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Crónica maratónica: continuidad vs. extremismos

Del atletismo son las competencias que más me apasionan. Ponen a prueba, simultáneamente, la fuerza, la inteligencia, la pasión y las habilidades tácticas y estratégicas de una persona y de una comunidad.

La carrera de cien metros conmueve como pocas. En apenas nueve segundos vuelan los corredores y vidas enteras, un estadio desbordado enmudece por completo, convulsiona sin pestañar, queda sin aire y estalla a la vez, desafiando las leyes de la termodinámica, de la comunicación y de la medicina al hacer que cientos de miles de corazones latan con igual ritmo en el mismo lugar.

Si un corazón se aleja de la masa, el dueño corre el riesgo de salir en camilla. Las telecomunicaciones se encargan de extender el fenómeno a otro pequeñísimo lugar del Cosmos donde vibran simultáneamente miles de millones de televidentes, desafiando entonces también las leyes de la guerra y de los extremismos a que somos afines los seres humanos.

Pero más me estremecen y emocionan las carreras de relevo. El paso del batón entre cuatro corredores de cien metros agrega, a los méritos anteriores, un dramatismo y un significado únicos a la competencia. El estadio entero contiene el aire cuatro veces seguidas, sin tiempo intermedio de recuperación. Las carreras de cuatro por cuatrocientos cuadruplican el esfuerzo y la conmoción.

Desafiando a Einstein, el relevo agrega una quinta dimensión al espacio-tiempo, la conexión humana. En el universo mínimo de la pista, el paso del batón sintetiza la conexión que deben lograr las personas mediante el diálogo, o apenas con mirarse a los ojos. Es la clave de una esencial condición humana, la continuidad. Pero no la continuidad del inmovilismo, sino la continuidad infinita de la carrera.

Más que llegar primero, esta vez la condición primaria que conmueve al público es seguir el vuelo del batón, ver cómo pasa de mano en mano entre un grupo de atletas aliados para que llegue solo uno al estambre final. Con uno llegan todos. Llega simultáneamente el estadio en pleno.

Esa cualidad la confirmé ayer en La Cafetera, el espacio-tiempo de debate caliente que creó hace más de veinte años la Facultad de Comunicación, la Fcom de la Universidad de La Habana. Este año se levantó y reincorporó a la pista, después de caer con la Covid.

En el tercer encuentro de la nueva etapa, atacó el jueves otro tema inquietante, los extremismos en nuestra sociedad, con cinco pensadores perfectamente inquietantes también (Ariel Dacal, Francisco Rodríguez Cruz, alias Paquito el de Cuba, Cristina Escobar, Fabio Fernández y Josué Benavides).

Dialogaron con agudeza y buena onda, sin rehuir a la franca polémica entre sí. Hablaron también jóvenes del salón, que se desbordó con una generación de feconianos y otros invitados, patriotas todos por más señas, que ha tomado ese batón de la Facultad. Corren con él sin ceder ante calores tropicales, conflictos cotidianos, extremistas de redes y otros obstáculos comunes. Bien cubanamente, solo necesitan de un buen café y de un debate franco. (Tomado del muro de Facebook del autor. Foto de portada: Nieves Molina).

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Ariel Terrero
Reconocido periodista cubano. Especialista en asuntos económicos. Galardonado con el Premio Nacional de Periodismo Juan Gualberto Gómez. Integrante del Comité Nacional de la Unión de Periodistas de Cuba. (La Habana, 1962)

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