CONVERSANDO EN TIEMPOS DE...

“Confío en que pasará esta situación y estoy seguro de que volveremos a una normalidad…”

Justamente cuando Rafael Acosta de Arriba y yo intercambiábamos correos, llegó la noticia: le fue conferida -a propuesta de la Biblioteca Nacional José Martí y el Ministerio de Cultura- la Orden Carlos J Finlay, la más alta distinción que concede el estado cubano en el ámbito de la ciencia por su “amplia y reconocida actividad en el área científica e investigativa en la esfera cultural, social, histórica y bibliográfica”.

Ese importante reconocimiento, consolida -aún más- la valía de este intelectual cubano que ha sabido conjugar la docencia con la investigación y el ejercicio crítico con el ensayo, por solo citar algunos de sus ismos: es Acosta de Arriba, profesor titular de la Universidad de las Artes (ISA) y de la facultad de Historia del Arte de la Universidad de La Habana, Doctor en Ciencias Históricas (1998), Doctor en Ciencias (2009) y actualmente trabaja en la Biblioteca Nacional José Martí, de La Habana, como director de la revista de la institución y como investigador en su departamento de investigaciones.

Con el grosor cultural que lo caracteriza, respondió con prontitud, esta media docena de preguntas.

¿Qué representa para ti la reciente recepción de la Orden Carlos J. Finlay, el más alto reconocimiento estatal para la actividad científica en el país?

Una sorpresa, no creí merecerla y aún digiero la noticia con cierto nerviosismo. Sé que usualmente la han recibido científicos de las llamadas ciencias exactas o de otras áreas del saber científico, pero pocas veces se ha otorgado a investigadores de las Ciencias Sociales. Esto, al menos para mí, le da una connotación mayor. Y es una alegría, desde luego.

Sé que eres un devoto estudioso de la obra de Octavio Paz, ¿qué te ha hecho acercarte a esa figura?, ¿cuál es la lección mayor –aprehendida y aprendida-  del Premio Nobel de Literatura y considerado “el más grande pensador y poeta de México”?

Fueron muchas cosas las que incidieron, al mismo tiempo, en mi relación con la obra de Octavio Paz. Un amigo me prestó a finales de los ochenta del pasado siglo un libro del mexicano (en Cuba siempre ha sido muy difícil conseguirlos) y quedé enganchado en el acto. Fue toda una revelación y ocurrió en un momento de mi vida donde me replanteé un sinnúmero de cosas, por lo que su poesía cayó en terreno fértil, digamos que muy oportunamente. Esa coincidencia en tiempo fue importante. Además, me fascinaron la prosa poética de Paz, la precisión de sus análisis, su vasta cultura y su aguda inteligencia, pero, por encima de cualquier aspecto, estaba la manera en que desplegaba su prosa, te repito, fue muy impresionante para mí. Me di cuenta de inmediato que estaba ante una obra capital de las letras universales y en particular de las latinoamericanas; una obra que me había seducido en el primer round del tope con ella. Su lenguaje no se parecía al de ningún otro autor leído con anterioridad por mí.

Eso que te comento fue mucho antes de que le otorgaran el Premio Nobel, así que esa consideración, más bien mediática, la del premio, no tuvo nada que ver, fue la valoración a pulso de su escritura, tanto la ensayística como la poética, y la manera en que impactó en mí como lector. Carlos Fuentes, al momento de la muerte de Paz, expresó que su obra era como “una lectura del mundo”, y no veo otra manera más sucinta de decirlo.

La poesía de Paz posee dos rasgos que, como lector de poesía asiduo que era y soy, tuvo una influencia muy grande: primero, era un constructor de imágenes extraordinarias, espléndidas, encendidas, no solo en su etapa surrealista (La estación violenta, por ejemplo), sino en general; si lees su libro preferido en versos, Árbol adentro, lo vuelves a descubrir, son imágenes deslumbrantes. Por otra parte, es una poesía con una alta carga filosófica y esa combinación de rasgos es muy potente.

No sabría decirte qué escoger, si el poeta o el ensayista, es una obra fundamental y en el orden individual fue un descubrimiento que me marcó profundamente. Aprendo con él siempre, pues lo releo con mucha frecuencia. Creo que he leído casi todos sus libros publicados. Un día me animé a escribir uno, el mío propio, sobre su crítica de arte, el primero que se publicó (y el único hasta ahora, que yo sepa) en Cuba sobre su obra. Debo decir que el tipo de intelectual que encarnó Octavio Paz (a veces defendiendo políticamente causas inciertas), ese modelo de pensador litigante, crítico, tenaz, que solo dispuso de su palabra para pelear y fue respetado por el poder, ese modelo, ya está en caída libre en la actualidad.

