ENTREVISTA

Dailene Dovale: Las dudas nunca se van

Aunque quiera, no puede esconder su timidez. El tiempo y la vida le han puesto pruebas, que ella misma buscó para desafiar y decir que sí, que es capaz de hablar frente a sus estudiantes o sus entrevistados sin frenos, olvidarse de ese miedo y caminar, siempre aprendiendo del otro.

Habla pausado, con cautela, como pensando hasta las comas y los puntos. Tal parece que ahora, mientras me responde, escribe textos, textos de fuerza y coraje, de pasión y rebeldía, de historias de gente que se han cruzado en su camino, historias que ha sabido contarlas, historias que la han hecho mejor como mujer y como persona, historias que algunos prefieren no relatar, porque pueden desgarrar. Historias con las que sueña o no puede dormir.

Ella fue la primera en contar en un medio estatal la historia del hijo de Dachelys Valdés y Hope Bastian, primer niño registrado en Cuba con dos madres, hecho sin precedentes, a pesar de tanta red de apoyo por dicha causa social. Fue en el periódico Juventud Rebelde, recuerda, mediante un proyecto de podcast, el cual, durante la cuarentena, le ha sacado provecho. Aquello le trajo muchísima satisfacción.

Fue una de las ganadoras del premio nacional de Periodismo Cultural Rubén Martínez Villena en su más reciente edición, con un perfil a la escritora cubana Natalia Bolívar, publicado en El Caimán Barbudo. Siente plenitud al hablar de escritores y sus mundos interiores. Ha encontrado, quizá, una zona de confort. Además, obtuvo una mención en el Premio Nacional de Periodismo 26 de julio en la categoría de periodismo hipermedia con la entrevista La mirada de Dazra Novak.

Acaba de recibir el Gran Premio y Premio Especial por el podcast de Juventud Rebelde “¿Se puede contagiar la valentía?”, en el trigésimo Taller y Concurso de la Radio Joven Antonio Lloga in Memoriam, auspiciado por la Asociación Hermanos Saíz. Dicho producto es “una historia llena de matices y sensibilidad, con el uso de recursos radiofónicos como el silencio y la exquisitez de la banda sonora”, según afirma el post oficial donde se daban a conocer los resultados de esta edición.

La protagonista de la historia siguiente es Dailene Dovale de la Cruz, periodista holganera, es decir, mitad holguinera, mitad habanera, profesora adiestrada de la Facultad de Comunicación de la Universidad de La Habana, en la disciplina de Comunicación Hipermedia, Tecnología y Sociedad.

Ahora mismo, en octubre de 2020, vive el confinamiento en su casita de Santo Suárez. Abre la ventana de su cuarto, su lugar favorito del hogar, y percibe cierta tranquilidad, la ciudad callada y distinta por la pandemia. A veces escucha gorriones. Y lee, lee sin descanso, tanto, que en su despiste, olvida recoger y limpiar su cuarto.

Ya no está su gata Yolanda para interrumpirla cuando graba los podcast, para leerle textos en las noches. Murió hace dos meses. Un jueves donde Dailene no paró de llorar y cantar a Pablo Milanés con su clásico Yolanda. Dice que esta es su canción favorita, y se le corta la voz. Hacía muchos años que no se sentía tan triste.

Poco antes de que esta joven publicara su primer texto en el periódico ¡ahora!,de Holguín, la veía caminar por los pasillos de la “Celia”, la sede donde radica la carrera de periodismo en esa provincia. Guarda estos primeros intentos en un portafolio, y, naturalmente, siente pena por aquellas primeras publicaciones. “¡Cómo pude escribir eso!”. Todos tenemos un inicio, es un proceso de evolución. Aun así, fue allí donde se enamoró de escribir y sintió la necesidad de contar historias, fue allí donde se aseguró de no abandonar este camino.

Dailene se mudó a La Habana en el verano 2016. Había comenzado a estudiar periodismo en la Universidad de Holguín (UHo), donde pasó su niñez y adolescencia. Primero se adaptó a FCOM, comenzó su tercer año, y mucho tiempo después, a la capital, que se dice ser de todos los cubanos, pero no es tan sencillo. Fue duro, al principio, no por la hostilidad del ambiente universitario, sino por lo diferente. “Ganaba por un lado y perdía por otro. Las dinámicas son muy distintas a las de la UHo. No existía ese nivel de unión casi extrema. Sentí mucha competencia. Fue un conflicto a la hora de enfrentar el cambio”.

