El 8 de julio de 1790 asume don Luis de Las Casas el mando de la Isla. Están inscriptos en su historial personal haber sido paje del rey y una larga carrera militar que lo llevó por Rusia y la regencia de Argel, donde libró exitosos combates contra las huestes berberíes que le hicieron merecedor del grado de brigadier; haber viajado por Inglaterra, Alemania, Francia, Bélgica y Holanda, donde visitó universidades, academias, colegios, bibliotecas y museos, codeándose con sobresalientes figuras de la intelectualidad, lo cual contribuyó a ampliar sus horizontes culturales.
El día que asume sus funciones en La Habana como capitán general de la Isla de Cuba, jura consagrarse a la defensa y prosperidad de la Isla, y pide a los habaneros que lo auxilien con sus luces y el patriotismo para «ilustrar y engrandecer a la patria».
Aunque al decir «ilustrar y engrandecer la patria» es obvio que se refería a España, a la que servía, las medidas que puso en ejecución don Luis de las Casas, a quien un historiador llamó «fundador de nuestra civilización», abrieron las puertas para que se forjase la nacionalidad cubana. Una de sus grandes obras fue la creación del Papel Periódico de la Havana, cuyo primer número vio la luz el 24 de octubre de 1790. Técnicamente hablando, ese acto de creación y ese momento marcan el verdadero inicio del periodismo en Cuba.
Integraron su redacción, entre otros, Diego de la Barrera, quien ya había editado la Gazeta de la Havana en 1782, y Tomás Romay, médico que años después introdujo y aplicó en La Habana la vacuna contra la viruela, así como otros criollos ilustres, que tras la presencia inglesa en La Habana y con el libre comercio se habían convertido en poderosos hacendados. Francisco Arango y Parreño y el presbítero José Agustín Caballero también figuraron entre quienes apoyaron con fuerza el empeño de Don Luis de las Casas.
Su gobierno —desde el 8 de julio de 1790 hasta el 7 de diciembre de 1796— echó las bases de una efectiva transformación cultural. Don Luis de las Casas y sus colaboradores criollos eran iluministas convencidos y trabajaron de perfecto acuerdo. Pero tuvieron que hacerlo en medio de una fuerte contradicción: impulsar su ideario reformista y civilizador sin oponerse al sistema de la esclavitud y al tráfico negrero, por el contrario, abogar por su mantenimiento, pues los tiempos requerían que Cuba aumentase su producción de azúcar con fines de exportación al mercado de Estados Unidos.
Por eso, Papel Periódico de la Havana —como escribió Julio Le Riverend— fue «un periódico esclavista, en momentos en que toda la sociedad y la economía coloniales dependen fundamentalmente del trabajo de los esclavos».
Pero, a la vez, ha expresado Cintio Vitier, «sus páginas, manchadas por la costumbre brutal de las transacciones normales en una sociedad esclavista, están presididas, sin embargo —y esta contradicción es típica de la época—, por el fervor patriótico y el deseo de servir a la comunidad, difundiendo las «luces». Ni uno solo de los punzantes problemas de la colonia, de 1790 a 1805, dejó de discutirse, de acuerdo con los criterios de la época y el máximo de libertad permitida por las autoridades, en aquellos modestos y frágiles pliegos. En ellos Cuba empezó a ver su propio rostro y a sentir el pulso de la historia».
En el número inicial de Papel Periódico de la Havana, hay una nota que explica por qué nace ese periódico, cuál será su función y se anuncia que saldrá semanalmente. Expresa que publicará «noticias del precio de los efectos comerciales y de los bastimentos, de las cosas que algunas personas quieren vender o comprar, de los espectáculos, de las obras nuevas de toda clase, de las embarcaciones que han entrado o han de salir, en una palabra, de todo aquello que puede contribuir a las comodidades de la vida». Y añade: «A imitación de otros que se publican en la Europa comenzarán también nuestros papeles con algunos retazos de literatura, que procuraremos escoger con el mayor esmero».
