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La nueva guerra mundial y biológica 6.0 quiere “podar el césped”

Para el periodista Daniel Estulin, el actual conflicto con forma de epidemia global no debe leerse en las claves comunes, esas que se consumen en las secciones internacionales de los diarios, referentes al binarismo de poderes, herencia de la Guerra Fría. No son ni demócratas ni republicanos, ni comunistas ni liberales, ni Este contra Oeste. El cambio de paradigma con el nuevo coronavirus nos muestra un mundo salido de las entrañas de la Conferencia de Yalta y el Acuerdo Monetario de Bretton Woods y que ha hecho aguas. Tanto el reparto militar y político como el orden financiero no caben ya dentro de los márgenes del capitalismo, cuya existencia depende del crecimiento constante en un planeta con recursos limitados.

Dos poderes fundamentales hay dentro del mundo del capital, uno se refiere a los bancos y el dominio especulativo y otro a la producción industrial. Con la caída del Muro de Berlín se inicia una colonización mediante el modelo financiero, la cual marcó el imperio del dólar a lo largo del resto del 40 por ciento del globo, que hasta entonces dominaban los países socialistas de economía planificada. Esto también resultó en un respiro para la industria, que halló, en esos espacios, nuevos mercados y fuentes de materia prima. Pero, en la medida en que Occidente deja de ser el centro productivo y hay un desplazamiento a China, se produce una hegemonía de lo que se conoce como el capitalismo fundamentalista o financiero de las élites anglosajonas, el cual supone un nuevo tipo de sociedad, la postindustrial, con una cultura bien propia.

En las lógicas del capital especulativo, que es hoy el 70 por ciento de la economía norteamericana, la gente sobra. Ni sirve como mano de obra (mercancía) ni hay alimentos ni recursos suficientes para darles asistencia social. Eso da paso a una clase media cada vez más escasa o inexistente, a la ruptura de la hegemonía demócrata liberal del Estado burgués de derecho y la necesidad de gobiernos autoritarios, que defiendan los niveles de vida de la élite apoltronada en el manejo de los activos financieros. Estulin habla de que, al no haber alternativas políticas concretas, el traspaso de poderes va hacia un punto ahora impredecible y no a otro sistema social como pudiera serlo el socialismo.

Es la era postindustrial, esa que, al no requerir de seres humanos, necesita que, al menos 7 mil millones de los que hoy nos movemos en la faz, desaparezcamos. Los ricos leen a Marx y saben que, aunque se hayan evaporado la Unión Soviética y la izquierda anticapitalista que tenía una proyección de contrapeso, el conflicto entre trabajo asalariado y dinero no solo existe, sino que se profundiza, generando las condiciones inevitables de una revolución. Por ello la economía es política y viceversa. No como se enseña en las universidades primermundistas, pura teoría del cálculo.

La deuda del orbe asciende a 4 cuatrillones de dólares, eso supone un monto del todo impagable, que las actuales condiciones del sistema (que copó todos los mercados y controla absolutamente las fuentes de materia prima), no puede solventar. Marx habló de este proceso acumulativo del capital como crisis cíclicas: un exceso de activos financieros que no tiene equivalente en el mercado, o sea no existe en una economía real. El proceso conduce a la paralización de las naciones, ya que ese dinero pierde todo su valor. Solo una condición extraordinaria como una guerra mundial, puede destrabar esa economía, se propicia así, a la vez que un cambio en la relación trabajo-capital (matando a una parte de la humanidad), un ajuste de los precios, una recuperación de los activos y a la vez los movimientos necesarios en el consumo para, terminada la contienda, comenzar otro ciclo expansivo del capital. Sucede que, en las actuales condiciones, un conflicto termonuclear destruiría a todos. Las variantes, acota Daniel Estulin en una entrevista ante el diario El Mercurio de Ecuador, serían las condiciones de una guerra mundial sin bombas.

