Julián del Casal. Ilustración: Isis de Lázaro Cubillas
CON DOS DEDOS

Julián del Casal, periodista

Rubén Darío —poeta, periodista y diplomático nicaragüense (1867-1916) escribió que la única vez que vio reír a Julián del Casal fue en la mañana de 1892  mientras visitaban la necrópolis de Colón, en La Habana.

En su extraordinaria Oda a Julián del Casal dice José Lezama Lima: “Pues habiendo vivido como un delfín muerto de sueño, / alcanzaste a morir muerto de risa”, pues, de sobremesa en una casa amiga, uno de los invitados hizo un chiste, y la carcajada en que prorrumpió el poeta le provocó la rotura de un aneurisma. Falleció poco después en medio de terribles dolores.

A veces se piensa que Casal  es  sólo el poeta. Es cierto. Ese hombre pobre, tímido y enfermo que, en una isla de sol, prefería quedarse a solas y a oscuras en su encierro enfermizo, es uno de los iniciadores de lo que en la América española se llamó modernismo, y, en el sentido más hondo de la frase, dice la crítica, un poeta exquisito.

Hay, sin embargo, algo más que en ocasiones se pasa por alto. Casal es también el periodista, y esa faceta de su quehacer le permitió calar hondo en la vida  de su época. Recuérdese si no la serie de crónicas que, bajo el título La sociedad de La Habana, dio a conocer en la revista La Habana Elegante y cuya primera entrega, dedicada al general Sabas Marín y su familia, ocasionó el secuestro, por parte del gobierno, del número en que se publicó, así como la cesantía del autor del cargo de escribiente que ocupaba en la Intendencia General de Hacienda y en la Junta de la Deuda, empleo, desde luego, muy humilde y mal remunerado, pero que le resultaba casi imprescindible para vivir

La serie, que llevaba el subtítulo de Ecos mundanos recogidos y publicados por el Conde de Camors —seudónimo escogido por el poeta para la ocasión—, estaba dedicada a Madame Juliette Lambert, escritora francesa muy admirada por el cubano. Casal pensó conformar un libro con las entregas que iría publicando La Habana Elegante, y de las cuales, en la `propia revista, se anunciaron 16, pero solo  cuatro vieron la luz, aunque una de ellas apareció en tres partes entre el 25 de marzo y el 24 de junio de 1888.

Otras dos, que podrían considerarse parte del mismo libro, se publicaron en mayo del año siguiente,  Un manojo de crónicas,  expresó el poeta Ángel Augier, que presenta “un panorama de costumbres y figuras de aquellos días y usó en los trazos descriptivos de la sociedad colonial toda la ironía implacable de su inconformidad cubana”.

Al Capitán General  sacaron de paso afirmaciones como estas:

“Teniendo la desdicha de estar rodeado de malos consejeros, el general se ha hecho antipático a sus subordinados. Tanto la prensa, a quien persigue tenazmente, como el comercio, a quien no ha querido escuchar, lo han dejado en el más terrible aislamiento. Todos comentan desfavorablemente sus actos gubernamentales”.

Antes había dicho;  “Respecto a su carácter, es altivo… impetuoso… arbitrario, de la arbitrariedad de monarca absoluto, según lo prueban sus disposiciones. Los que le rodean temen sus primeros arranques. Parece que firma sus decretos, no con pluma de acero, sino con la punta de la espada. Dícese que, en mejores tiempos, ha combatido en los campos de Venus. Asegúrase también que los médicos le han aconsejado la estricta observancia de las siete virtudes capitales”.

Escribió Casal más adelante: “Los salones de Palacio, notables por sus esplendores pasados, están convertidos en amplios museos de antigüedades… Los burócratas son los más asidos concurrentes a las vulgares recepciones del general Marín. // La Quinta de los Molinos… no se halla en mejor estado que la Capitanía General. El arte está proscrito en ambos lugares…”.

De la esposa de Sabas Marín,dijo : “ha sido dotada pródigamente por la madre Naturaleza. Todo lo que le falta a su esposo, se encuentra amontonado  en ella. La benevolencia,  la amabilidad y la ternura son sus rasgos distintivos.  Desde la altura de su posición, se digna fijar sus ojos en los que están a sus pies. Conocidas son del público sus ofrendas piadosas.  Se le llama La madre de los desheredados”.

Traza del General este retrato insuperable:

“De frente ancha, surcada de leves arrugas, por donde la calvicie se empieza a abrir paso; de ojos negros, luctuosamente negros, acostumbrados a presenciar los horrores de sangrientos campos de batalla; de nariz irregular, algo abierta, semejante a la de los emperadores romanos; de boca risueña, poco sensual, sombreada por luengos mostachos teñidos; de rostro agradable, bastante cárdeno, como el de toda persona que ha tomado grandes dosis de hierro; de  andar lento, mitad por sus achaques,  mitad por su naciente obesidad; tal es, en rápido bosquejo, la personalidad física del general Marín”.