En ese número inicial se insertan noticias como las siguientes:
Entró este mes en este puerto (el de la Habana), procedente de Cartagena, el bergantín-correo El Pinzón. Su capitán Isidro Caimari ha traído cacao y 11 050 pesos en moneda.
Llegó de la costa de Guinea el bergantín americano El Bostones. Su capitán Conrado Eiselen ha traído setenta y siete negros, 49 varones y 28 mujeres.
Estas informaciones del puerto las recogía un individuo llamado el colector (antecedente del reportero), que recibía seis pesos mensuales por cumplir con esta encomienda.
Como noticias culturales se ofrecían las siguientes:
Hoy representará la compañía de Cómicos la Comedia Los Aspides de Cleopatra. En el primer intermedio se ejecutará una pieza titulada: El cortejo subteniente, el marido más paciente y la dama impertinente. Y en el segundo se cantará una tonadilla a dúo titulada: El Catalán y la buñuelera. Para el jueves: El médico supuesto.
Los primeros escritos públicos sobre situaciones que enfrenta la ciudad de La Habana aparecen en ese periódico, entre ellos uno consagrado a censurar el abuso de los juegos de azar, el cual lleva como epígrafe un adagio latino cuya traducción es: «No nos ha colocado en el mundo la naturaleza para que juguemos, sino para vivir con seriedad y emplearnos en acciones graves e importantes». La lectura de ese artículo nos muestra que ya en época tan remota el vicio del juego había adquirido un incremento extraordinario en Cuba.
En las páginas de Papel Periódico podemos hallar censuras a actos y costumbres de esos tiempos. Desde el uso de «mala letra y ortografía» en rótulos colocados en las esquinas de La Habana, hasta «el uso, o por mejor decir, el abuso, de ajustar los cuerpos de niños y niñas entre cotillas duras y estrechas, con el fin de reducir y enderezar sus talles es uno de los estilos más perniciosos que podemos poner entre la clase de los que destruyen la salud pública». O desde el dolor de que La Habana careciera de «un hospicio para mendigos y de un asilo para las niñas huérfanas», hasta la manía de que «en la Havana ha llegado la moda a ser en todo género de personas un deber, porque una grosería de entendimiento y una vanidad loca les ha persuadido que el ornamento brillante añade algo al mérito esencial».
En tanto, en la sección «Ventas» podía leerse: «El que quisiere comprar una araña de ocho luces, de cristales abrillantados, primorosas, acuda a esta imprenta donde le darán razón. El precio de la araña es de seiscientos pesos. Se dará en pago azúcar de buena calidad».
Y en la sección «Pérdidas» se lee este original aviso: «Al Capitán D. Diego de la Barrera se le ha extraviado el primer tomo de la obra del Marqués de Santa Cruz. Si la tuviere alguno de sus amigos, sírvase avisárselo».
A partir de su quinto número, Papel Periódico comenzó a publicar anuncios típicamente comerciales, como el siguiente: «En el Almacén nuevo Calle de la Cárcel Vieja número 100, se venden vinos, el de Málaga a real la botella: el tinto de Cataluña a medio: el de San Lúcar seco a real y la de Mariposa de Castillo a medio; todo superior».
Este otro anuncio apareció el 20 de febrero de 1791: «Carne de Buenos Aires bien acondicionada a seis reales arroba y alpiste a ocho en la casa de D. Carlos Recaño junto al Cuartel de Caballería».
Los anuncios, en aquel amanecer del periodismo en Cuba, no se cobraban. Se insertaban como información de utilidad social. A los criollos que participaron en ese empeño no los guio un afán de lucro o mercantil, lo que prevaleció fue contribuir al bien común. Unos pocos años después, sin embargo, todo cambió: por Papel Periódico, en su etapa final, y sus continuadores se estableció una tarifa de anuncios (medio real por anuncio sin distinción de personas, un real por anuncios de venta de esclavos y ocho reales por los de fincas rústicas o urbanas).