Tuvo ganas de volver a Oriente, a ese grupo pequeño donde no había secretos, donde todo el mundo se conocía y los profesores tenían más control de sus estudiantes. Su otra mitad estaba en Holguín. Poco o poco, mientras leía Unplugged, de Rubén Rodríguez, se fue acostumbrando. Las clases, la propia infraestructura de la facultad, los profesores, la fueron conquistando, tanto que al graduarse, decidió quedarse en este espacio agradable aprendizaje. Ya no quiere irse de esta casa.

Por supuesto, su historia no comienza aquí. Vamos un poco más atrás: “De niña me recuerdo con el pelo corto, con la mirada más pícara. Ahora, apenas me queda picardía. Era muchísimo más extrovertida y sociable, de hacer amigos con extrema facilidad, hoy soy más reservada. Siempre curiosa. En algún momento me gustaba más correr y jugar que estudiar, hasta que comencé a leer y fue un cambio totalmente. Me sentía mejor en la compañía de los libros que en la de algunas personas”.

Su abuela, me cuenta, le hablaba constantemente de los periodistas y su visión de cómo debía contarse la historia, o un hecho como tal: “Me decía que había que tener en cuenta los matices, porque la realidad no era perfecta, y tampoco era un caos, había un poco de todos los colores en ese marco. Pudo ser un influencia indirecta”.

Dailene pudo estudiar Medicina, o Lengua Inglesa, pero ella sintió que en periodismo, como carrera, tendría un conocimiento constante y variado: “Todo lo que quería aprender estaba ahí y me lancé”.

El día de las pruebas de aptitud fue para ella uno de los momentos más felices: “Me sentí eufórica, orgullosa de mí por primera vez, antes era más bien apática. Fue la primera vez que experimenté una pasión fuerte”. Su paso por la Universidad de Holguín fue de dos años, lo suficiente como para recordar los cafés, el laboratorio del exilio durante segundo año y la relación cercana de los profesores con los estudiantes. Cuando comenzó sintió dudas al punto que una vez pensó: “Si me graduó, voy a ser lo peor del mundo”. El camino se fue enderezando.

“Tienes que desafiar tus propios prejuicios”

Al principio no le llamaban la atención los medios nacionales. Sentía que en Holguín podía hacer lo mismo. Su tránsito a La Habana estuvo marcado por irse estudiar a FCOM. “No he salido de ella, me enamoré de la facultad, me quedé como profesora y representa un reto. Si mis estudiantes revisan mi trabajo y no es lo suficientemente bueno, luego no puedo exigirles igual, y si es bueno, puede servirle como estímulo para que ellos sean mejores periodistas”.

“No debes hacer cualquier trabajo por hacerlo. El hecho de estar en un ambiente de facultad, de aprendizaje, creación, cuestionamiento; ayuda a que en el periodismo que hago tenga en cuenta eso. Esos ojitos que juzgan o no, ayudan en parte a inspirar y a no dormirse en los laureles”.

Dailene, que todavía se entrena como profe, pues lleva solo un año de graduada, tiene claro que el objetivo básico es “aportar desde mis conocimientos limitados a que otros jóvenes aprendan y crezcan. Es un aprendizaje mutuo y en colectivo”.

De esos años de estudiantes recuerda con mucha emoción las clases de Periodismo Narrativo de Rafael Grillo, tanto así, que “marcan un antes y un después” en su formación. “Esas lecciones de cómo contar una historia a partir de las personas, a partir de sus conflictos, de sus complejidades y anhelos, eso le sirve a todo el que quiera estudiar periodismo, cada cual con su estilo claro”.

A Grillo, agradece por sus pequeños logros. Su vínculo con la editora Abril y en especial con El Caimán Barbudo.

Precisamente en este medio ha publicado varios textos donde revela y describe varios personajes del mundo cultural cubano. “Anhelo recopilar un librito de entrevistas y perfiles a escritores. Ya he hecho varias, intento no repetirme, intento seguir los consejos. Intento, en mi caso, no ser demasiado optimista, porque ese es mi estilo, es verlo todo con mucha ternura, mucho amor, que no está mal, pero cuando se va a contar una historia de cualquier tipo no puedes dejarte guiar por representaciones del tema, por tu opinión”.