No olvidemos, no obstante, que ya las tensiones entre Irán y Estados Unidos, azuzadas por la administración Trump, coquetearon con la idea de la conflagración universal. La élite ha construido búnquers de 100 millones de dólares, con la idea de poder sobrevivir al propio conflicto que ellos habrían propiciado.

Lo que hoy se está viviendo con el nuevo coronavirus ha demostrado que, en la guerra 6.0, no es necesario ni invadir ni el uso de la técnica convencional para echar abajo todo un sector, ya que existen por un lado las operaciones de ingeniería en el marco sicológico y político (división, pánico, mentiras, vigilancia, control mental y de las emociones, manejo de los poderes mediante lobbies, etc.) y por otro en lo biológico, a través del dominio de la salud. La operación está dando sus frutos, carcomidas por el neoliberalismo, las naciones carecen ahora tanto de recursos propios como de activos para hacer frente a la enfermedad y luego a la crisis económica, lo cual supondrá que sus mercados se coloquen al servicio de los bancos y los administradores de las riquezas. Ya la Unión Europea se negó al uso de los coronabonos y declaró el estado de quiebra para España e Italia, con lo cual se prevé una virtual desaparición de ambos países en términos de una soberanía que estará a manos de los acreedores. Uno de los polos principales, el de Bruselas, se hundirá tras esta crisis, siendo un terreno en disputa entre quienes emerjan tras el reparto del globo en esta guerra mundial 6.0. Ante el final de la que fuera la segunda fuerza económica, hay quien se pregunta si la salida de Gran Bretaña del bloque europeo no era un preludio de la actual crisis, ¿sabía la élite británica de antemano que vendrían unas condiciones como las actuales?

En 1974, Henry Kissinger, por entonces miembro del gabinete de Richard Nixon, solicitó a la Agencia Central de Inteligencia una investigación que arrojó lo que hoy se conoce como el Informe 200. Para los intereses de los dueños del mundo, no era conveniente que los países subdesarrollados abandonaran su status de dependencia, con lo cual pedirían un nuevo reparto de las influencias globales. Por otro lado, aunque se mantuvieran en su situación precaria, dichas naciones al crecer demográficamente, supondrían el peligro de un estallido revolucionario que, a la postre, redundara en conmociones en el equilibrio de un mundo que favorecía en todo a la Pax Americana. Kissinger le dio luz verde a un conjunto de medidas plasmadas en el Informe 200, que se transformaron en política exterior hacia el tercer mundo: reducir la población. El nuevo colonialismo mataba a los futuros enemigos antes de la concepción o de nacer. A su vez, se exportaba la idea de que un sistema sanitario a la norteamericana era lo correcto, o sea la salud para los ricos y la clase media alta, con lo cual el neoliberalismo privatizó los derechos humanos e inició una carnicería silenciosa en las chabolas y las selvas del mundo, dejadas a su suerte. Casi al unísono, se formaron importantes epidemias por entonces intratables y cuyo origen aún se desconoce, como el virus del VIH, del cual se pensó en algún momento que era un arma para el despoblamiento y la recolonización blanca de África. Como dijo Eduardo Galeano en su libro Las venas abiertas de América Latina, todos los años estallan sobre los pueblos varias bombas atómicas como las de Hiroshima.

A la clase dominante global no le conviene ya un Estado de derecho burgués ni un humanismo cristiano occidental como pilares de la hegemonía, así que basa el traspaso hacia la sociedad posmoderna en el derrumbe de estas viejas identidades por las que lucharon tanto y murieron nuestros antepasados. Por eso Estulin habla de la carencia de alternativas, pues no hay un sistema socialista integrado, como antes, cuyo contrapeso sirva a la gente para organizarse y luchar por sus derechos.

Una realidad que es, básicamente, lo que se publica en los medios (lo demás no existe), nos dicta dogmas que introducen la filosofía anti humanista de la era posindustrial.

