EFEMÉRIDES

El ejemplo de Marcelo Salado

Ernesto Vera Méndez (Sagua la Grande, 1929 -La Habana, 2016), destacado combatiente del Movimiento 26 de Julio y reconocido periodista cubano, director de los diarios La Calle y La Tarde y tras el triunfo de la Revolución fundador del periódico Granma, además de presidente de la Unión de Periodistas de Cuba y presidente de honor de la Organización Internacional de Periodistas y de la Federación Latinoamericana de Periodistas (FELAP), entre otros relevantes cargos, expresó años después del asesinato del combatiente Marcelo Salado Lastra  —su compañero y amigo— que cuando este fue nuevamente encarcelado, en mayo de 1957, muchos de quienes compartieron la cárcel con él, le deben la vida a sus enseñanzas sobre el clandestinaje, y a los métodos que les instruyó para burlar la acción represiva del régimen batistiano.

Marcelo, joven mártir

Este 9 de abril se vale evocar la figura del joven Marcelo, nacido en Caibarién el 21 de mayo de 1927, y poco antes de cumplir los 31 años de edad, acribillado a balazos durante la Huelga General ocurrida en Cuba en este día del año 1958, convocada por la dirección nacional del Movimiento 26 de Julio. Acontecimiento protagonizado por centenares de combatientes, en su gran mayoría jóvenes obreros y trabajadores humildes, con el objetivo de paralizar a la nación y desatar un movimiento de masas que propiciara el derrumbe de la dictadura de Fulgencio Batista.

Los primeros años de vida de Marcelo transcurrieron en su ciudad natal —situada en la costa noreste de la entonces provincia de Las Villas, hoy Villa Clara—, donde aprendió a conocer y amar el mar, una de sus grandes pasiones, motivo por el que se fabricó una escopeta de caña brava y con una careta de buceo comenzó a ejercitar la pesca submarina, deporte en el que llegó a ser campeón nacional en el año 1956.

Matriculó la enseñanza primaria en el Colegio Presbiteriano La Progresiva, fundado el 11 de noviembre de 1900  en Cárdenas, Matanzas, por el Reverendo Dr. Robert L. Wharton, donde actualmente radica la Escuela Primaria que lleva su nombre. Por aquel tiempo la institución contaba con dos dependencias, en una funcionaban los grados de primero a cuarto con dos maestras que atendían, una primero y segundo grados y la otra tercero y cuarto. De allí, los alumnos pasaban a la escuela primaria principal, si sus expedientes así lo aconsejaban.

En La Progresiva conoció a José Antonio Echeverría, quien luego devino presidente de la Federación Estudiantil Universitaria, con quien estableció fuertes lazos de amistad, pues ambos compartieron ideas y preocupaciones revolucionarias, además de un gran afecto basado en sus respectivos intereses personales con el fin de derrocar a la dictadura batistiana, nexo que luego se completó con la no menos vigorosa relación con Fructuoso Rodríguez y Juan Pedro Carbó Servia.

Posteriormente, al terminar la primaria superior (octavo grado), Marcelo matriculó en el Instituto de Segunda Enseñanza de Remedios, pero ante la corrupción del profesorado existente en la época, solo concluyó dos años de bachillerato y comenzó a trabajar. No obstante no abandonó los estudios, y realizó cursos emergentes para hacerse profesor de Educación Física, adquiriendo así los créditos suficientes para obtener el título que entonces expedía el Ministerio de Educación.

Fuerte de espíritu y un gran martiano

El pensamiento revolucionario de este joven se fomentó desde la adolescencia. Estudioso del ser humano, fue capaz de definir psicologías y personalidades con poco margen de error. Era como un psicólogo innato que se caracterizaba por su carácter sensible y cariñoso, amén de su atractivo, con admirable fortaleza física y espiritual, amén de un desmedido amor por su familia y sus semejantes. Marcelo era asimismo fuerte de espíritu y un gran martiano, devoción que exaltaba en sus funciones como maestro. Era fans de los deportes, especialmente la pesca, la natación y la gimnasia. Para quienes lo conocieron, fue un modelo de ejemplaridad, disciplina y entrega a la causa en defensa de la libertad de los humildes.

