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Blanquito: una historia de raíces y semillas

Autocaricatura.

Sentado en la gran mesa de madera del salón multipropósito de la Unión de Periodistas de Cuba (Upec), Hugo Rius leía el acta del jurado del Premio Nacional de Periodismo “José Martí”. Por alguna jugarreta del destino, el profe Hugo asumía en ese 2018 la labor de la presidenta del jurado, Juanita Carrasco.

Tenso el ambiente por la emoción, se daban a conocer los ganadores del más importante lauro que entrega la Upec para reconocer la impronta de toda una vida dedicada a la profesión de informar. A las puertas de un nuevo Congreso de la organización, se entregaban de manera excepcional siete “José Martí”.

Del primer congratulado, Hugo leía parsimonioso una cronicada síntesis biográfica:

“Su vasta obra creadora ha quedado plasmada en caricaturas editoriales y de personalidades, 29 exposiciones, 22 libros, diseños gráficos, dibujos e ilustraciones en publicaciones y por lo menos 40 premios en concursos, salones y bienales.

“Ha transitado con notable éxito en el complejo artificio de personajes que se han convertido en entrañables seres para niños y adultos como los de Ay Vecinos por solo mencionar uno de los más representativos de cuantos han nacido de sus trazos y que ha contribuido y siguen contribuyendo a la educación patriótica y a la siempre necesaria imaginería infantil, cultivada en la Edad de Oro”.

Caricatura de Blanquito al periodista Guillermo Cabrera Álvarez.

Con los ojos “aguados”, Blanquito se daba en cuenta que escucha un resumen de sus más de seis décadas de trabajo. Unos minutos después, cuando la lista de premiados –José Aurelio Paz, Ciro Bianchi, Magali García, Elson Concepción, Tomás Oliveros y Manuel Guerrero- que lo acompañaba fue de conocimiento público, el enjuto humorista gráfico agradecía ante los micrófonos y cámaras de la prensa asistente.

Mientras el puño izquierdo descansaba en la mano derecha, y estiraba sus dos brazos encima del rostro en señal de victoria, el creador de miles de trazos sonreía ante los presentes en el salón. A sus 87 años vibraba con la lozanía de una rama nueva de roble.

Francisco Pascasio Blanco Ávila, Blanco como firma o Blanquito como lo llaman los amigos, integraba desde ese 24 de febrero de 2018 lo que podría considerarse como el Salón de la Fama del periodismo cubano. Una cofradía a la que, con méritos y capacidades más que probadas, muchos se marchan de este mundo sin entrar.

Y a la que, proporcionalmente respecto a otras especialidades del periodismo, pocos cultores del humor gráfico como él pertenecen: Luis Felipe Wilson (1999), Manuel Hernández Valdés (2001), Virgilio Martínez Gaínza (2003) y Pedro Méndez Suárez (2016).

 

Cápsula televisiva, de la serie Glorias del Periodismo Cubano, realizada por Roberto Chile, 2009.

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Blanquito nos explica a la periodista María Carla y a mí sus inicios como linotipista, oficio que aprendiera a los 14 años de sus tíos. Así, fundiendo plomos, comenzó en El Mundo, diario en el que posteriormente ejercería como uno de sus caricaturistas editoriales, entre 1959 y 1965. Sentado en su cama, mientras llega de la cocina anexa el olor que desprende la cafetera montada, pone las manos en modo de balanza al tiempo que discurren metáforas sobre la vida como un cachumbambé.

En la entrevista que se le realizara en el año 2017.

Dice María Carla que él tiene una visión pendular de la realidad, y así lo deja plasmado en un subtítulo de la entrevista que nació de esta visita, realizada en 2017; y dando paso a la parte en la que Blanquito sentencia qué es hacer reír con agudeza: “A mí me lo explicaron una vez: tienes que trazarte una línea que mientras más te acerques mejor humorista eres. ¡Eso sí¡ Si la pisas te incineras porque tiene 33 mil voltios”.

En lo que cuela el café, otro comentario nos deja entrever el impulso que insufla su irreverencia creativa: “Nosotros (los cubanos) tenemos una cultura que es revolucionaria y radical, es decir, que viene de las raíces. Para mí esa es nuestra principal fortaleza. Cuando un cubano dice «No» es «No, no y no»”.

Blanquito, de niño.

Antes de movernos a la sala de la casa de puntal alto del barrio de Luyanó en el municipio habanero de Diez de Octubre donde ha vivido desde su adolescencia, nos percatamos de los tesoros resguardados en su cuarto-oficina: su primer dibujo, el de un boxeador que publicara en la revista Fotos en el año 1948, a los 18 años, cuelga enmarcado en la pared; y en un mueble de madera descansan, quizás poco más de una docena de sobres plásticos, con varias de sus obras y una cantidad nada despreciable de libros, folletos y revistas.