Papel Periódico contó con cuatro pliegos de papel de 22 por 15 y medio centímetros. Se imprimió en la tipografía de Francisco Seguí «con licencia del superior Gobierno» y su periodicidad en las diez primeras salidas fue semanal. Ya en 1791 pasó a ser bisemanal: jueves y domingo.
En enero de 1793, el gobernador don Luis de las Casas dio cima a otro de sus proyectos: dejó constituida la Sociedad Patriótica de La Habana, más tarde devenida Sociedad Económica de Amigos del País, institución que se consagró, con el apoyo decidido de los criollos ilustrados, a luchar por instaurar mejoras en diferentes aspectos de la vida del país, fundamentalmente en la agricultura, la ciencia, la industria, la educación, etc. Esta entidad pasó a dirigir el Papel Periódico.
Figura importante de esa publicación desde su origen fue el sacerdote José Agustín Caballero, en cuya labor se hallan los primeros indicadores de una ética periodística nacional. Estuvo junto al gobernador don Luis de las Casas en la formulación de los objetivos y lineamientos de trabajo de ese periódico. En 1805 escribió unos apuntes en que planteó la idea de que «es muy justo que los pueblos conserven los momentos de su felicidad y el medio de conservarlos es la prensa». Escribió numerosos trabajos en Papel Periódico, entre ellos una carta a «los nobilísimos cosecheros de azúcar, señores amos de los ingenios» en que denuncia los maltratos a los esclavos, y aconseja cuidar esa importante fuerza de trabajo. Caballero se dirige en esa carta a los hacendados con el único lenguaje que entendían: el del interés, haciéndoles comprender que el maltrato a los esclavos no era solo una ignominia, sino un daño para el fomento de la agricultura y el comercio, según ha expresado Fina García Marruz en un análisis sobre tal carta. Al presbítero Caballero, a quien José Martí llamó «padre de los pobres», no podía exigírsele más. Hizo mucho dentro del estrecho espacio y el tiempo que le tocó vivir.
Otra de las figuras relevantes de Papel Periódico fue el literato y periodista Manuel de Zequeira, quien asumió la dirección de esa publicación el 14 de agosto de 1800. La etapa de Zequeira, uno de los primeros cultivadores del tema cubano en la poesía (su «Oda a la piña» es considerada una obra de mérito), se caracterizó por un marcado énfasis en la inclusión de materiales de carácter literario en el periódico, aunque después, dadas las reducidas posibilidades que ofrecía el momento para la impresión de libros, determinó que Papel Periódico diese más espacio a la difusión de conocimientos científicos. Eso produjo un debate en el seno del periódico y a que el presbítero José Agustín Caballero escribiese estas palabras:
Señor Público: el periodismo no es campo para explicar una ciencia en los términos en que se enseña en una escuela, pues este es un papel que circula por las manos de todos, y cada uno tiene derecho a ser instruido y a entender lo que dice… Si quiere usted hablar de una ciencia, no use jamás las voces técnicas de ella, no cite multitud de autores conocidos solamente de los sabios, porque esto es pedantería, y procure no ser tan oscuro con esa explicación, sino poner particular estudio en aclarar el estilo, en hacerlo popular e inteligible, y en no valerse jamás de términos cultos que nada significan.
Desde tan temprano amanecer se exponía la necesidad de que en los periódicos se escribiese con claridad y sencillez.
A partir de 1797 la redacción del Papel Periódico, siempre bajo los auspicios de la Sociedad Económica, corrió a cargo de una diputación o comisión integrada por doce miembros, y conocida, por razón de número, como del apostolado, cada una de los cuales tenía a su cargo la redacción del Papel en un mes determinado. Esos doce diputados fueron José Agustín Caballero —como presidente—, Alonso Benigno Muñoz, Tomás Romay, Juan González, Antonio Robredo, José Agustín Caballero, Domingo Mendoza, José Antonio González, Agustín de Ibarra, Nicolás Calvo, Juan Manuel O’Farrill, Francisco de Arango y José de Arango.
