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Che: palabra y ejemplo*

Con Hilda Guevara Gadea, Hildita, en el recuerdo

Esta nueva salida del canal Europa por Cuba rinde tributo a Ernesto Guevara, el Che, y propicia apuntar que, en gran medida, su palabra está publicada. Puede y debe reproducirse aún más, pero esencialmente se halla al alcance de quienes se acerquen a sus textos impresos o difundidos en internet. En lo que sigue se recordarán, sobre todo, las razones esenciales de su vigencia, que incluyen su palabra, pero van más allá de ella, con la que se enriquecen.

Aunque parezca una contradicción, la gran vigencia del Che radica en que sus ideas no han alcanzado aún la victoria que merecen, algo en lo que él no está solo. Basta recordar lo que significan para el mundo logros, todavía no conseguidos, de proyectos como el de Cristo, el de Karl Marx, el de José Martí, para creyentes y no creyentes. No está en juego la supervivencia de una religión o del ateísmo, de la presencia o la ausencia de religiones, sino de la humanidad y de los valores que ella necesita para vivir como debe hacerlo: con dignidad y en el sentido mayor de la justicia.

Si queremos saber qué tiene el contexto contemporáneo que reclama tener en cuenta, para su aplicación en la práctica, las ideas y el ejemplo del Che, pudiéramos decir que es la desvergüenza galopante que infecta al mundo guiado, manipulado, por el capitalismo. Tal desvergüenza explica aberraciones como que un rey corrupto juegue como si nada con el dinero de su nación, y sirva para los intentos de salvar un modo de gobierno como la monarquía, llamada a desaparecer, o que debió haber desaparecido ya.

Entre otras pruebas de la desvergüenza figuran los manejos de los medios desinformativos, de lo cual vale citar un caso reciente. Cualquiera que sea la actitud que se tenga ante un conflicto bélico, es inaceptable declarar suspendido un partido de fútbol —sobre todo por parte de quienes se jactan de mantener el deporte como una abstracción ajena a la política—, para quitarle el triunfo a Rusia y regalárselo a Israel en nombre de la paz, a un Israel que está bombardeando Siria y desde hace décadas masacra día tras día al pueblo palestino, expulsado de su tierra. Semejante maniobra “deportiva” es un desfachatado caso de aberración contra el cual el ejemplo del Che tiene mucho que seguir haciendo hoy en Europa, en todos los continentes, en el mundo en general.

Se dice, y es verdad, que el capitalismo tiene un gran aliado, un instrumento a su servicio, en el poder desinformativo. Pero más potente que ese aliado resulta para el sistema el servicio que le brinda la corrupción, a base de la cual prospera. Al mismo tiempo, la corrupción es una deformación (anti)humana que, cuando la cometen quienes deberían luchar contra el capitalismo pero egoístamente se dejan seducir por ganancias y beneficios personales, también abona el éxito del capitalismo, sistema que va por directo a destruir a la humanidad e incluso también su soporte físico, la Tierra. Y el Che fue, con su conducta diaria, un ejemplo vivo de luchador contra la corrupción.

Abrazados a ella, los medios desinformativos —maquinaria “cultural” desaforada, desvergonzada, de la que se vale el capitalismo— han desarrollado un modo de pensar que sirve para la perpetuación del sistema, quién sabe hasta cuándo. Con frecuencia, deformados por la necesidad de trabajar y trabajar enajenadamente para sobrevivir, y por la propaganda de esa maquinaria “cultural”, parece que amplios sectores de las masas populares se dicen a sí mismos: “Bueno, si los corruptos son quienes tienen éxito, vamos a votar por ellos, para ver si de paso nos resuelven nuestros problemas”. Pero esos corruptos viven precisamente de las penurias de los desposeídos, de los más humildes, a expensas de quienes prosperan los ricos.

Cuando hoy algún que otro parlamento, algún que otro medio de prensa, buscan infamar la imagen del Che para impedir, digamos, que una calle lleve su nombre, que se le rinda justo culto de honor a su memoria, evidencian una señal importante: saben lo peligroso que es para ellos el ejemplo del Che, hasta qué punto puede trasmitirles a las masas populares energía necesaria para luchar contra la explotación impuesta a los desposeídos, a los pobres de la tierra.