“Tienes que desafiar tus propios prejuicios, tu propias ideas sobre una persona, desafiar todo lo que sabías y creías sobre esa persona, para acercarte un poco a esa realidad. No puedes imponerle tu ternura, en mi caso; o tu sarcasmo, en el caso de alguien más. Tienes que despojarte de todo eso, e intentar que se vea a la persona lo más fiel a sí misma posible.

“Obviamente tu mirada siempre va a estar. No es que te anulas por completo, pero no puede opacar con tu mirada el personaje. Intentar contar su vida no solo en sentido biográfico, sino de sus emociones. Qué estaba pensando cuando le ocurrió el gran cambio en su vida, qué estaba sintiendo, qué pasó después, por qué tomó esa decisión, las relaciones con sus amigos, acercarte lo más posible”.

Califica al periodismo narrativo como una palabra muy grande: “A veces siento que no la cumplo, por eso la uso con cautela”. Desde las academias, dice, te muestran una forma de hacer: “Casi siempre se restringe el periodismo a un estilo predeterminado, a una tendencia, que es el estilo informativo, importante y necesario, pero que no es el único, y me refiero al periodismo narrativo no solo en el texto escrito, sino a narrativa transmedias, multimedias, el podcast”.

“El periodismo narrativo da la posibilidad de contar historias basadas en hechos reales con distintos lenguajes, y distintos estilos, ya sea desde lo sonoro, lo audiovisual, o una mezcla de todo”.

Por eso en su biblioteca hay textos de ese tipo: “Hay muchos libros que quisiera tener, esa pregunta me duele un poquito. Pero no puede faltar el periodismo narrativo latinoamericano en todas sus formas, desde Joseph Zárate con Guerra del interiorLa guerra no tiene nombre de mujerVoces de ChernóbilPedro Páramo y todo de García Márquez.

Con Guerra del interior se detiene unos minutos, casi me lo cuenta al detalle, le impresionó mucho. Una vez soñó que era una activista ambiental, que le daban un tiro y sentía la sangre brotar: “Fue un nivel de experiencia inmersiva grande. Me sentí en la piel de los personajes mientras dormía”.

“Me sentía vacía, con ganas de escribir algo”

Ya que hablamos de personajes nos detenemos en su experiencia con la escritora Natalia Bolívar, de donde salió una amistad, un buen perfil y un premio Villena.

“Acababa de salir de la tesis, me sentía vacía, con ganas de hacer algo, de escribir algo, que me ayudara a sentirme bien, a tener un pequeño proyecto a inicios del curso escolar. Rafael Grillo me había recomendado buscar un personaje que tuviera que ver con La Habana, pero que no fuera tan obvio de primera instancia. Me quedé con esa idea de forma obsesiva, busqué y pregunté a todo el mundo”.

Una tarde de un viernes, revisando YouTube, mientras estaba en la facultad, Aline Marie Fernández, profesora de FCOM, le dice: “¿Por qué no escribes de Natalia Bolívar?”. Natalia no había dado tantas entrevistas. “Conocerla fue espectacular, si hay alguien que ha tenido un impacto en mi vida fue ella. Casi siempre soy más bien tímida y callada y comencé a expresar mi opinión a todo el mundo, sin rango ni edad, por su influencia”.

“Estaba el reto de construir un texto que no fuera una oda. Nos dejamos llevar muchas veces por la admiración, por el cariño, y de pronto no es un texto periodístico, en mi caso es una preocupación bastante grande, y en ese de Natalia lo era. Al final el resultado quedó bastante bien, conseguí camuflar ese impacto que ella había tenido en mí y quedara un texto lo mejor posible, desde la admiración pero con cautela”

“El premio fue una alegría muy grande. Conocí a periodistas de toda Cuba. Experiencias de consagrados como José Luis Estrada Betancourt, el propio Reinaldo Cedeño, o Yuris Nórido. Conocí un montón de personas maravillosas, a pesar de tener visiones diferentes”, refleja.

Tomar café, estar en silencio…

Dailene durante esta etapa de confinamiento se siente más productiva, le ha sacado provecho a los podcast que publica periódicamente en Juventud Rebelde. Eso sí, extraña mucho las clases del Centro de Formación Literaria Onelio Jorge Cardoso, detenidas por la COVID-19. Ya no frecuenta el Centro Dulce María Loynaz.