La favorable acogida que tuvo el Papel Periódico de la Havana lo demuestra el hecho de que a los cuatro años de establecido tenía ciento noventa y seis suscriptores, quienes pagaban a razón de seis reales al mes, «gozando el beneficio de que se le lleve a su casa en los días de su publicación, Jueves y Domingo». La ganancia dejada por los abonados, unida a la venta de ejemplares en la propia imprenta, permitieron que en 1793 hubiera un fondo de mil ciento ochenta pesos con el cual la Sociedad Patriótica decidió fundar una biblioteca pública, la primera que tuvo el país, y que se constituyó en la sala de la casa de Antonio Robredo, ligado al Papel Periódico desde su fundación. En julio de ese año se inauguró dicha biblioteca, cuyos primeros setenta y siete volúmenes se costearon con los fondos de la publicación, además de otras donaciones recibidas.
Cuando se revisan unos cuantos años de Papel Periódico asombra la vastedad de los temas tratados: artículos de economía, higiene, medicina, moral, física, química, literatura, religión, observaciones meteorológicas, gramática, historia, agricultura, educación y crítica en general, sin que faltasen en sus breves páginas poesías, fábulas, epigramas y temas de carácter doctrinal.
A partir de mayo de 1805, Papel Periódico de la Havana cambió de nombre. Se llamó Aviso (desde mayo de 1805 hasta 1808), Aviso de la Havana (1809-1810), Diario de la Habana (1810-1812), Diario del Gobierno de la Habana (1812-1820), Diario Constitucional de la Habana (1820), Diario del Gobierno Constitucional de La Habana (1820-1823), Diario del Gobierno de la Habana (1823-1825), Diario de La Habana (1825-1848). Finalmente, se transformó en Gaceta de la Habana.
En la etapa en que se llama Aviso de la Havana hay una figura importante, casi olvidada. Se trata de Tomás Agustín Cervantes y Castro Palomino. Cuando asumió su dirección aumentó el número de columnas del periódico, para lograr que sus textos fuesen leídos más fácilmente, enriqueció el contenido con la búsqueda de noticias en la calle, en las oficinas públicas y el puerto, y además trabajó para convertirlo en diario, lo que llevó a feliz término más tarde, desde 1810 a 1812, bajo el nombre de Diario de La Habana. Con Cervantes nace el reporterismo y, a la vez, la prensa en Cuba se convierte en un organismo vivo y útil a la sociedad.
Así se explica que, habiendo tomado Aviso de la Havana con una lista de 277 suscriptores, ascendiese a 530 en 1810, al año del nombramiento de Cervantes, quien, sin duda, fue un buen organizador periodístico. Su talento también se puso de manifiesto en la publicación Guía de Forasteros, la cual dirigió durante casi dos lustros (1812-1821). Dejó al morir (1848) una obra periodística de valor: crónicas que comienzan en 1781 y llegan hasta el año 1840 y en las que figuran todos los sucesos de importancia acontecidos en La Habana, a las cuales han debido acudir investigadores de esa etapa.
Papel Periódico de la Havana —y junto con él sus continuadores de otros nombres— fueron, en fin, los medios de que dispuso la primera generación de cubanos que empezó a preocuparse por algunos problemas del país, como las costumbres, la educación y el trato a los esclavos, para que su manera de pensar se conociera fuera de las aulas, seminarios y cátedras. No surgió como un mero placer, sino para reflejar y hallar respuestas a las preocupaciones de una naciente aristocracia o burguesía criolla que había abrazado las ideas del iluminismo.
Imagen de portada: Luis de Las Casas. Dibujo de Isis de Lázaro. Diseño: Sophie Torres Quintana.