Hernani. Alceste

El año 1889 fue intenso en la labor periodística de Casal. Quizás el más intenso. Su crónica sobre el general Manuel de Salamanca y aquella  que dedicó a las “damas del gran mundo”, pero carentes de títulos nobiliarios, son consideradas como adiciones a la ya aludida serie sobre La sociedad de La Habana. Colaboró en La Habana Elegante y El Fígaro con  páginas, a veces literarias y a veces periodísticas, y en La Discusión con lo que la crítica calificó como “artículos volanderos”. Sobresalen entre ellos el comentario al libro de Benjamín de Céspedes sobre el béisbol, en el cual ya se advierte el auge del popular deporte, la descripción de los festejos de la Nochebuena y la Navidad, y el reportaje sobre el Centro de Dependientes, institución que daba entonces sus pasos iniciales y que crecería con los años.

Sobrevino 1890 y sus colaboraciones literarias en La Habana Elegante y El Fígaro quedaron en un segundo plano. Fue una etapa en la que sobresale el periodista con sus crónicas casi diarias en La Discusión —entre enero y julio de ese año—, aparecidas bajo el seudónimo de Hernani. Y de septiembre a diciembre, de una crónica semanal en El País que firmó con el sobrenombre de Alceste.

Son comentarios ágiles sobre la actualidad social o artística, sobre personas, acontecimientos y efemérides. Sucede en ellas algo curioso. En ocasiones,  el periodista se fatiga o no encuentra el tema oportuno para finalizar su página e intercala entonces traducciones de grandes poetas o juicios sobre la obra de otros escritores. La columna de El País, Crónica dominical,  publicada bajo el título genérico de Folletín, término que no significaba en aquel momento lo que simbolizó después, sino que aludía a temas frívolos o ligeros; folletines que en la pluma del poeta pueden considerarse modelo del género.

En enero de 1891 la Crónica dominical de El País aparece como “Conversaciones dominicales”, superiores en temas y estilo a su antecesora, pero que duró solo hasta el 7 de febrero. A partir de ahí y hasta la muerte del escritor, su colaboración en las revistas literarias mencionadas, fue escasa. Al respecto escribió Ángel Augier: “Su fugaz incursión por el apasionante y sugestivo mundo del periodismo,  no fue alentadora”.

Dice en una carta que remitió a Esteban Borrego:

“Tampoco se extrañe de que, en lo sucesivo, no aparezca mi firma al pie de los folletines de El País. He renunciado al puesto, porque los suscriptores se quejaban de que nunca me ocupaba de fiestas, salones, teatros y cosas propias del folletín. Aunque el Director no me dijo nunca una palabra acerca de esto y me suplicó no abandonara el destino, resolví dejarlo de una vez, porque no estaba dispuesto a complacer a los suscriptores ni a tolerarles sus quejas. Después de todo, veo que tenían razón. Todo lo que yo escribía se resentía de mi sombrío estado de ánimo, muy distinto al de ellos, resultando que cada domingo les aplicaba, con mi folletín, una inyección de fastidio.

“Si no fueran todavía bastantes esos motivos, tenía para dejar el folletín, el de que me no me gusta estar muy a la vista de todo el  mundo, como allí lo estaba, porque mi ideal consiste hoy en vivir oscurecido, solo, arrinconado e invisible para todos, excepto para usted y dos o tres personas”.

Lo que dijo Martí

Julián del Casal nació en La Habana, el 7 de noviembre de 1863, y murió en su ciudad natal el 21 de octubre de 1893. Entonces José Martí escribió en Patria:

“Murió el pobre poeta y no le llegamos a conocer. ¡Así vamos todos, en esta pobre tierra nuestra, partido en dos, con nuestras energías regadas por el mundo, viviendo sin persona en los pueblos ajenos y con la persona extraña sentada en los sillones de nuestro pueblo propio! Nos agriamos en vez de amarnos. Nos encelamos en vez de abrir vía juntos. Nos queremos como por entre las rejas de una prisión. ¡En verdad que es tiempo de acabar! Ya Julián del Casal acabó, joven y triste. Quedan sus versos. La América lo quiere, por fino y por sincero. Las mujeres lo lloran”.

Foto del avatar
Ciro Bianchi Ross
Es un intelectual, periodista y ensayista cubano. Su ejecutoria profesional durante más de 55 años le ha permitido aparecer entre principales artífices del periodismo literario en la Isla. Cronista y sagaz entrevistador, ha investigado y escrito como pocos sobre la historia de Cuba republicana (1902-1958). Ha publicado, entre otros medios, en la revista Cuba Internacional y el diario Juventud Rebelde, de los cuales es columnista habitual. Premio Nacional de Periodismo "José Martí" en 2017.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *