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¿Extrañaremos a Trump?

Ante las elecciones de 2016 hubo quien, de decir que Donald Trump no pertenecía al establishment de su país, pasó a vaticinar la posibilidad de que fuera nada menos que un presidente revolucionario. Pero integra el establishment como el millonario que es, y su vida y sus propósitos responden a sus intereses personales y a los de esa casta. Solo que no pertenece a ella como un miembro de largo linaje, y los advenedizos son menospreciados por los aristócratas de abolengo.

Aunque blanco, Trump es descendiente de inmigrantes y, por añadidura, está vinculado con lo sombrío: se ha documentado que su abuelo, alemán, hizo fortuna en la “empresa prostibularia”. Con ese pasado se levantó como un magnate inmobiliario, se ubicó en los medios (des)informativos y, típico advenedizo, asumió que sus desplantes y groserías ratificaban sus prerrogativas de millonario.

Era demasiado para los aires aristocráticos más representativos del establishment, que ha medrado y medra en alianzas con las más criminales fuerzas internas y de todo el mundo, pero algo tiene raigalmente asumido: necesita ser identificado con la tradición puritana, fundamento ideológico del “mesianismo” imperialista que se nutre de ella.

Por muy self-made men y exitosos que sean, los advenedizos tendrán que ganarse un espacio que no les viene de su origen, y quién sabe cuántas humillaciones habrá sentido por eso el Patán Donald. Pero no es cuestión de sentir piedad hacia él: justificar sus actos sería como aceptar que al guapetón de barrio que sufre una derrota le asiste el derecho a desquitarse abusando de niños y de ancianos.

Pensando en términos reales, sería como tolerar el comportamiento genocida de los sionistas extremos, que manipulan la representación del pueblo judío para dar por válido que el holocausto sufrido por ese pueblo justifica el que sus fuerzas gobernantes llevan a cabo contra el palestino. No es casual que Trump se jacte de su alianza con Israel.

Hay “aportes” que se le deben reconocer a Trump. Acaso el primero sea la eficacia con que ha contribuido a mostrar la índole criminal y la descomposición de un imperio decadente. En palabras del abogado puertorriqueño Salvador Tió, logró lo que parecía imposible: hacer estadista, retroactivamente, a George W. Bush. Este, comparado con Trump, podría parecer un Marco Aurelio, y dejar para el Patán los referentes de Calígula y Nerón, con quienes el grosero magnate se esmera en competir, aunque no es seguro que sepa quiénes fueron.

Resentido por su derrota en el afán de ser reelecto presidente, ha dado señales de la creciente podredumbre de su nación, al decir que esta funciona como el llamado tercer mundo. Así insulta a los pueblos aludidos, pero propicia recordar que, con gran frecuencia, las lacras del tercer mundo han sido atizadas y capitalizadas, o fabricadas, por las fuerzas dominantes de los Estados Unidos.

Al dar por sentado que en su país se ha cometido fraude electoral, intenta arrimar la brasa a su sardina y, aunque no sea su propósito, mueve a entender que la supuesta democracia estadounidense es raigalmente una farsa. ¿Qué otra cosa vale decir de una campaña presidencial financiada por poderosos que nutren sus erarios con la alianza entre las cúpulas económica y política?

Ayudado por su equipo, Trump ha rendido un inesperado homenaje a Venezuela y a Cuba al inventar que han influido en las elecciones estadounidenses. En medio de la tragedia de una pandemia agravada por él en su país, ha reforzado su gran contribución a la alegría del planeta: ha dado tema a una ola de chistes que han colmado los medios.

Hasta se empieza a temer que, con su salida de la Casa Blanca, el mundo acabe extrañando a uno de los personajes más siniestros que ha dado país alguno. La incontinencia verbal ha movido a Trump, quizás como a ningún otro cabecilla del sistema, a mostrarse portador de una insuperada desfachatez. Este rasgo sustituye, en la perspectiva imperialista, a la honestidad, como en el Barak Obama que con respecto a Cuba proclamó que su país necesitaba cambiar de métodos, no de fines.

En texto divulgado por TeleSur afirma Erikmar M. Balza Guerrero: “Donald Trump ha sido la expresión más honesta de Estados Unidos que jamás hayamos visto en un presidente”, y el juicio se entiende a la luz de este otro, que lo antecede: “todos coincidimos en que [su administración] fue aberrante e indigna”.

Esa realidad le habrá dado el triunfo electoral a Joseph Biden, pero los votos alcanzados por Trump son record para un candidato derrotado: más de setenta y un millones. El dato muestra cuánto han calado en ese país el fanatismo político —y religioso: no olvidar el apoyo dado a Trump por los fundamentalistas llamados evangélicos—, el chovinismo, las discriminaciones criminales de distintas marcas, la ignorancia y otros males que hablan no ya de asomos fascistas, sino de fascismo en desarrollo.

De aquí al 20 de enero —fecha en que se supone que Biden tomará posesión de la Casa Blanca— pueden ocurrir muchas cosas. Se habla, por ejemplo, de manejos que podrían desatar una guerra contra Irán promovida por los Estados Unidos y su aliado azuzador, Israel, cuyo gobierno ha patrocinado el asesinato, cerca de Teherán, del científico iraní Mohsen Fakhrizadeh-Mahavadi.

Con respecto a la política de los Estados Unidos y las afinidades esenciales entre los dos partidos que allí alternan en la presidencia, existe un axioma: los demócratas hacen las guerras que preparan los republicanos. No lo olvidará el pueblo que derrotó en Girón a mercenarios de aquel imperio, cuando el demócrata John F. Kennedy dio curso al plan de la administración republicana de Dwight D. Eisenhower.

La mayoría del pueblo cubano tampoco ignorará que las tácticas imperialistas mutan,  se enmascaran. Si en Girón la potencia enemiga pretendía crear una cabeza de playa para sus operaciones, hoy puede buscar otros reductos, preferentemente urbanos, donde instalar mercenarios. Las armas fundamentales no son solo cañones a la vieja usanza, que no han desaparecido ni se han dejado de usar, pero en gran medida son remplazados por los de naturaleza cultural al servicio de los llamados “golpes blandos”.

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Luis Toledo Sande
Escritor, investigador y periodista cubano. Doctor en Ciencias Filológicas por la Universidad de La Habana. Autor de varios libros de distintos géneros. Ha ejercido la docencia universitaria y ha sido director del Centro de Estudios Martianos y subdirector de la revista Casa de las Américas. En la diplomacia se ha desempeñado como consejero cultural de la Embajada de Cuba en España. Entre otros reconocimientos ha recibido la Distinción Por la Cultura Nacional y el Premio de la Crítica de Ciencias Sociales, este último por su libro Cesto de llamas. Biografía de José Martí. (Velasco, Holguín, 1950).

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