Esa humanística condición puede apreciarse en un fragmento tomado entre una de las muchas cartas que le escribió a su hermano desde La Habana: “no abandones nunca tu espíritu de lucha, desinterés y amor por la humanidad, confío que alguna vez cese el abuso norteño que nos exprime y que sepamos darnos a nosotros mismo un sistema de gobierno decoroso”.

Inspirado en el ejemplo de Fidel Castro y de muchos de los jóvenes revolucionarios de su  época, militó en varios grupos insurreccionales. A sugerencia de José Antonio Echevarría,  fue considerado como uno de los posibles asaltantes al Palacio Presidencial, el 13 de marzo de 1957, lo cual no se concretó al no ser avisado oportunamente.  Sin embargo, junto a Sergio González (El Curita), participó en el rescate de un camión con armas abandonado en el barrio de Lawton, las que estaban contempladas en el apoyo a los asaltantes y posteriormente fueron enviadas al Ejército Rebelde, en la Sierra Maestra.

Calificado por sus compañeros como uno de los combatientes clandestinos más inteligentes, cultos y valientes en la lucha contra el batistato en el territorio habanero, lleno de inquietudes sociales desde su adolescencia, el rebelde caibariense, ya radicado en la capital, se vinculó al Movimiento de la Nación, al cual perteneció hasta la detención de sus principales jefes y buena parte de sus militantes, entre estos él, suceso que ocurrió el 4 de mayo de 1956. El carismático luchador fue entonces remitido, junto con varios de sus camaradas, al Castillo del Príncipe, donde pudo conocer y relacionarse con algunos integrantes del Movimiento 26 de Julio, organización en la que ingresó para prontamente desempeñar múltiples e importantes responsabilidades.

“Después de su primera detención y encarcelamiento se entregó en cuerpo y alma a la Revolución, lo cual alcanza su más alto nivel a partir de la llegada a La Habana de Faustino Pérez y Frank País, a finales de 1956, con la misión de reorganizar el Movimiento 26 de Julio. Fue en el apartamento donde vivía Marcelo donde se realizó una de las primeras reuniones de ambos dirigentes, situado en la calle Montero Sánchez 26, en el Vedado”, asegura el Doctor Rolando Álvarez Estévez en su documentado artículo titulado  Marcelo Salado: Comandante muerto en campaña el 9 de abril de 1958.

Estruendoso plan

El 5 de abril de 1957, con motivo de la convocatoria hecha por el régimen de Batista de reunir en el Palacio Presidencial a un número significativo de acaudalados burgueses, entre estos dueños de industrias, ganaderos, banqueros, políticos de partidos que apoyaban a la dictadura, y otros, el intrépido revolucionario intentó hacer fracasar aquel encuentro para lo cual llevó a cabo un estruendoso plan consistente en que cuando el sicario presidente de la República estuviera haciendo uso de la palabra, hacer accionar innumerables explosivos y disparos desde algunos hoteles cercanos, en los que se hospedaron varios luchadores clandestinos, entre ellos Oscar Lucero, Sergio González (El Curita) y Arístides Viera, amén del propio Marcelo.

Fichado por esa y otras actividades subversivas en contra del gobierno tiránico, volvió a ser detenido el 22 de mayo de 1957, ocasión en que fue llevado al Vivac del Castillo del Príncipe donde ya había más de 200 presos políticos, entre otros Ernesto Vera, combatiente destacado del Movimiento 26 de Julio.  Allí impartió clases de defensa personal, de cómo burlar la represión policíaca y en especial, conferencias sobre la educación física. También escribió un amplio ensayo sobre la Educación Física y el deporte en Cuba.