Peligroso resulta también el bulo que se está imponiendo, más allá de la realidad de un neoliberalismo que nos dejó en pañales ante la crisis, de que el Estado Nación deberá ceder ante un nuevo orden global, especie de suprapoder. Esto, que es una línea bajada desde antes de la epidemia mediante Naciones Unidas, busca unificar las políticas públicas mundiales de manera que funcionen de acuerdo a la nueva hegemonía postindustrial. En el futuro cercano, habrá un pasaporte universal electrónico, con determinado número de vacunas necesarias (previo pago) que servirá a la vez de clasificación entre los humanos con derechos (ricos) y  no humanos condenados a la desaparición y a vivir fuera del orden civilizatorio. La idea ya es manejada por gobiernos como el de Chile, como medida emergente ante el virus. No olvidemos que organismos como la Organización Mundial de la Salud (OMS) y la propia ONU reciben cerca del 70 por ciento de sus fondos mediante donaciones de organizaciones privadas (Soros, Rothschild, Roquefeller, Gates, etc.) y solo un 25 por ciento a través de las naciones, la mayor parte de Estados Unidos (otra rama del mismo poder financiero). Con esto, no hay mucho que hacer ante la arremetida de un nuevo reparto en el cual los desposeídos no tenemos voz ni voto, salvo despertarnos de la modorra. Un súper Estado global no será democrático ni solucionaría la crisis, sino que buscará, en la eliminación factual de derechos, la justificación para matar a aquellos que “sobren”. El nuevo orden, ya se sabe, carecerá del andamiaje liberal burgués de las reivindicaciones. Tal sería, verdaderamente, el fin de la historia y del último hombre.

Creer que los mismos que oprimen al mundo y lo han llevado a un endeudamiento impagable, propiciarán un nuevo orden de justicia; no solo resulta ingenuo, sino suicida. ¿Por qué Bill Gates es uno de principales impulsores de la vacuna contra el coronavirus y no, por poner un ejemplo, el gobierno norteamericano, cuando se sabe que tanto Obama como Trump conocían de antemano que esto sucedería, gracias a reportes minuciosos de la CIA? ¿No se parece ello demasiado a lo acontecido el 11 de septiembre de 2001, cuya tragedia inminente ya era noticia para Bush Jr. desde fechas muy anteriores? Según Estulin un proceder de las conspiraciones es que ocurren a plena luz del día, incluso desclasificando parte de la verdad (como el Informe 200) y produciendo filmes y significados culturales en torno a ello. El fin es que la gente, siempre que se hable sobre la realidad de estos planes, diga “bah,  es cosa de películas”.

La guerra mundial 6.0 ya está en marcha y durará hasta que se creen las condiciones que ellos, quienes controlan, necesitan. La lógica ha sido, mediante el virus, “podar el césped” de la población, luego vendrá una mayor ingeniería transhumanista con los que queden vivos. Las personas mayores de sesenta años, los más ancianos, han sido los primeros en caer. Son los menos productivos, pero a la vez quienes recuerdan otro tipo de mundo y, con esa memoria, pudieran transformarse en agentes peligrosos de cara a la nueva hegemonía cultural que se establecerá como canon identitario. Se avecina una batalla cultural, cuyo objetivo es el fin de la humanidad como concepto, pues, en la lógica que viene, todos no seremos considerados hombres con derechos. La posmoderna obsesión por deconstruirnos como sujetos nos atomizó como agentes de la resistencia, no hay un contradiscurso por el momento, ni un contrapeso. Habrá que seguir la lógica de Marx cuando dijo que bajo las condiciones del capital, un estallido revolucionario se situaba como horizonte inevitable.

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Mauricio Escuela
Lic. Periodismo por la Universidad Marta Abreu, estudiante de Ciencias Politicas por la propia casa de estudios, columnista de las publicaciones La Jiribilla y Cubahora. Se desempeñó como analista de temas internacionales en el diario Granma.

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