Ahora en la sala, hablamos de la tradición del humorismo gráfico en Cuba, de sus exponentes, de publicaciones, de la necesidad de más espacio para socializar la creación…

De ¡Ay vecino!, su viñeta más conocida, nos cuenta que se publicó por primera vez el 27 de abril de 1967 en Palante. La historieta aboga por la estética minimalista, en respuesta a las características de la tipografía de la época. Los protagonistas, desde los balcones coloniales de sus hogares, han discurrido en una secuencia de cuatro viñetas. Con dosis de costumbrismo han estado presentes en más de tres mil entregas, en las que palpan la sociedad cubana y los temas que la pulsan.

“En mi opinión, –reflexiona su creador–, el éxito estribaba en que había utilizado la fórmula del contraste humorístico: (blanco-negro) tan viejo como nuestro teatro bufo convertido en el vernáculo del negrito y el gallego; en las tiras cómicas yanquis con Benitín y Eneas (alto-bajo). En el cine aún mudo entre los comediantes (gordo-flaco) Stan Laurel y Oliver Hardy; o más acá, en tiempos de la radio y la televisión (hombre-mujer) con Cachucha y Ramón”.

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Abril 10 de 2021, 7:52 de la mañana: “Ha muerto Blanquito”, escucho mediante una llamada.

“Ha muerto Blanquito y perdemos su jovialidad”, reflexiono, con el word abierto, en medio del texto que estuviera escribiendo por días, al ser su onomástico número 90 uno de los motivos que festeja la edición XXII de la Bienal Internacional de Humorismo Gráfico cubana que comienza mañana.

“Blanquito ya no está”, recuerdo y reflexiono, reflexiono y rememoro. A la mente viene aquella mañana en que me atrapó, justo en la punta de la escalera de mármol de la Casa de la Prensa nacional, y conversamos un largo rato. Era 2013, o tal vez 2015, él llegaba casi dos horas antes a una de las reuniones del comité organizador, previas a la edición de la Bienal de esa fecha. Salía de casa con el tiempo suficiente de antelación para sortear los avatares diarios del transporte público en la capital.

En algún momento de la charla, dominada casi por completo por su verbo, me puso una mano en el hombro, y con en un tono serio dijo que era yo un joven que sabía escuchar. Él no sabe que me removió el piso con sus palabras, y tampoco sabrá que desde ese día me prometí a mí mismo, dejar de oír y siempre escuchar.

Igualmente, de aquella conversación junto a María Carla en una tarde de 2017, me quedó grabada una anécdota que para él resultó intrascendente pero muestra uno de los valores del líder, el de no pedirle nunca a su gente nada que él no sea capaz de asumir como el primero.

Graduado de la Escuela Profesional de Periodismo “Manuel Márquez Sterling” en 1958, Blanquito pasó de fundador de Palante, a director de la publicación humorística entre 1970 y 1985. “Hay que estudiar y superarse”, le exigió a su gente sabiendo de cuánto el conocimiento y la cultura inciden en la factura final de una pieza de humor gráfico, y para romper el hielo se matriculó en la Universidad de La Habana, licenciándose en Periodismo en 1978.

Ernesto Vera, artífice de la Editorial Pablo de la Torriente de la Upec, invitó a Blanquito a colaborar con el proyecto que pondría a disposición de los periodistas de la Isla una producción editorial que apoyara su formación y superación.

Allí, junto a los veteranos y reconocidos Manolo Pérez y Cecilio Avilés, además de otros magazines organizó la publicación de El Muñe, un tabloide quincenal acompañado de talleres de historietas para jóvenes que querían aprender del género. De ese modo Blanquito afianzó raíces en el desarrollo del humorismo gráfico nacional y plantó semillas convertidas, luego, en una nueva hornada de creadores de trazos.

“Los diez años más felices de mi vida, los pasé en la Editorial”, le confesaría al colega Pablo Noa en un trabajo con motivo del aniversario de “la Pablo”.

Y a la periodista Flor de Paz, en una entrevista aún inédita para Cubaperiodistas, le comentaría que anhelaba llegar a sus 90, cumpleaños que logró sobrepasar.

Se nos fue Blanquito en abril, sin embargo, no se ha marchado del todo. El padre de ¡Ay vecino! regresa en cada nuevo trazo, en cada conversación que sobre humor gráfico se tenga en Cuba. Regresa cuando se habla de Bienales, de salones expositivos y competitivos, de caricaturas, de humor político, de rasgos y formas que fustigan con un cascabel en la punta.

Asimismo, llega Blanquito, perdurable en aquella imagen de niño-hombre, con un gorro de papel en la cabeza semejando El Loquito de René de la Nuez, y dejando su huella y firma en el mural colectivo de la Bienal del Humor de la Villa de San Antonio de los Baños.

 

One thought on “Blanquito: una historia de raíces y semillas

  1. Tan bueno como artista, así lo será siempre como amigo. De simple linotipista en el, periódico El Mundo, donde nos conocimos, se convirtió en figura reconocida del humorismo gráfico cubano. A Blanquito mi aplauso.

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