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Elio E. Constantín, entre los grandes del periodismo cubano

El 12 de septiembre de 1995, a los 76 años de edad, falleció Elio E. Constantín, Premio Nacional de Periodismo José Martí por la obra de la vida (post mortem). Juan Marrero escribió este texto diez años de la ausencia física de su maestro. 

Tengo una deuda de honor con uno de los grandes maestros del periodismo cubano a cuyo lado trabajé más de veinte años. Fuí su jefe y después terminé siendo su subordinado, pero más que lo uno o lo otro siempre me consideré su alumno. Me refiero a Elio Enrique Constantín Alfonso, quien el 12 de septiembre de 1995, tras larga enfermedad, cuando ya había cumplido 76 años de edad, abandonó el reino de la vida.

Un aliento de cariño dejó a su paso por todo lo que hizo y todo lo que tocó. Ponía amor en cada tarea, incluso las aparentemente insignificantes. Sus pasiones favoritas fueron siempre el deporte, la historia, el lenguaje, el periodismo y la Revolución.

Lo conocí personalmente en 1965 al producirse la fundación de Granma. Yo venía de Hoy, él de Revolución, fuentes nutritivas fundamentales del nuevo colectivo que comenzaba a actuar como órgano del Comité Central del Partido Comunista de Cuba. Elio era ya un periodista de fama, principalmente por sus muchos años de trabajo como cronista deportivo.

El fútbol fue su gran pasatiempo. Nada le hacía más feliz que presenciar, narrar o escribir una crónica sobre un partido de fútbol fuese en una cancha vacía del Campo Armada, en la Tropical o en una cancha con decenas de miles de espectadores en  Olimpiadas o en un Mundial. Era su gran pasión.

Era de los primeros en llegar a la redacción de Granma cada día para cumplir con sus responsabilidades como jefe de redacción o como subdirector, menos los domingos: ese día todos sabíamos que estaba reportando o narrando algún partido. Cuando el director del periódico, le advertía que había complicaciones informativas nacionales o internacionales, muy a pesar suyo Elio permanecía en la redacción, pero buscaba el tiempo para telefónicamente localizar a un director de equipo, a un jugador, a un árbitro o a un fanático para obtener la información del resultado e incidencias del partido efectuado.

Si se quería un modelo de hombre bien educado, había que tropezarse con Elio. Era un perfecto caballero. A veces resultaba “chocante” porque pensabas que era un ser de otra galaxia. Jamás de sus labios oí salir una palabra sucia o hiriente. Era incapaz de dejar de saludar con afecto a cualquier persona. Era extremadamente  delicado con las compañeras de trabajo. Aunque era el subdirector de Granma jamás entró a la oficina del director, al cual debía hacer frecuentes consultas, sin antes golpear la puerta y escuchar la voz de “adelante” o “pase”. Al entrar, siempre decía: “Con su permiso, Capitán”. Cuando intervenía en una discusión hacía gala de ecuanimidad, serenidad, de razones y argumentaciones. En el trabajo llamaba la atención sobre descuidos, negligencias o faltas cometidas, pero siempre con suma delicadeza y tacto. Por todo ello, se le respetaba siempre, como también por su cultura, inteligencia y espíritu de consagración al trabajo.

Había sido monaguillo de una iglesia durante sus años juveniles. Eso, quizás, lo marcó para siempre. La lectura de textos religiosos, y después su trabajo como corrector en la revista Carteles y otras publicaciones, lo condujo a aprender latín, a buscar las raíces del idioma castellano, a dominar las reglas de la gramática, la ortografía y la sintaxis. Se convirtió en un verdadero sabio del lenguaje al que obligadamente todos los redactores acudíamos en busca de lo correcto, de la verdad. Jamás lo vimos negarle a nadie el traslado de sus profundos conocimientos en cuestiones del idioma o en asuntos de técnicas del periodismo. Siempre lo hacía con la humildad que lo caracterizaba.

Muchos años después de haberlo conocido es que supimos de su colaboración en tareas revolucionarias con el Movimiento 26 de Julio durante la lucha contra la dictadura de Batista. Tanta era su modestia que evadía en todo lo posible el tema. Tuvo, por ejemplo, una colaboración muy importante en el secuestro en La Habana del automovilista argentino Juan Manuel Fangio.

Estar en la sala de redacción le agradaba, pero más aún en “el vórtice del huracán”, es decir en los escenarios de los acontecimientos. Fue más que un cronista deportivo. El periodismo para él no se encerraba en una cancha de fútbol o en un parque de pelota, lo era todo. Y, por eso, escribía cada día de temas disímiles, de todo aquello que  lo hiciese vibrar o considerase de utilidad para sus lectores.

Su pluma reflejó el  trabajo abnegado del pueblo cubano, su resistencia frente al Imperio, las luchas de liberación de otros pueblos. Estuvo en Portugal en los inicios de la revolución de los claveles. Dio cobertura a la asunción del general Francisco Da Costa Gomes como presidente de la República, tras la renuncia del general Antonio De Spinola. “Todo parece indicar que Portugal vive hoy algo más que un cambio de nombres y de hombres”, escribió Elio Constantín en Granma. “Con la salida de Spinola y algunos de sus amigos en el Consejo de Ministros termina la política de freno a las aspiraciones populares”.

Acompañó a Fidel Castro en uno de sus viajes a Nueva York, lo que para él significó, en el orden profesional y revolucionario, el mejor premio recibido en su vida. Fue en 1979 cuando Fidel habló en la ONU como Presidente del Movimiento de Países No Alineados.

Aunque ya tenía algunos años de edad con su persistencia convenció al Capitán Mendoza, director de Granma, para que lo enviase como corresponsal de guerra a Nicaragua. Durante varios meses transmitió informaciones sobre los crímenes de la contra, armada y apoyada financieramente por la administración Reagan, en su intento para desestabilizar al gobierno sandinista.

La defensa de la lengua castellana constituyó uno de sus grandes desvelos. Decía que los periodistas estaban entre los primeros obligados a defenderla. Desde que se inició en el periodismo como corrector en la revista Carteles, como ya dijimos, no descansó en luchar con denuedo para que se escribiese bien y que en los periódicos se usase siempre el vocablo o el giro  apropiados.

Los cargos y las responsabilidades jamás lo hicieron cambiar en su manera de ser. Fue Elio siempre fuese corrector, reportero, profesor de la escuela de periodismo, dirigente de la UPEC, jefe de página o directivo de un medio de comunicación. La sencillez y la modestia cabalgaban junto a conocimientos, sabiduría e inteligencia. Elio E. Constantín fue siempre, aquí o allá, el caballero, el amigo, el compañero y el maestro.

A causa de su enfermedad, se jubiló en 1987. Pero no dejó de escribir. Mantuvo la leída sección Del Lenguaje en las páginas de Granma hasta los últimos momentos de su vida. Su voluntad intentó vencer los dolores que le aquejaron.

Mientras se haga periodismo habrá que hablar de Elio E. Constantín. (Publicado en Granma).

Ver texto de Elio E. Constantín: Las verdaderas diferencias que hay que eliminar. Seleccionado por Magali García Moré.

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Juan Luis Marrero González
Fue un destacado periodista cubano. Premio Nacional de Periodismo José Martí, por la obra de la vida 2003. Desarrolló una larga trayectoria en Prensa Latina, periódico Granma y en la Unión de Periodistas de Cuba (UPEC). La Habana, 1935-2016.

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