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Los rusos que conocí

Tengo los recuerdos de los primeros años de la Revolución, cuando el quehacer provinciano de la ciudad de Camagüey era trastocado por el inusual ir y venir de los milicianos en los barrios, entre los movilizados a “un lugar de Cuba” y los nuevos “barbudos”, cargados con distintivos collares de semillas, que retornaban de la lucha contra bandidos en las zonas montañosas.

Dos grandes atrincheramientos populares habían precedido a octubre de 1962 en la Isla: el primero cuando el cambio de mandato presidencial en los Estados Unidos de Dwight D. Eisenhower a John F. Kennedy y, posteriormente, en abril del 61 para la derrota de la invasión mercenaria por Girón y poner bajo ojo a la reacción interna: “gusanera”.

Por esos años, en la añeja ciudad de la región oriental de la Isla,  indudablemente, poco se conocía de la presencia de 43 mil militares soviéticos y armamento terrestre, aéreo y naval de todo tipo, incluido cohetes balísticos y nucleares, como parte de la denominada Operación Anadyr.

Ocasionalmente, podrían verse jóvenes rubios de piel muy blanca recorriendo el Casino Campestre, el mayor parque urbano del país, y en el aledaño reparto Garrido, donde era una novedad “ir a ver a los rusos”. Incluso a muchachos de pelo rojizo –herencia de abuelo isleño- o rubio muchas personas le señalaban con un “parece un rusito”.

El primer contacto cercano

Con la porfía de un niño de diez años, una y otra vez repetía a mi padre, compinche de aventuras, que quería ver a los rusos. Algunas cosas ya se veían distintas a aquellos personajes distorsionados de los muñequitos (comics) “Halcón Negro” o en las películas de comandos. Además, no era una broma pesada pintar una hoz y un martillo en la pared.

Al fin venció la insistencia. Ambos, padre e hijo, caminamos hasta la avenida Cornelio Porro, en el reparto Garrido. En el patio de una de las antiguas mansiones, un grupo de jóvenes de piel blanca, muy blanca, sudaban bajo el intenso calor tropical, mientras jugaban volibol.  En la verja que rodea el lugar, los visitantes tratan de descifrar el raro lenguaje. Se anotó un tanto y varios de los jugadores obsequian una sonrisa y saludo de manos agitadas en el aire. ¿Para ellos también éramos extraños?

Un soldado cubano, mulato de una veintena de años de edad, se acercó respetuosamente, y tras un “por favor” agrega que es una zona militar, no puede haber civiles. El padre asintió con la cabeza y toma de la mano al hijo que se aleja mirando atrás por sobre el hombro: por fin había visto a los rusos.(1)

Muchos años después, supe que la amplia edificación de dos pisos en la calle de atrás, Gonzalo Moreno, sede hoy la escuela de educación especial Nguyen Van Troi, una tarja rememora la existencia del Puesto de Mando de la DAAFAR (Defensa Antiaérea de las Fuerzas Armadas Revolucionarias) Oriental de las tropas internacionalistas soviéticas, bajo el mando del coronel Boronko G. A., en octubre de 1962. Desde ese lugar se envió la orden de derribar un avión U-2 que violaba el espacio aéreo oriental de Cuba, el sábado 27 de octubre de 1962. (2)

Gotas del aprendizaje de los rusos

Los encuentros con los rusos tienen un segundo momento ya adolescente en el instituto tecnológico de la caña “Álvaro Barba Machado”. Un ingeniero de una fábrica de tractores MTZ se encargaría de preparar a un grupo de alumnos en la mecanización agrícola. “Está medio loco” afirmaban los becados mientras lo veían traer motores y otras partes de tractores en desusos, los cuales seccionaba con la llama de un soplete. Al concluir el trabajo, pintó las partes con distintos colores y por medio de un motor eléctrico acoplado hacía funcionar pistones, caja de velocidades… La base material de estudio estaba lista.

Los que pasaron el curso aprendieron con profundidad la reparación y mantenimiento de equipos. Quemaron pestañas por las exigencias del estudio, pero no podían obtener más 90 puntos, pues tendrían que “saber más que el profesor y él era ingeniero mecánico”.

Hermanos de trinchera

Años después, como reservista en una unidad de combate supe de buena tinta la asesoría de un militar ruso, quien entre las pocas palabras en español repetía “cultura, cultura”, acerca de la preparación de los mapas. No se me olvida la ocasión en que un oficial cubano señaló un punto con la palma de la mano hacia arriba y el interrumpió “no, no, no…”; el traductor dijo el resto “con la mano solo indican los generales, ustedes tienen que señalar con el dedo, bien preciso en todo”.

En una de las dos pausas de mi trabajo y formación periodística, como combatiente internacionalista en África, colaboré con asesores soviéticos en la preparación de unidades de combate. ¡Cuántas cosas de contar del trabajo en conjunto, donde ninguno de los cubanos hablaba ruso y mucho menos ellos el español! A una mezcla de inglés, señas y el idioma local se unían las experiencias para entrenar en breve plazo a las brigadas de soldados.

En todo momento, los isleños percibieron altos valores de amistad y el respeto, expresados de múltiples maneras, hasta preparar un almuerzo dominguero con una ponina de las provisiones de ambos grupos y un improvisado cocinero cubano.

Uno de los principales oficiales ruso “tenía sus ocurrencias”, como se dice acá en la Mayor de las Antillas. Una vez convocó para una demostración en el polígono de tiro a las seis de la mañana.  Otra vez, los cubanos ensillaron el caballo mucho más temprano, como el popular cuento costumbrista: a las cinco estaban en el lugar de la cita. Por alguna razón, se hace el comentario de lo sucedido. “Yo ordené a las seis”.

En otra ocasión, durante una clase metodológica, marcaba con una vara sobre el suelo el esquema de la ofensiva de un batallón, “cuando realizan el asalto a las posiciones enemigas apuran el paso y gritan ¡Huuurraaaaa!”. Él también lo hizo a viva voz y se lanzó literalmente a la carga sobre los dibujos con el trozo de madera simulando un fusil a la altura de la cadera. Cubanos y africanos intercambiaron miradas de asombro. Poco después, se supo que las tropas preparadas cumplieron con éxito las misiones.

Desde la primera vez que el niño cubano vio a los rusos, la vida le reservó muchas oportunidades de apreciar bien de cerca el sentido de solidaridad, de humanidad, que vibra en los pechos de las hermanas y hermanos del inmenso país europeo. Los sucesos en todas las épocas, en modo alguno, se pueden olvidar con el paso del tiempo. (3)

 

(1)http://www.juventudrebelde.cu/cuba/20071027/confesionesdel-militar-sovietico-que-derribo-el-avion-u-2-durante-la-crisis-de-octubre-de-1962

(2) http://www.5septiembre.cu/el-derribo-del-avion-espia-tensiono-o-distendio-la-crisis-de-octubre

(3) http://www.escambray.cu/2020/putin-el-mundo-agradecido-recordara-durante-siglos-la-victoria-sobre-el-fascismo

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