Para los revolucionarios, para quienes quieran ser revolucionarios —el eslabón más alto de la especie humana, decía el Che—, el ejemplo del Guerrillero Heroico es fundamental. No solo tuvo grandes ideas: predicó con sus actos. Su ejemplo personal fue la mayor fuerza suasoria con que contó. Reconoció la importancia de la teoría revolucionaria —que estudió a fondo—, pero prestó atención fundamental a la acción revolucionaria. Esa es una lección que le dejó al mundo.

También él pudo haber suscrito, pues de hecho expresa su pensamiento, una máxima que fue muy popular en Cuba y no ha perdido un ápice de su valor. La acuñó el Comandante Fidel Castro en su discurso del 2 de enero de 1963, al celebrarse el cuarto aniversario del triunfo de 1959: “el deber de todo revolucionario es hacer la Revolución”.

Cuando algunos, con aviesas intenciones, acusan al Che de guerrerista por su reclamo de crear dos, tres, muchos Vietnam, ignoran una verdad básica. Él hubiera querido que en el mundo surgieran muchos Vietnam como aquel que derrotó, humillantemente para ellas, a las fuerzas de los Estados Unidos, pero si alguien —o algo— propiciará que existan dos, tres, muchos Vietnam, no será precisamente, en lo principal, el ejemplo del Che. Será fruto de los crímenes cometidos por el capitalismo, que genera y seguirá generando fuerte oposición en su contra, por más influyentes que sean su maquinaria propagandística y sus recursos para ocultar la realidad.

Causa natural preocupación entre revolucionarios y revolucionarias la proliferación de imágenes del Che aprovechadas por el mercado. Él no debe reducirse nunca a eso, no debemos permitirlo. Hay incluso religiones que prohíben íconos en sus templos: temen —con razón, con sabiduría— que el culto a las imágenes visuales suplante la atención y el respeto que merecen las ideas que ellas supuesta o realmente representan. Pero, incluso cuando el mercado saque dividendos de camisetas, gorras y otros artículos con la imagen del Che, quizás esas mercancías también estimulen en numerosas personas el interés en saber, o saber más de lo que ya sepan, que representa el símbolo a quien se le rinde ese tipo de tributo. Así puede hacerse sentir aún más el verdadero valor del Che.

Grandes revolucionarios latinoamericanos han dicho cosas maravillosas, resumibles en que hay quienes hasta después de su muerte son útiles y dan luz de aurora. El Che es un ejemplo vivo de esos seres humanos. Y ciertamente, o asumimos legados como el suyo, uno de los grandes para transformar a la humanidad, o la humanidad terminará destruida, exterminada por el sistema capitalista, contra el cual luchó él heroicamente.

Para terminar esta intervención y saludar una vez más al equipo de Europa por Cuba y agradecer la importante labor que lleva a cabo, va algo que podría parecer banal, pero no lo es. El kufiyya, simbólico pañuelo que me acompaña, no está aquí por casualidad, sino para recordar una causa que tuvo y seguirá teniendo hoy en el Che un apasionado, lúcido y ejemplar defensor: la causa del pueblo palestino. A ella dan la espalda fuerzas criminales —en primer lugar, los Estados Unidos y la OTAN, y sus lacayos y cómplices— que presuntamente condenan las guerras cuando en realidad las promueven y capitalizan. Son las mismas fuerzas que guardan criminal silencio sobre la masacre de la que está siendo víctima el pueblo palestino, a manos del gobierno de Israel, uno de los principales instrumentos de la política expansionista, agresiva, voraz, genocida, inmoral, desvergonzada de los Estados Unidos y su OTAN.

* Transcripción, revisada por el autor, del audiovisual grabado para la directa del pasado domingo 12 de junio, del canal Europa por Cuba

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Luis Toledo Sande
Escritor, investigador y periodista cubano. Doctor en Ciencias Filológicas por la Universidad de La Habana. Autor de varios libros de distintos géneros. Ha ejercido la docencia universitaria y ha sido director del Centro de Estudios Martianos y subdirector de la revista Casa de las Américas. En la diplomacia se ha desempeñado como consejero cultural de la Embajada de Cuba en España. Entre otros reconocimientos ha recibido la Distinción Por la Cultura Nacional y el Premio de la Crítica de Ciencias Sociales, este último por su libro Cesto de llamas. Biografía de José Martí. (Velasco, Holguín, 1950).

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