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La COVID-19 en la agenda editorial de Alma Mater

La gran mesa ovalada de la redacción de Alma Mater parecía un augurio sin los pomos de agua, las mochilas, los bolsos, el casco de la moto de Rodolfo; las agendas, bolígrafos y resaltadores de colores, que en los lunes habituales de “misa editorial” pre COVID-19 haría a los miembros del equipo disputarse un espacio para escribir.

En las calles, gente con nasobuco; a la entrada de la Editora Abril, una colcha empapada en agua clorada y un recipiente con la misma sustancia del que la recepcionista vertía un poco sobre tus manos. Fueron estas escenas ominosas que posteriormente se verían completadas con las sillas separadas a un metro y medio en torno a la mesa en la que se desarrolla gran parte del debate creativo en la revista de los universitarios cubanos: las sillas que nunca alcanzan, y sobraban en esa ocasión.

—Vamos, no se me dispersen — dijo Armando Franco Senén, el director.

Era 23 de marzo. Doce días antes, medios nacionales reportaban los primeros casos de coronavirus en el país, tres turistas italianos procedentes de la región de Lombardía. Siete días antes, el Ministerio de Salud Pública (Minsap) informaba del quinto caso de la enfermedad en la Isla. Dos días antes, el Minsap daba a conocer el diagnóstico de diez nuevos casos para un acumulado de 35, de 954 pacientes bajo vigilancia epidemiológica en centros de aislamiento, y del seguimiento de otras 30 mil 773 personas en sus casas, desde la Atención Primaria de Salud.

El lunes 23 de marzo Armando dijo: “Esta puede ser nuestra última reunión editorial física antes de las medidas de distanciamiento social”. Y lo fue.

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Cuando la presencia de la COVID-19 en la Isla era una realidad que no parecía tan cercana, Armando Franco Senén estaba casi convencido de que la enfermedad ocasionada por el SARS-CoV-2 no tendría un gran peso en la agenda editorial del medio que dirige.

“Llegamos a abordar el tema casi por carambola. Amanecimos un día con muchos estados de WhatsApp e impresiones en otras redes sociales de estudiantes de la Cujae — Universidad Tecnológica de La Habana—, quienes hablaban del supuesto contagio de uno de sus compañeros.

“Decidimos indagar y contactar al muchacho. Desmentimos el hecho, pues aunque había una probabilidad en ese momento, todavía no existían resultados concluyentes. Finalmente, fue dado negativo. Empezamos a dar cobertura al nuevo coronavirus desde la experiencia de ese estudiante”.

Luego, vino la oportunidad de informar la evacuación del crucero británico MS Braemar que, con al menos cinco casos positivos a la COVID-19 y varias personas más en cuarentena por síntomas de resfriado, llevaba días varado en altamar luego de que algunas naciones caribeñas no lo aceptaran en sus puertos.

“Nos enteramos de la posibilidad de que Cuba iba a permitir atracar a la  embarcación, para garantizar el regreso de los cruceristas al Reino Unido. Buscamos pasajeros a bordo, y también contamos aquello que estaba pasando”.

De ahí en adelante — apunta Franco Senén — la COVID-19 fue más recurrente en la agenda de AM, intentando siempre priorizar lo que estuviera vinculado directamente a los entornos universitarios y al enfrentamiento a la enfermedad desde esos escenarios.

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Con 97 años de vida, como muchas de las instituciones mediáticas, Alma Mater se ha visto retada para dar cobertura al desarrollo del nuevo coronavirus en el país, debido a que la pandemia ha reconfigurado las rutinas productivas de los órganos de prensa.

“Es un medio pequeño. Cuenta con un reducido equipo creativo en el que se nuclean periodistas, comunicadores, correctores y diseñadores. Una extensa red de colaboradores habituales, con recursos personales, han logrado mantener desde sus hogares un ritmo de publicaciones diarias y exclusivas para todas nuestras plataformas y el perfil en Medium”, señala el joven director.

Respecto a la construcción de contenidos, Max Barbosa Miranda, periodista y subdirector multimedia de AM, apunta que se han respetado las características de cada canal, buscando todas las salidas comunicativas posibles a los contenidos periodísticos con potencial para ello, y respetando cada lógica particular.

“La gente está hoy en las redes sociales y hacia allí hemos ido. A partir de la propia cobertura del COVID-19 aceleramos los proyectos que teníamos para ese escenario. Abrimos nuestro canal en Telegram, y también habilitamos el servicio de flash news en dos grupos de WhatsApp, que permite a las personas tener vistas instantáneas con resúmenes informativos y, además, ahorrar datos. Abogamos por optimizar los contenidos para que la gente pueda consumirlos según sus posibilidades”.

Las metodologías del Ministerio de Educación Superior para la recuperación del presente curso académico y el desarrollo del próximo; los mensajes de los rectores de las casas de altos estudios del país a sus estudiantes, y las historias de universitarios que han realizado (y realizan) trabajo de voluntariado en centros de aislamiento para sospechosos al nuevo coronavirus han sido algunos de los trabajos publicados.

Bitácora del Alma constituyó uno de esos contenidos, que inicialmente se generó de manera exclusiva para las redes sociales y luego se expandió al resto de las plataformas: la sección recogió las crónicas de Mario Ernesto Almeida, estudiante de cuarto año de Periodismo de la Facultad de Comunicación (Fcom) de la Universidad de La Habana, desde el centro de aislamiento del capitalino reparto Bahía.

“Las redes sociales nos dan la oportunidad de llegar a miles de usuarios, y eso en estos momentos es lo ideal para no perder el contacto. Para conocer sus opiniones y que no falte retroalimentación, hemos realizado encuestas desde Telegram y Facebook. Convocamos a debates en nuestras publicaciones.

“Hemos logrado que AM, en tiempos de aislamiento social, se convierta en uno de los medios que los jóvenes universitarios buscan”, señala Melissa Ayala Garriga, estudiante de cuarto año de Comunicación Social en Fcom, y miembro del núcleo duro del equipo multimedia de la revista.

En la raíz de dicho grupo, integrado por otras tres personas (dos de ellas igualmente estudiantes de Fcom), descansan las responsabilidades de traducir los trabajos periodísticos a todas las expresiones de la publicación en el entorno digital.

“Hemos ido incorporando al equipo multimedia otros personas que, desde sus competencias profesionales, nos asesoran y brindan ideas. Una de las buenas prácticas es gestionar la producción hacia lo interno mediante un chat en WhatsApp en el que estamos todos presentes; y habilitar otros más segmentados, en función del diseño y los flashes”, resalta Barbosa Miranda.

“La pandemia llegó para cambiar los horarios de los usuarios en redes, para ampliarlos. Ello conlleva trabajar más horas. El equipo se planifica de acuerdo al tráfico que impone nuestro público”, apunta Melissa Ayala.

Para Max Barbosa, estar atentos las 24 horas a los contenidos generados es una experiencia que debería quedarse como parte de la rutina productiva: “Una práctica que facilita mayor interacción con los usuarios;  y favorece que con sus reacciones y sugerencias se conviertan en entes activos en  la construcción de la agenda editorial”.

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