806 El Redactor Americano y El Correo Curioso, y en 1810 La Constitución Feliz, todos en Colombia. Se le considera, por ello, el padre del periodismo colombiano.

Saco es el alma de otro gran empeño periodístico y cultural en esa época: la Revista Bimestre Cubana, fundada en 1831 por el catalán Mariano Cubí Soler con el nombre de Revista y Repertorio Bimestre de la Isla de Cuba. En sus páginas, Saco —a quien Martí calificó como un hombre “que no creía en parches andaluces ni postizos rubios para las cosas del país”— expone sus ideas acerca de la nacionalidad cubana y en contra del anexionismo con Estados Unidos. “La nacionalidad cubana de que hoy hablo —escribió en uno de sus artículos—, y que me intereso en transmitir a la posteridad es la que representa nuestro antiguo origen, nuestra lengua, nuestros usos y costumbres, y nuestras tradiciones. Todo esto constituye la actual nacionalidad cubana, porque se ha formado y arraigado en una isla que lleva por nombre Cuba”.

Revista Bimestre Cubana, auspiciada por la Real Sociedad Económica de Amigos del País, tuvo como regla de oro desde su aparición publicar escritos de autores cubanos, de extranjeros sobre temas cubanos o de asuntos foráneos que tenían trascendencia e interés para Cuba. Cuando Saco es desterrado en 1834, la Sociedad Económica lleva adelante una acción de protesta suspendiendo temporalmente la publicación de la revista que, en aquella época, llegó a ser un instrumento valioso para la transmisión de las ideas de la intelectualidad criolla. Constituyó, sin duda, una seria amenaza para los intereses de la colonia durante los siete años en que, en su primera etapa, vio la luz pública.

A Saco se le considera uno de los polemistas más vigorosos que ha tenido Cuba. Tuvo que enfrentar la censura colonial con inteligencia. Así, por ejemplo, salió en 1834 en defensa de la Academia Cubana de Literatura ante los violentos ataques lanzados por Diario de la Habana. No tenía medio de comunicación donde publicar sus opiniones e hizo imprimir en Matanzas —aunque con pie de imprenta de Nueva Orleans— un folleto a favor de la extinta Academia. De tal manera burló la censura colonial.

Ese folleto determinó que el general Tacón, capitán general de la Isla, ordenase que Saco pasase a residir en Trinidad. Saco prefirió el extrañamiento al destierro dentro de su propio país, y pidió pasaporte para Europa. No volvió a residir en Cuba. En los cincuentaiún años en que vivió fuera de Cuba abogó por libertades políticas para su patria, la supresión del comercio de esclavos y en contra de la anexión de Cuba a Estados Unidos.

Su pensamiento contra la anexión ha estado vigente desde entonces. Con claridad y precisión escribió en su trabajo “Ideas sobre la incorporación de Cuba a los Estados Unidos”, publicado en 1848 en París:

A pesar de que reconozco las ventajas que Cuba alcanzaría formando parte de los Estados Unidos, me quedaría en el fondo del corazón un sentimiento secreto por la pérdida de la nacionalidad cubana… La anexión, en último resultado, no será anexión sino absorción de Cuba por los Estados Unidos. Verdad es que la isla, geográficamente considerada, no desaparecería del grupo de las Antillas, pero yo quisiera que, si Cuba se separase, por cualquier evento, del tronco a que pertenece, siempre quedase para los cubanos, y no para una raza extranjera… No olvidemos que la raza anglosajona difiere mucho de la nuestra por su origen, por su lengua, su religión, sus usos y costumbres, y que desde que se sienta con fuerzas para balancear el número de cubanos, aspirará a la dirección política de los negocios de Cuba; y la conseguirá, no solo por su fuerza numérica, sino porque se considerará como nuestra tutora y protectora, y mucho más adelantada que nosotros en materia de gobierno… Yo desearía que Cuba no solo fuese rica, ilustrada, moral y poderosa, sino que fuese Cuba cubana y no angloamericana… la nacionalidad es la inmortalidad de los pueblos y el origen más puro del patriotismo.

Varela no dejó el periodismo luego de la desaparición de El Mensajero Semanal. Trabaja como redactor de The Protestan Abridger and Annotator, de Nueva York (a partir de 1830), donde defiende la fe católica frente a los ataques de los protestantes. Años después (1841-1843) escribe para The Catholic Exporter and Literary Magazine. Colabora en esos años en distintas publicaciones de La Habana como Revista de la Habana, Revista Bimestre Cubana y Repertorio Médico de La Habana. También su pluma está presente en las páginas de El Universal, de España.

Otros dos grandes del periodismo y las letras coexisten con Varela y Saco en el tiempo. Fueron ellos Domingo del Monte, a quien Martí definió como “el más real y útil de los cubanos de su tiempo”, y José María Heredia, el gran poeta de la “Oda al Niágara” y a la vez “periodista sesudo” que pidió “paz a los árboles, sueño a la fatiga, gloria al hombre, amor a la luna” y que “aborrece la tiranía, y adora la libertad”, también al decir del Apóstol.

