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Fidel, sin adjetivos

hoja en blancoPido perdón por la imposibilidad. Se supone que una periodista ya haya dejado caer sobre la cuartilla las letras de su duelo y yo no solo voy rémora, fracasada y extraña, sino que aún creo que no he conseguido nombrar todas las sensaciones de manera que cualquier lector consternado aprecie un orden lógico en medio del caos sentimental.
Incluso le he puesto a mis letras un título mustio, sé que no es bello, pero me ha librado del adjetivo inexacto, de la frase inabarcable, de las reiteraciones. Me ha convencido él a mí, hoy que no puedo darme, si quiera, el lujo de la objetividad. Lo he dejado, también, porque hay palabras, nombres que lo dicen todo: Fidel. Cinco letras que hoy salvan a mis neuronas reticentes a pensar. Cinco letras que escribo desde el anti-periodismo; y lo aclaro por si alguien tiene capacidad a estas alturas de juzgar reiteraciones, incoherencias, ideas sosas…sepan que hoy soy todo menos periodista. Hoy solo soy una mujer que llora.

Y esa mujer se ha sentado ante la página en blanco para despojarse y ver si escribiendo llega el sosiego, una tregua que le permita volver a la vida predeterminada que se había pensado para el cortísimo futuro de dos días: sábado y domingo de lavar, limpiar, planchar, cocinar, jugar, leer, ver algo en la TV…nada sensacional, pero preferible al recogimiento doloroso de estar sin hacer nada y sin que el dolor se remedie. Ella no consigue elevarse a la categoría de mujer que llora y trabaja al mismo tiempo. Vergüenza siente. Vergüenza siento.

Si escribimos ambas (ahora la periodista intenta dictarle algo) es porque quieren reponerse, recomponerse. Nadie lo ha pedido, sospecho que los periódicos se hacen más por vicio que por ganas, más por disciplina que por la voluntad de salir, caminar y publicar la angustia colectiva que, teniendo tanto de aliento y fuerza, no consiguen, sin embargo, arrancarnos la tristeza. Todo se ha asumido luctuoso, fatídico e inesperado; ni siquiera porque, mortal al fin, tenía que morirse y 90 años parecían ya un ajustado reto a la vida que tantas veces expuso; ni siquiera porque a las 10: 29 del 25 de noviembre dejó de respirar y tal mutación convirtió a un símbolo vivo en un símbolo muerto, lo que poderosamente lo asciende a los cielos, a un simbolismo mayor…Ni siquiera vista la muerte de esa manera consiguen la periodista y yo resignarse a un duelo que hacía falta decretar solo en términos oficiales. Seguimos llorando.

En medio de ese torbellino escribo con la misma soltura de las lágrimas, si hay comas y puntos y párrafos es porque la periodista que llevo dentro me hala, me obliga a no ser solo la mujer que llora, aunque sea, sobre todo, eso ¿Cuántas letras coloco por lágrima? ¿Cuántas se van sin llanto? ¿Quién ha vencido a quién? ¿Hasta dónde la lucha? ¿Hasta dónde el forcejeo fatuo?

Mañana, lo sé, me expondré a otra hoja en blanco y no haré preguntas de este tipo. No hilvanaré ideas íntimas y lograré una crónica sobre Fidel. Pero perdónenme, ayer no pude hacer nada y hoy solo logré escribir esto.

Por Katia Siberia /

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Redacción Cubaperiodistas
Sitio de la Unión de Periodistas de Cuba

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