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Pablo de la Torriente: símbolo del sacrificio supremo

Shaima llamó temprano y por la contentura de su voz noté que estaba emocionada: “¡Localizaron los restos de Pablo! Anoche te iba a llamar pero se me hizo muy tarde hablando con Víctor, que en ese momento tampoco  lo sabía”. En la tarde recibí un whatsapp de Mabiel dándome un link para abrir la noticia y complementaba lo anterior con una llamada telefónica resumida en esta frase de ella: “¡Lo feliz que debe de estar Víctor!”

Ahora una aclaración necesaria: Shaima tiene poco más de treinta años y es una centropabliana  de nueva generación, Mabiel anda por los treinta altos y también es pabliana de nueva generación, fue ella quien “descubrió” una foto de él, de Pablo, hasta entonces desconocida. En cuanto a Víctor, es el director fundador del Centro Cultural Pablo de la Torriente Brau y, en dos palabras, es el decano de los pablianos.

¿Y qué tuvo, tiene, Pablo para aglutinar de este modo al cabo de 85 años de su muerte? No podemos explicarlo aquí porque escaparía a la razón de estos apuntes, pero nos basta proponerle un acercamiento a su obra y a su vida, que son una misma cosa, donde la intrepidez, el talento y la entrega se entrecruzan.

Lo que sí vamos a explicar, o a  intentarlo a nuestra manera, es la importancia del hallazgo.

A tantos años de los hechos, considerando que no se le conocen herederos ni descendientes y tomando en cuenta que  vivimos en tiempos de pandemia, alguien —y está en su derecho— pudiera preguntarse si es esta una noticia realmente importante. Sí, categóricamente lo es, al menos para muchos, para cuantos aman y respetan el valor de los símbolos.

Más allá de un montón de huesecillos y cenizas y del resultado final de la aplicación de las técnicas científicas de identificación, esos restos conservan el valor de lo imperecedero, de lo inmaterial, de lo que nos acompaña cada día como patrimonio.

Se puede ser ateo, agnóstico, creyente; se puede ser de izquierda, comunista, de centro, de derecha, neoliberal. No importa a estos efectos.  Los símbolos rigen para todos, y el de la recuperación de los restos de un héroe es uno de ellos.

¡Cuánto no sufrieron sus compañeros de armas al no poder recuperar el cadáver de Martí, caído en manos enemigas! ¡Con cuánto celo protegieron sus leales subordinados los restos del Lugarteniente General Antonio Maceo, a los que dieron resguardada sepultura! Recordemos por igual cómo tras la caída del dictador Machado se practicaron exhumaciones en las caballerizas del Castillo de Atarés y fueron así recuperados los despojos de varios revolucionarios asesinados, entre ellos los de Félix Ernesto Alpízar, para ser velados con honores en el recinto universitario. Abundan los ejemplos y el lector puede incorporarlos por sí mismo. Tal vez uno de los más conmovedores, el regreso a la patria de los restos de los combatientes internacionalistas cubanos caídos en otras latitudes, para ser sembrados definitivamente en su patria.

Es práctica, es tradición, es cuestión de honor en los ejércitos, arriesgar la vida propia si fuera preciso por salvar la del compañero herido y recobrar sus restos a cualquier precio. Ellos, los caídos, son el símbolo del sacrificio supremo: el de la vida.

Por decenas de años, primero los compañeros de Pablo y desaparecidos ya estos, las autoridades cubanas con el apoyo de funcionarios del Gobierno español, han indagado calladamente acerca del destino de  los restos de Pablo. Al fin, ahora, parecen haber sido identificados. Y ese puñado de tierra y cenizas volverá a Cuba.

Cuando eso suceda y ojala sea pronto porque es este el del 120 aniversario de su natalicio, podremos exclamar: ¡Bienvenido a casa, querido Pablo!

(Tomado del sitio web del CENTRO CULTURAL PABLO DE LA TORRIENTE BRAU)

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Leonardo Depestre Catony
Escritor, periodista e investigador destacado. Autor de numerosas obras y colaborador asiduo de publicaciones seriadas y digitales cubanas.

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