COVID-19

Las protestas por la muerte de George Floyd incrementan riesgo de “superpropagación” del coronavirus en EE.UU.

La oleada de disturbios que protagonizan los días de más de 75 ciudades de Estados Unidos (EE.UU.) y que conmueve al mundo por la muerte del afroestadounidense George Floyd, la pasada semana, está acompañada por las cifras que sitúan a EE.UU. como el epicentro de la pandemia de la COVID-19 en Las Américas.

Más de 100 mil muertes registradas son la prueba de un panorama que agudiza su complejidad por la posibilidad de una “superpropagación” como consecuencia de las manifestaciones que violan el principio básico de la no propagación, el distanciamiento físico.

Líderes gubernamentales, funcionarios de salud y científicos han mostrado su preocupación ante un nuevo rebrote.

El gobernador de Minnesota, Tim Walz, expresó su preocupación al respecto y aseguró, en una conferencia de prensa, que un repunte de la enfermedad será inevitable.

Asimismo, el alcalde de la ciudad de Nueva York, Bill de Blasio, luego de reconocer la importancia de las manifestaciones, recalcó: “Lo último que nos gustaría ver es que los miembros de nuestra comunidad se vean perjudicados por la propagación del virus en uno de estos entornos”.

Keisha Lance, alcaldesa de Atlanta, y Larry Hogan, gobernador de Maryland, coinciden al asegurar que la prioridad del actual contexto ha sido mantener a las personas seguras durante las protestas, cuando el enfoque debe incluir el enfrentamiento a la propagación del virus.

Por su parte, la comunidad científica también ha señalado los principales peligros. Joel Wertheim, profesor asistente de Medicina de la Universidad de California, en San Diego, dijo a BBC Mundo, que existía una clara posibilidad de que las marchas contribuyeran a la propagación.

“Cada vez que grandes grupos de personas se reúnen en medio de una epidemia o pandemia, existe el riesgo de superpropagación en los que un individuo contagiado puede infectar decenas de otras personas a la vez”, explicó el especialista.

La historia demuestra el riesgo sanitario que existe tras las protestas. En ese sentido, el doctor Howard Markel, historiador médico especializado en pandemias, recordó al diario The New York Times que después de las manifestaciones acontecidas en Filadelfia y Detroit en medio de la gripe de 1918, se sucedieron picos de la enfermedad.

Otro de los factores que considera el experto es la utilización, por parte de la Policía, de gas pimienta y lacrimógenos, pues provoca que las personas “lloren y tosan aumentando las secreciones en ojos, nariz y boca”, lo que acrecienta la posibilidad de transmisión.

La llamada superpropagación puede conducir a la formación de cadenas secundarias de transmisión, tal como argumentó Angela Rasmussen, viróloga de Columbia Mailman School of Public Health, en Nueva York.

Sin embargo, la doctora advirtió que aún es imposible evaluar el impacto real que estas protestas tendrán en la cantidad de casos de la COVID-19 porque eso “dependerá de las comunidades donde tienen lugar las concentraciones y las medidas tomadas para reducir la transmisión local”.

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