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El por qué no te has ido

Por Lesby José Domínguez*

Todavía recuerdo el pasado 25 de octubre de 2019. ¿Cómo iba a pensar Cienfuegos, y los que te amamos, que te perderíamos? Aquella llamada intempestiva ponía fin a un día sosegado para convertirlo desde hace justo un año en una fatídica pesadilla. La muerte te arrebató de nuestro lado con una sorpresiva crueldad que no te merecías. Nunca te conté esto, sin embargo, tu permanente ausencia me hace recordar que antes de conocernos admiraba tus trabajos periodísticos sobre el deporte cienfueguero y el beisbol en particular: pasión Darilys Reyes Sánchez que nos unirá para siempre. Entonces la vida, que, según los experimentados lo sitúa todo en su lugar, te hizo llegar hasta mi casa para convertirte hasta el día final de mi existencia en una buena amiga.

Llegaste junto a Ángel como Quijote con Sancho y me dijiste que habías matriculado en la maestría de Estudios históricos y antropológicos de la Universidad. Venías a verme porque tu proyecto de tesis estaría encaminado a revivir la historia de aquel emblemático club del circuito profesional del pasado siglo XX cubano, que tanta gloria dio al sur de la Isla y la región central: los emblemáticos Elefantes de Cienfuegos. Alguien que no recuerdo te dijo que si ibas a investigar sobre el beisbol te acercaras a mí y así lo hiciste. En esa cercanía te quedaste en mí, como en la de todos los que disfrutaron de tu compañía. Te ofrecí mi apoyo, llamé a La Habana y hablé con Félix Julio Alfonso López, quien cortésmente accedió a ser tu tutor. Así nuestros encuentros para debatir de historia del beisbol se hicieron cada vez más frecuentes. Todavía conservo en el comodín del cuarto aquel Emeterio que hiciste pintar a Angelito dedicado para mí con la amistad profunda de ambos. Tu Emeterio junto a una banderita heredada del abuelo de mi esposa con el olvidado alacrán del club Almendares constituye uno de mis mayores tesoros. Defendiste con el éxito esperado la tesis y volviste a hacerme un regalo que rebasa todo significado, por ser el primero entre tus agradecimientos.

Fuiste una excelente periodista, una osada historiadora regional, una experta en materia deportiva y beisbolera en particular, por ello no te fuiste nunca, al contrario te quedaste.  Te quedaste por ser sincera, buena persona, por dar amor a todos, por tu eterna sonrisa, por desandar con desenfado las calles de tu amada Cienfuegos. Pueblo Griffo te guarda entre sus glorias de aquel barrio periférico que aún llora a su hija ausente. Ni siquiera el edificio 12 plantas que tanto te acompañó embarazada en tu subir y bajar por sus incomodas escaleras puede aceptar la triste realidad. Hasta la ruta 201 de la mañana ha detenido su andar, suave, lento, como si esperase eternamente a un asiduo pasajero que de repente dejara de abordarla sin dejar razones. Y el estadio, qué decirte del estadio que vela con celo tu puesto para volverte acoger en su seno para una nueva crónica periodística. Su dolor lo estremece, este fue el último en verte partir rauda, veloz, enérgica, llena de vida y no puedo despedirse de ti, no podía imaginar que con tal ímpetu caminabas hacia la muerte. Equivocado aquel que piense que el estadio no lo siente, que el mero hecho de ser una mole de concreto con forma lo hace inanimado; todo lo contrario, este acogió el silencio del dolor de todos, este fue testigo de tu presencia en cada juego y hoy acoge a tus eternos elefantes en forma indetenible.

Sin embargo, la vida no es prolífera por el tiempo que se disfruta de ella, sino por la intensidad con la que se vive; y la tuya, querida amiga, fue corta para dolor de todos pero intensa a la vez. Cuánto buen periodismo deportivo heredamos de ti, junto a la sorpresa que disfrutará Cienfuegos cuando salga tu libro sobre la historia de sus Elefantes. Quizás alguien pueda escribirte de una manera diferente, esta es la mía, la de quien no olvida que hace un año dijiste adiós, que este año le ha parecido una eternidad, que mientras escribe de pelota le es imposible olvidarte por la huella que dejaste. Ese ha sido el gran jonrón de tu paso por la tierra de los mortales: el no estar físicamente, pero haberte quedado a la vez en todos los que tuvimos la dicha de conocerte. Tu quehacer prolífico en vida sobrepasó los 400 pies y la pizarra ni se atrevió a interponerse ante tan descomunal batazo. Nos paramos en la gradería eufóricos, como buenos aficionados aplaudiendo a la única elefantica de la manada. Desde aquel instante sabíamos que habías llegado para quedarte. Por eso hoy, que no estás, hay muchos motivos para saber el por qué no te has ido.

*Profesor e investigador de la Universidad de Cienfuegos

Tomado de 5 de Septiembre

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