¿A qué se debe que te hayas sumergido en el mundo de la fotografía desde la investigación y el análisis?

Me interesa particularmente la fotografía como un espacio en el que se funden, de manera muy especial, la imagen y las ciencias sociales (historia, sociología, antropología, etc.). En el tan desvalorado, para mí, escenario del denominado arte contemporáneo, la fotografía es un reducto de producción de sentido que aún vale la pena examinar. En una buena imagen fotográfica puedes hallar ideas que te mueven, que te hacen pensar, que te motiven otras ideas. No así, en cambio, me sucede con mucho arte actual, posmoderno o como le quieras llamar, que parece más una suerte de embuste y de pasar gato por liebre que arte en sí mismo. Además, al vivir en la era de las imágenes, en que todos gestan imágenes por la democratización tecnológica existente, la fotografía se me antoja como el único territorio de imágenes interesantes (quizá estoy siendo muy extremo en lo que digo, pero es lo que se me ocurre ahora mismo), de imágenes que vale la pena atender. Han pasado ciento ochenta años de que la fotografía nació y llegó poco después a Cuba y sigo pensando que ella es un misterio de la visualidad, la fotografía sigue siendo fascinante para mí.

¿Por qué vuelves, una y otra vez, a la figura del Padre de la Patria Cubana, Carlos Manuel de Céspedes? Si tuvieras que resaltar tres rasgos de la personalidad de Céspedes que más admiras, ¿cuáles serían?

Considero a Céspedes un hombre excepcional y con un peso específico muy grande en la historia de nuestro país. Fue el fundador o iniciador, como se prefiera, y la persona sin cuya actuación la historia de Cuba hubiese tenido otros decursos. Cuando en 1868 todos dudaban sobre iniciar o no el levantamiento armado contra el poder colonial español, su determinación y valor fueron decisivos. Por otra parte, fue un hombre culto, un poeta menor, pero poeta atendible, un hombre de muchísimas lecturas, que conocía cabalmente a los clásicos latinos, un políglota, que conocía muy bien a los primeros pensadores del liberalismo que caracterizó su tiempo, fue un republicano tenaz y como persona tuvo que sufrir incomprensiones terribles, pérdidas familiares dramáticas (dos hijos y un hermano, además de otras) durante la guerra de independencia. He sostenido siempre en mis libros que Céspedes fue el único de aquellos iniciadores que reunió en su persona los rasgos de estadista (Ignacio Agramonte, creo que también poseyó un talento, una cultura personal y una capacidad de liderazgo especial para dirigir la revolución, pero murió muy joven) y lo fue hasta que los fraccionamientos entre los patriotas condujeron a su deposición de la presidencia de la República en Armas. Es digno de admiración cómo Céspedes creó una diplomacia mambisa desde una república trashumante en los bosques y sierras del oriente del país. Todos los gobernantes suramericanos, los de Estados Unidos y personalidades del republicanismo europeo, recibieron los mensajes y los emisarios o representantes de Céspedes, eso es sencillamente increíble y creador. ¡Desde la manigua! En fin, que considero a Céspedes una figura decisiva en nuestra historia. Sin embargo, se habla muy poco de él.

He tratado de ayudar a enmendar esa situación, pero no ha sido fácil. Ten presente que cuando se conmemoró su bicentenario, en 2019, si no es por los actos realizados en Bayamo, su ciudad natal, el discurso de Eusebio Leal el día de su natalicio (que afortunadamente retrasmitieron después por la TV) y el congreso de los historiadores cubanos, que lo hicieron expresamente en esa fecha y en esa ciudad, de no ser por eso, hubiese pasado casi inadvertidamente. No es justo.

Ya casi te he contestado la pregunta sobre los tres rasgos de su personalidad a resaltar, pero los preciso ahora: determinación, inteligencia y desprendimiento.

El trabajar en el Instituto Cubano de Investigación Cultural Juan Marinello, ¿para qué te sirvió?

Trabajé por espacio de 14 años y medio en esa entidad y me sirvió de mucho en varios órdenes. En primer lugar, allí conocí a personas que respeto y quise como Pablo Pacheco, un gran amigo; Fernando Martínez Heredia, un investigador y pensador que ya se extraña su ausencia, y otros también relevantes como Carlos Venegas, Tania García y Ana Suárez. También a investigadores jóvenes muy talentosos y de firmes criterios, que discuten sin miedo y son tenaces en sus juicios. De igual forma, me permitió seleccionar bien mis intereses investigativos, viajar a numerosas universidades y congresos académicos del mundo y me dio el tiempo suficiente para investigar y escribir.