Un sábado salió de su vida y se sintió desesperanzada: “Los sábados eran mis días preferidos, me levantaba con tremendo entusiasmo para ir a las clases. A veces me preguntaba ¿de verdad estoy aquí? Me pasé mucho tiempo antes de enviar al Onelio. Hay un cuento que escribí desde segundo año, y me daba mucha pena enviarlo. Pero llega esa etapa en que estás buscando retos, cosas que me inspiraran, y dije, vamos a intentarlo, si te rechazan vuelvo el año próximo”.

Del profe Eduardo Heras León asegura que es una persona espectacular, “sobre todo por su estilo de hablar tan pausado, pero a la vez tan certero, no dice nunca una palabra de más ni de menos. Tampoco sus críticas son desalentadoras de por sí, siempre las he notado muy atentas”.

El “Onelio” para esta joven narradora constituye “un espacio de aprendizaje y de conexión con otros jóvenes que tienes ideas muy parecidas a las tuyas y a la vez muy distintas, estilos muy diversos. Eso es lo mejor”.

Por otra parte sus JR Podcast los describe como debates o historias. Ha incluido ya a proyectos culturales como La Jeringa, Claustrofobias y la Narrateca. “Es un proceso que he ido aprendiendo sobre el camino”. En particular quiere recalcar la historia de Dachelys y Hope, “la primera vez que se contó en un medio estatal de las dos madres reconocidas por el Estado cubano como madres de un niño en común. Conocerlas me encantó, es un vicio: yo conozco a mis personajes, aprendo de ellos, hago sus historias, y sigo aprendiendo… me sucede mucho”

“De esta historia me gustó su perseverancia, su buen tino, su manera de saber manejar los conflictos que se iban presentando, enfrentarlos y tener una red de apoyo”. De cierta manera para este proyecto busca personajes que inspiren y tengan una historia poderosa que contar, que sea necesario escucharlas. Con el tiempo, van creciendo y mejorando en calidad.

A Dailene le ha sido fácil adaptarse al teletrabajo, aunque añora volver a compartir con los profes de la facultad, a su vida de antes. En cuarentena, hace ejercicios, pero no consigue organizarse, trata de comer más sano. Uno de sus vicios es el café y estar en silencio. Ha vuelto costumbre darle de comer unos gatos callejeros. “Hay uno que ya me reconoce y no se asusta cuando me ve”. Ya no está Yolanda, su gata, a quien abrazaba y amaba, desde que la tuvo en sus brazos.

“Cuando adopté a Yolanda me trajo mucha felicidad. Yolanda era lo primero que yo pensaba cuando me despertaba y lo último que me despedía antes de irme a dormir. Me ponía a grabar el podcast, y ella iba a interrumpirme. Como es posible que yo no estuviera haciéndole caso. Era una relación súper bonita, como la loca de los gatos que tú ves por internet”.

Tiempo antes de morir, la llevaba al veterinario todos los días, y actuaba como que mejoraba. Asumió que iba a estar bien. Ese jueves Dailene se acostó tranquila, le comentó a un grupo de amigos. Al otro día Yolanda amaneció muerta en la misma posición en la que dormía. Ya han pasado dos meses.

“Los momentos más tristes de mi vida están asociados a la pérdida, a la muerte. Cuando murió mi hermano yo no lo podía aceptar”. Dailene tuvo un hermano con síndrome de Down, mientras asistía a las sesiones de fisioterapia en el Pediátrico de Holguín, se infectó con un estafilococo dorado, una bacteria que le provocó la muerte a los 20 meses de nacido. Ella tendría menos de 7 años.

“Mi madre me ha contado que yo me acostaba en mi camita. Mi cuarto estaba pegado al de mi hermano y había una cuna que sobresalía un poco la puerta. Cuando estaba vivo, él se asomaba a mirarme y era una conexión súper divertida entre hermanos. Yo lo veía, para mí su presencia seguía ahí”.

Una vez, al llegar de la escuela le preguntó a su madre cuando regresaba su hermano del hospital. “Me escondía a oler su ropita. Mi madre, psicóloga al fin, me preguntó si yo quería usar su ropita por debajo del uniforme y dije que sí, que eso me había ayudado, porque sentía que estaba con él. Fue algo muy fuerte”.

