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Un amigo de verdad

“No es este el relato de hazañas impresionantes. Es un trozo de dos vidas tomadas en un momento en que cursaron un determinado trecho, con identidad de aspiraciones y conjunción de ensueños”. Son las palabras iniciales de Diarios de Motocicleta, la película que narra la travesía de Ernesto Guevara y de Alberto Granado, quien este 8 de agosto hubiera cumplido 99 años.

La figura de Granados está indiscutiblemente ligada al Che, por la amistad que compartieron y por los lazos que forjaron en su andar a través de Sudamérica, donde ambos cambiaron completamente  la visión que tenían de la vida y el mundo que los rodeaba. Él fue espectador y partícipe de ese momento en que, dentro de aquel joven casi médico, comenzó a nacer el hombre cuyo epíteto recorrería varios continentes.

“Íbamos a conocer el mundo, pero el viaje nos cambió a los dos. Ernesto, por ejemplo, empezó a ser el Che; yo, aprendí que en vez de conocer el mundo había que transformarlo”, contó Granados alguna vez. Respecto a la emblemática moto que los llevó a cuestas durante cientos de kilómetros narró:

“La pérdida de la motocicleta no fue porque la abandonáramos, como se dice, sino porque la tuvimos que dejar. O dejábamos de viajar o dejábamos la moto, a pesar de que ella era mi segunda novia. Me había ayudado mucho, pero la tuve que dejar”.

Alberto estudió Ciencias Naturales y Farmacia, vocaciones heredadas de su familia. Según refirió  su hermano Tomás Granado al periódico Granma, el padre lo había encaminado hacia esa última profesión porque uno de sus tíos era dueño de una botica y necesitaba un farmacéutico;, sin embargo,  él no se contentó con eso y decidió especializarse en Bioquímica.

Después del mítico viaje, decidió quedarse un tiempo en Venezuela donde trabajó  en el leprosorio de Cabo Blanco para continuar estudiando esa enfermedad que tanto le intrigaba. Allí conoció a la que sería su esposa, Delia Duque, una de las enfermeras del lugar.

“Desde entonces, mi vida fue al lado de él, en cualquier sacrificio, en cualquier victoria, hasta el último día. Viví su alegría contagiosa, sus tristezas, la emoción con que un día llegó dispuesto a recoger, a dejarlo todo por irse a Cuba; la tierra donde se estaba realizando exactamente la sociedad que él había soñado”,  confesó Delia, su esposa, sobre aquellos días.

Granados y Cuba

En 1960, ocho años después de su viaje, ocurre el reencuentro definitivo entre los amigos de la adolescencia. Fue en Cuba, donde el Ché había hecho historia. La isla se asomaba como su nuevo destino, su nuevo hogar. Aquí presenció la invasión a Playa Girón y participó en la creación de la Escuela de Medicina de Santiago de Cuba.

Granados también fue fundador  del Instituto de Investigaciones Científicas, del Departamento de Investigaciones Pecuarias y del Centro Nacional de Sanidad Agropecuaria.

“Fundar significaba empezar de cero, pues allá no existía ni un local. Fueron jornadas de una sesión para construir y otra para las clases. Crecí viendo esos trabajos voluntarios de profesores y alumnos, como muestra fehaciente de una sociedad que se edificaba a sí misma, con la visión de la solidaridad, del pueblo unido y mi padre fue parte de eso”, relató años después su hijo Alberto.

Fue en Santiago de Cuba donde vio por última vez al Che, con quien había compartido tanto y a quien había acompañado en varias de sus “locuras”. “Sin anunciarse apareció Ernesto con Aleida March y una discreta guardia personal. Yo no sospeché que iba a despedirme del amigo para siempre”, recordó.

A pesar de que la vida lo separó de su amigo, muchas veces se encontró rememorando sus historias en común, hechos que  describió en sus libros Con el Che por Sudamérica, El Che confía en mí y Con el Che Guevara de Córdoba a La Habana.

“Pese al tiempo transcurrido, cuando tengo alguna duda aún me pregunto qué pensaría de eso el pelado. La respuesta siempre es fácil: como siempre te llevaba por la parte dura, por la de la honradez y la de los valores”.

Ocupó cargos de peso dentro del sector de la investigación científica en Cuba, rama de la que se jubiló en 1994, pues creía que “cuando uno lleva 30 años dirigiendo un departamento se convierte en un freno y debe irse para dar paso a los jóvenes”.

Alberto Granados falleció en La Habana el 5 de marzo de 2011. Sus cenizas reposan en las tres patrias que tuvo; Venezuela, Cuba y Argentina. En esta última, fueron depositadas en la Casa-Museo Che Guevara, donde nació ese gran amigo al que apoyó toda la vida.

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