Disciplinado como eres, sé que permaneces la mayor parte del tiempo en casa a causa de la pandemia, ¿estás involucrado en alguna investigación concreta?, ¿algo nuevo o retomado?

Tengo dos libros en espera de que la situación del papel se resuelva o mejore algo, uno con el Sello Artecubano, se titula Conversaciones sobre arte (es un conjunto de entrevistas que realicé durante años a importantes artistas y pensadores sobre arte como Louise Bourgeois, José Luis Cuevas, Gianni Vattimo, Hervé Fischer, Roberto Fabelo y René Francisco, entre otros), y con la Editorial de la Universidad de La Habana, el volumen Estudios críticos sobre fotografía cubana, una compilación de ensayos de varios autores que entiendo muy necesaria para la crítica y estudio de esa manifestación artística en el país (del cual soy autor de la idea, el prólogo, la selección y dos de los ensayos).

Increíblemente, el primero de estos dos libros ya lleva tres años esperando por su impresión, algo decepcionante y frustrante, pues ya estaba listo antes de que el papel se perdiera de las imprentas. Ahora estoy armando para la Editorial Matanzas un volumen con mis principales textos historiográficos, que se supone pueda estar listo para 2022, si la pandemia lo permite.

Participo también en la gestación de una Maestría sobre fotografía en la Universidad de las Artes y principalmente me dedico a gestar los números bimestrales de la Revista de la Biblioteca Nacional José Martí, de la cual soy su director (de nuevo, después de treinta años, pues en 1990-92 fui su jefe de redacción) y mantengo mis líneas de investigación principales: el pensamiento independentista cubano y en especial Carlos Manuel de Céspedes, la obra de Octavio Paz, la década de los sesenta cubanos, la fotografía y otros menos importantes. De igual forma, colaboro con las investigaciones en la Biblioteca Nacional.

Un proyecto muy importante en el que estoy empeñado ahora mismo, bueno, mejor sería decir que desde el pasado año, es la preparación de un libro con diversos ensayos sobre la obra de Leonardo Padura, que realizo de conjunto con el profesor universitario norteamericano Stephen Silverstein (y con la invaluable ayuda de la académica Ana María González Mafud). Contiene una veintena de ensayos de diversos académicos y periodistas sobre la obra de Padura y una entrevista que le hicimos al escritor, de conjunto, Stephen y yo. Creo que hasta la fecha será el estudio más completo que se haya realizado sobre nuestro Padura.

¿Cómo es tu día a día, teniendo en cuenta que tienes un par de jimaguas -aun pequeños- y que requieren, seguramente, de mucha atención?, ¿Cómo se la arreglan tú y Lily en estos difíciles momentos en que estar aislado trae sus obvias ventajas, pero también sus desventajas?

Es un día a día muy entretenido, con facetas de padre y educador, otras de escritor e investigador, siempre de lector, y siguiendo de cerca esta terrible pandemia que ha cambiado el día a día de millones de personas en el mundo (y también ha enfermado y matado a millones). Es muy preocupante. No es fácil conseguir la alimentación desde hace muchos meses, supongo que eso no es noticia para nadie, pero disfruto la permanencia en el hogar para entregarme a esas disímiles funciones. Lily no tiene trabajo ahora mismo y eso ha permitido que asuma muchas labores domésticas con todo su tiempo y empuje. Mi suegra ayuda de una manera considerable, lo que es de agradecer. También mantengo mi comunicación constante con mis otros hijos (cuatro), dos de ellos viven fuera de Cuba.

Confío en que pasará esta situación y estoy seguro de que volveremos a una normalidad que, no sé si será muy diferente a la anterior, pero volveremos. Hay que cuidarse estrictamente y sobre todo cuando hay pequeños en juego. Por otra parte, ellos contribuyen mucho a que la cotidianidad pierda un tanto su rostro corrosivo; ellos son la alegría misma. (Publicada en la web de Centro Cultural Pablo de la Torriente Brau).

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Estrella Díaz
Durante veinte años trabajó en la emisora internacional “Radio Habana Cuba” y es fundadora de Habana Radio, adscripta a la Oficina del Historiador. Es autora de varios libros relacionados con el mundo de la Artes Plásticas.

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