Del Monte nació en Maracaibo, Venezuela, pero vivió en Cuba desde que tenía 6 años de edad. Fue el fundador de la importante revista La Moda o Recreo Semanal del Bello Sexo, editada en La Habana (1829-1831), y escribió para distintos periódicos, entre ellos El Puntero Literario, La Aurora de Matanzas,

El Plantel, Aguinaldo Habanero, El Álbum y Diario de la Habana. Prácticamente colaboró en todos los periódicos de importancia de su época.

Según la investigadora Marta Lesmes, Del Monte atribuyó al periodismo un papel de primer orden en la creación de una cultura y una ideología cubanas por excelencia, desde los más altos hasta los más bajos estratos sociales. Trazó toda una estrategia con el fin de poner a la prensa al servicio de la educación y la cultura —en específico la literatura—, pues ello era inaplazable para alcanzar la independencia política.

Aunque fue un representante de la corriente reformista, que no albergaba la idea de la independencia de la Isla, Domingo del Monte contribuyó de manera significativa a crear los sentimientos de una conciencia nacional. Se opuso, junto a Saco, a la idea de la anexión de Cuba a Estados Unidos. También, al igual que Saco, combatió la esclavitud. Utilizó el periodismo, entre otros medios, con ese fin.

Del Monte se vio obligado a salir de Cuba en 1843, al implicársele en planes revolucionarios y en la llamada Conspiración de La Escalera. Vivió en Estados Unidos, Francia y España, donde falleció en 1853, el mismo año que Félix Varela.

José María Heredia, nacido en Santiago de Cuba en 1803, fundó en La Habana (1821) la revista Biblioteca de Damas, pero dos años después se vio obligado a emigrar al ser implicado en la conspiración Rayos y Soles de Bolívar. Vivió en México donde el torbellino revolucionario hizo que fuese abogado, soldado, viajero, profesor de lenguas, diplomático, magistrado, historiador, poeta y periodista desde 1823 hasta 1839, año en que fallece.

Tanto en el Distrito Federal como en Toluca, Cuernavaca, Tlalpan y otras ciudades mexicanas tuvo Heredia una destacada labor periodística. Publicó trabajos en Noticioso General de México, en Semanario Político y Literario, la revista Iris, El Indicador Federal de México, y las revistas Miscelánea y La Minerva, fundadas y dirigidas por él. Fue redactor principal del periódico El Conservador (1831), dirigió la sección literaria del Diario del Gobierno de la República Mexicana, y colaboró en El Amigo del Pueblo, El Fanal y El Reformador. A la vez, Heredia, en esos años, colaboró con distintas publicaciones en Cuba, entre ellas Diario del Gobierno Constitucional de La Habana, Semanario de Matanzas, El Revisor Político y Literario, Diario de La Habana y Recreo Semanal del Bello Sexo.

La armonía de lo bello y lo útil caracterizó el periodismo de Heredia. Partiendo de que vivió en el exilio desde muy joven, alejado de su madre y de sus palmas, la corta existencia de Heredia —falleció de tuberculosis cuando tenía solo 36 años de edad— fue dolorosa. Vivir de los frutos de su

espíritu en tierras extrañas lo golpeó más de una vez. Experimentó cierto desencanto con las sucesivas tiranías que vio llegar al poder en México, y se preguntó si esa era la independencia que ambicionaba para su tierra natal. La muerte de su pequeña hija y el quebranto de su salud lo llevaron en un momento dado a nutrir en lugar de apagar su fuego trágico. Es cuando escribe al capitán general de la Isla, Miguel de Tacón, y le solicita permiso para volver a la patria, donde vive su madre. Sus antiguos amigos, entre ellos Domingo del Monte, desaprueban su carta a Tacón, y rehúsan su compañía. Eso lo lacera aún más. Y enfermo y desalentado, luego de menos de tres meses de estancia en Cuba, regresa a México, donde fallece prontamente.

“Fue hijo de Cuba —escribió Martí— aquel de cuyos labios salieron algunos de los acentos más bellos que hayan modulado la voz del hombre, aquel que murió joven, fuera de la patria que quiso redimir, del dolor de buscar en vano en el mundo el amor y la virtud”.

Imagen de portada: Félix Varela. Dibujo: Isis de Lázaro. Diseño: Sophie Torres Quintana.

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Juan Marrero
Fue un destacado periodista cubano. Premio Nacional de Periodismo José Martí, por la obra de la vida 2003. Desarrolló una larga trayectoria en Prensa Latina, periódico Granma y en la Unión de Periodistas de Cuba (UPEC). La Habana, 1935-2016.

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