“Yo siempre seré como el mar, libre…”

El carisma y nobleza de este muchacho se revelaba en sus recurrentes interpretaciones de canciones que de alguna forma u otra aludían al mar, al cual identificaba con sus ansias de libertad, sin tener que soportar el cruento destino que a los cubanos imponía el oprobioso gobierno de Batista, criterio que en una ocasión le expresó a su padre en una carta: “Yo siempre seré como el mar, libre, muy libre…Yo siempre seré un hombre libre”.

En otra misiva dirigida a su progenitor desde la capital apuntaba: “Confío que alguna vez cese el abuso del norteño soberbio… entonces valdrá la pena vivir en Cuba y estaremos más orgullosos de ser cubanos”.

Muchas otras cartas les escribió a sus padres y hermanos durante el tiempo en que permaneció en La Habana. Entre estas hay una fechada el 11 de septiembre de 1957, en la que se dolía y criticaba “a quienes se divertían al tiempo que mueren sus hermanos tratando de salvar la mancha de la patria para que todos podamos sentirnos satisfechos de una patria limpia”; mientras que en otra misiva del 9 de noviembre del mismo año le decía al viejo, que tenía “mucho trabajo, entusiasmo y más optimismo que nunca”, por esa fecha ya firmaba con el seudónimo de Segundo, porque era segundo al mando después de Faustino Pérez, del Movimiento 26 de Julio en La Habana.

La génesis de la Huelga del 9 de abril de 1958 se encuentra en los sucesos del 26 de julio de 1953, cuando un grupo de jóvenes cubanos, liderados por Fidel Castro, que pasaría a la historia como la Generación del Centenario, se propuso desencadenar la lucha armada contra la dictadura de Fulgencio Batista y a pesar de su derroche de valentía y dignidad, los asaltantes —inferiores en número y armas— no pudieron tomar la fortaleza. La orden del dictador fue eliminar a diez revolucionarios por cada soldado del régimen, muerto en combate. La masacre se generalizó y fueron asesinados la mayoría de los asaltantes. Los sobrevivientes fueron detenidos tras feroz cacería, enjuiciados y condenados a prisión.

Creadas las condiciones para la Huelga

Vale apuntar que en los primeros meses de 1958 la Dirección del Llano del Movimiento 26 de Julio, consideró que estaban dadas las condiciones para desatar una huelga general revolucionaria en todo el país. No obstante, la jefatura del Ejército Rebelde se oponía a las acciones precipitadas en las ciudades, a una huelga, sin el apoyo armado necesario. Independientemente de su criterio, en aras de la unidad de acción contra la tiranía el 12 de marzo Fidel Castro lanzó un manifiesto al pueblo para convocarlo a la huelga general y cursó órdenes a los comandantes y jefes de frentes para que desplegaran acciones de apoyo a la huelga.

Atento a los incidentes, pero sin conocer a ciencia cierta lo que ocurría en La Habana y en el resto del país, Marcelo estaba —junto con Oscar Lucero, Oscar Alvarado, Ramona Barber, Esperanza Sanjurjo, Mirta Cuervo y Pedro Julio Salado— en el Estado Mayor de las Milicias del Movimiento 26 de Julio, en la Habana, en el edificio Chibás, ubicado en la calle G No. 573, séptimo piso, en el Vedado.

Desesperado por tener noticias sobre las acciones previstas en las calles de La Habana, en las que realmente se combatía con valentía y espíritu revolucionario, con escasas armas y frente a los cuerpos élites de las fuerzas opresoras de la dictadura. Muchos menos informes pudo tener sobre lo que sucedía en el resto del país, donde se realizaron numerosas operaciones, entre las que se destacan los combates en la ciudad de Sagua la Grande, la cual estuvo en manos de los revolucionarios por más de 24 horas.

El joven rebelde no pudo saber que el comando que dirigió Marcelo Plá pretendió capturar unas setenta escopetas y otras armas, en la armería de La Habana Vieja, para equipar a los combatientes que apoyarían el desarrollo de la huelga, pero no pudo salir de la zona y cayeron combatiendo heroicamente en esas calles Carlos Astiazarraín, Marcelo Muñoz, Roberto Casals y Reynaldo Arlet.