“Di un cambio sustancial en ese momento. Antes de que muriera mi hermano yo era una niña extrovertida, o mucho más activa. Este estilo más melancólico, callado y observador, surgió justo después de ese momento. Con la edad he intentado recuperar a esa niña que fui”.

“Tengo obsesión por observar”

Y cuando le toca hablar sobre sí misma dice: “La timidez siempre me acompaña, pero más que eso pueda ser cierta cautela a la hora de expresar y hablar. Me gusta mucho observar, en especial cuando estoy en grupos grandes, disfruto muchos escuchar a las personas hablar. Estoy atenta a los pequeños detalles, a los gestos. Casi siempre las primeras aproximaciones las hago desde el silencio”.

“Sigo tímida, excepto para cuando se trata de trabajo, por el mismo hecho que hay una razón de peso, se me olvida eso. Escribo sobre alguien, la información que me dice es válida, la de sus allegados más valida, pero lo que más me dice es su forma de actuar, ni tienes que preguntarle algo, pero poder entender a alguien, verla en un contexto donde no se sienta observado, lo más natural posible, cómo es su tono de voz, cuáles son las emociones, cuáles son las que reprime, observar el carácter de la gente. Tengo obsesión por observar, como una mosca en la pared, que nadie sabe que está ahí y está todo el tiempo recibiendo la información”.

“Mis mejores textos se han escritos desde el sufrimiento, digo eso está mal, eso no sirve. Y luego el editor dice: me encantó. Respiro. Intento calmarme, intento pensar cada palabra, que cada texto pueda lanzar al mundo sea leído y apreciado”, confiesa.

Ella, recalca, es demasiado joven e inexperta como para valorar al periodismo cubano. “Tengo mis ideas y mi visión. Algo importante que apuntaría es la importancia de entendernos no solo como productores de contenidos, entendernos en un contexto más amplio, no estamos escribiendo para nosotros mismos. Hay una necesidad real de satisfacer a un público, eso no quiere decir que renunciemos a los principios básicos del periodismo”.

“Un punto clave sería una relación orgánica y saludable con los públicos, que no es una gran masa, son públicos segmentados con intereses; pero tampoco podemos por complacer a ese público renunciar a hacer un periodismo de calidad. Hay que lograr un equilibrio entre los contenidos, las audiencias y con innovación entre la redacción”.

De La Habana, prefiere el malecón; de Cuba, su casita de Holguín con su sensación de paz, viendo la Loma de la Cruz y con mucha brisa. Ella jamás se ha censurado “Será porque mis temas son poco valientes, y no tengo por qué hacerlo. Voy siempre intentando contar lo que veo, lo que ese personaje es, y vive. Esa dosis de ingenuidad, me ayuda a no censurarme. Eso está ahí, tengo que decirlo, siempre desde el respeto”.

Como hija tiene muchos defectos: “Mi mamá es perfecta en comparación conmigo, mucho más valiente, más enfocada, no se deja de llevar por las emociones, traza una estrategia de administración de la casa buenísima. No he sentido la crisis. Ella es quien guía”. Como pareja, quiere pensar que es cariñosa, escribe hasta poemas.

Le da mucho miedo escribir mal, “lo asumo una actitud resiliente, siempre se mejora, la mayoría evoluciona a lo largo de los años. Pensar que esto es lo que más hago en la vida y no lo hago bien, me da pánico. Mantengo mis expectativas que vayan creciendo mientras van creciendo mis habilidades Quizá para evitar hacerlo mal, me rodeo de maestros, amigos, colegas, me ayudan a evitar ese temor. No aprender, es otro de mis miedos”.

Dailene de no ser periodista sería profesora, de cualquier cosa. “Me quedaría en una secundaria dando clases”, pero su sueño va más allá:

“Ser capaz de contar, pero más de contar de entender, de entender las motivaciones, entender esos mundos interiores que me rodean, saber lo que piensan los demás, lo que sienten los demás, como poder leer las mentes, suena un poco infantil, pero la idea es esa. Poder sentirme en el espacio de los demás, entender a las personas. No es el sueño más chic del mundo, pero es el mío”.

Tomado de Somos Jóvenes

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