FIEL DEL LENGUAJE

Fiel del lenguaje 57 / Comer soga no es siempre malo

Como geófagas y avasalladoras han sido y son las potencias dominantes en su desarrollo y en su ensanchamiento —Inglaterra, donde nació, y los Estados Unidos, hija putativa de aquella—, lexicófago y avasallador es el idioma inglés. Cuenta con apoyo tecnológico, comercial y mediático, y con el servicio de quienes por inercia o actitud colonizada, o impreparación, se dejan avasallar. Usar esa lengua no implica ignorar por qué se expande como lo hace.

No es necesario reiterar juicios expresados por el autor, en la columna y fuera de ella, para sostener que el inglés invade el mundo, y no siempre por necesidad comunicativa. El presente artículo roza dos muestras del poderío que ese idioma tiene o se le otorga. El arrinconamiento de alquilar y alquiler en beneficio de la familia rent es una de ellas.

Tal corriente puede fluir sobre deslumbramientos, y sobre prácticas e intereses asociados a servicios turísticos. Aunque no toda la población del planeta ni todos los turistas son anglohablantes, ni tienen el inglés como segundo idioma, tampoco en Cuba han faltado tendencias a privilegiarlo. Se hace así de él una lingua franca, como si las personas visitantes estuvieran obligadas a conocerla.

La otra muestra aludida de puertas que se ofrecen al inglés se halla en el ímpetu con que se han puesto de moda los vocablos resiliente y resiliencia. Quizás se diga: ¿cómo relacionar ese hecho con la expansión del inglés si ambos vienen del latín? Sucede que no nos llegaron precisamente de esa lengua, sino por medio del inglés, y eso confirma la lexicofagia y el expansionismo del idioma que, en lo tocante a la ciencia y la tecnología, ¡y al mercado!, asume el papel de lingua franca antaño desempeñado por el latín, idioma de otro imperio, el romano, al cual sobrevivió.

Lo sobrevivió como base de las lenguas que se llaman romances debido a ese ancestro, y porque perduró en la comunicación para la ciencia y la tecnología. Aunque se tenga la impresión de que se le agradece al inglés —el propio Diccionario de la Real Academia Española lo da como pasado por ese idioma—, el uso hoy de video revive el sustantivo latino que se escribía así y se pronunciaba uídeo, porque en latín la v equivalía a la vocal u. De ahí, y de la influencia del inglés, hay lugares donde se dice vídeo, lo que no está Cuba obligada a imitar.

Los vocablos resiliencia y resiliente designaban, en latín, la capacidad de algunos materiales para recuperar su forma original cuando cesan las fuerzas que los han sacado de ella temporalmente. Ejemplo ostensible son los espirales hechos con aleaciones que los habilitan para que se estiren y vuelvan a su tamaño anterior.

La entrega 41 de “Fiel del lenguaje” apuntó que el triunfo actual de resiliencia y resiliente viene de que el científico canadiense Crawford Stanley Holling los tomó del latín y los aplicó en 1973 —en inglés: resilience y resilient— a sistemas ecológicos. Con la fuerza adquirida por esa lengua y el pragmatismo que suele signarla, inundaron la sociología y la comunicación general, como si no existieran resistencia y resistente.

Dos detalles deben ampliar lo dicho en la citada entrega de la columna. Va el primero: no es fortuito que, encargada de atender una lengua romance, la Real Academia Española ubique también el punto de partida de resiliente —y de otras voces de igual origen, como video— en su caldera inglesa. Sin las abreviaturas que pueden dificultar comprenderla, he aquí su definición de resiliente: “Del inglés resilient, y este del latín resiliens, -entis, participio activo de resilīre ‘saltar hacia atrás, rebotar’, ‘replegarse’”.

Y va el otro detalle anunciado: prospera decir que Cuba necesita ser resiliente, pero ella debe resistir y avanzar con creatividad, por su propio camino, hacia el futuro, no amoldarse a la inactividad, ni imitar el estira-y-encoge del espiral. La convocan el ascenso, no la parálisis ni el salto hacia atrás, no el rebote pragmático, ni el repliegue.

La incorporación del vocablo italiano spaghetti al español aporta su propia curiosidad: el uso le aplicó normas de la lengua receptora, y de ahí espagueti, en singular, y espaguetis, en plural. Sin embargo, el singular italiano es spago, y spaghi el plural, que significan cordel y cordeles (o cuerda y cuerdas), con sus diminutivos spaghetto y spaghetti. En ese caso la metáfora comer soga puede ser estimulante, no calamitosa.

En español habrían sido válidas las formas espagueto y espaguetos, pero triunfaron las del plural, predominante en la cotidianidad italiana (producir, comprar, cocinar, comer “los espaguetis”: gli spaghetti), aunque se usen ambas. Vale anotar que en español resultan válidos el singular genérico “comí frijol” y el plural “comí frijoles”.

La creación de la popular pasta se remonta a la China anterior a Leonardo Da Vinci, aunque allí se hicieran con harina de soya, no de trigo. Si se le atribuye al genio renacentista, al igual que el nombre de spago mangiabile (cordel comestible), tal vez se deba a la celebridad del personaje, quien ideó una máquina para producirla, o al eurocentrismo que ha dominado el mundo, o al prestigio de la cocina italiana, o a la gracia sonora que al menos en el ámbito romance se le siente a esa lengua.

Con sketch usado en español se violentan por lo general el idioma de origen, el inglés, y el receptor. Hasta profesionales del teatro anuncian la puesta de “varios sketch”, lo cual resulta incorrecto para las normas y el funcionamiento de ambas lenguas: sketch tiene su plural, sketches, que es coherente y correcto mantener en español.

Así como sketch, que también significa apunte o esbozo, es familiar en el ámbito artístico por su acepción de obra teatral breve, para el deportivo es familiar, en su significado de entrenador o director técnico, el término coach, que se pronuncia couch. Y tampoco en ese caso suele usarse el plural, coaches, sino que se dice indistintamente “un coach” y “dos coach”.

Aunque no sea un experto en la lengua de donde viene la terminología de un deporte u otra manifestación cultural —también los deportes lo son—, o científica, un profesional debe proponerse saber qué dice cuando emplea sus términos, y hacerlo bien. Esa ha de ser su norma, aún más en asuntos correspondientes a la que se supone que sea su especialidad. Pero no siempre se actúa de ese modo, ni siquiera al usar la lengua propia.

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Luis Toledo Sande
Escritor, investigador y periodista cubano. Doctor en Ciencias Filológicas por la Universidad de La Habana. Autor de varios libros de distintos géneros. Ha ejercido la docencia universitaria y ha sido director del Centro de Estudios Martianos y subdirector de la revista Casa de las Américas. En la diplomacia se ha desempeñado como consejero cultural de la Embajada de Cuba en España. Entre otros reconocimientos ha recibido la Distinción Por la Cultura Nacional y el Premio de la Crítica de Ciencias Sociales, este último por su libro Cesto de llamas. Biografía de José Martí. (Velasco, Holguín, 1950).

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