El vil asesinato

Por tal motivo, poco antes de las tres de la tarde tomó la decisión de abandonar ese lugar en compañía de la combatiente Ramona Barber en busca de informaciones. Había observado que el transporte funcionaba normalmente. Cuando ambos se acercaban a la gasolinera de 25 y G, Marcelo fue identificado por el traidor Ramón Calviño Insua, antes integrante del Movimiento y después agente represivo bajo las órdenes del asesino Esteban Ventura.  Calviño y otros, dispararon sus armas —primero por la espalda— contra el cuerpo de Marcelo, dejándolo sin vida.  Por su parte, Ramona Barber salvó su vida segundos antes al obedecer una orden de Marcelo de separarse de él y ser cobijada en la oficina de la citada gasolinera.

El cuerpo sin vida de Marcelo fue tirado en el maletero de uno de los autos de los genízaros.  Después de muchas horas de sufrimiento y humillación para recuperar el cuerpo de su hijo, su padre, pudo observar con gran dolor el estado que mostraba su cuerpo acribillado con 33 perforaciones de balas.

Los esbirros de Ventura mantuvieron aislado el cadáver de Marcelo durante más de 24 horas de su deceso. Ya avanzada la noche del 10 de abril se lo entregaron a sus familiares. Varios integrantes del  Movimiento 26 de Julio le quisieron  rendir tributo de respeto cuando se hallaba expuesto en la funeraria, pero les fue imposible, pues el local estaba tomado por fuerzas policíacas y sus principales jefes, quienes pocas horas después solo autorizaron que en el entierro del jefe clandestino solo participaran sus padres y su amigo cercano.  Todo ello bajo una gran intimidación y terror, de lo cual se encargó en persona el capitán Peñate, jefe de la Novena Estación de Policía.

Comandante muerto en campaña

Pocos días después, el padre de Marcelo, recibió a Faustino Pérez, jefe del Movimiento, en la casa de Esperanza Sanjurjo, en la calle 10, entre 23 y 25 en el Vedado, donde este último le entregó los distintivos de Comandante muerto en campaña, merecidos por su hijo, por su valor y entrega a la Revolución  Así, en silencio y con la mayor compartimentación, se reconocía, con los más altos honores militares, la ejecutoria de aquel audaz y valiente joven quien siempre estuvo consciente del riesgo que corría su vida lo cual enfrentó con la mayor decisión.

En la capital se calculan en unos 32 los revolucionarios caídos el día de la huelga y en momentos posteriores, y más de 130 en todo el país, a lo que se debe sumar cientos de detenidos, torturados y encarcelados.

La conmoción producida en todo el país por los hechos del 9 de abril fue intensificada por la brutal represión desatada por el régimen, que dejó el saldo doloroso de más de un centenar de combatientes caídos. A pesar de la magnitud de esta memorable jornada, no logró el objetivo principal propuesto, ya que el conjunto de las acciones realizadas no tuvo suficiente alcance y sincronización como para desencadenar la huelga general revolucionaria y provocar el colapso final de la tiranía. La frustración de aquel objetivo situó al movimiento revolucionario en uno de los momentos más difíciles.

La hija que no pudo conocer

Hay un triste hecho relacionado con la caída de Marcelo Salado y es que ese mismo día su esposa Marta Cuervo traía al mundo a su  primera hija en una clínica particular de La Habana. Muy cerca de ella, sin saberlo, del vientre de la joven Hortensia Ruiz también nacía la primogénita de otro mártir del 9 de abril, Pepe Prieto, cuyo cadáver fue reconocido dos días después por Chiqui Mosquera. Tenía deformada la cara de los golpes e igualmente estaba acribillado a balazos.

Las niñas crecieron con el amor de ambas madres, acompañadas de sus familiares, del aliento que los compañeros de sus esposos les brindaron, y ya mayorcitas, rodeadas de las fotos y las anécdotas de la vida heroica y truncada de sus padres.

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