IDIOMA ESPAÑOL

Lengua y mujer

El 8 de marzo se celebra el Día Internacional de la Mujer y vale la pena hacer algunas reflexiones acerca del tratamiento que se le da a esta a través del lenguaje. Sin embargo, quiero empezar estas reflexiones con un recordatorio: este día fue creado a instancias de Clara Zetkin (Alemania, 1857-1933), mujer símbolo del movimiento feminista mundial. Pero cuando aquella tenía solo doce años, en abril de 1869, una mujer cubana reclamaba ya el derecho de la mujer a luchar por un mundo mejor. Se trata de la camagüeyana Ana Betancourt Agramonte, quien en la Asamblea de Guáimaro exclamó: “[…] la mujer en el rincón oscuro y tranquilo del hogar esperaba paciente resignada esta hora hermosa, en que una revolución nueva rompe su yugo y le desata las alas […] Vosotros queréis destruir la esclavitud de la cuna peleando hasta morir. Habéis destruido la esclavitud del color emancipando al siervo. Llegó el momento de liberar a la mujer”.[1] De modo que una cubana es precursora de ese movimiento universal.

Aunque poco a poco, la mujer ha ido abriéndose camino y ocupando en la sociedad el lugar que le corresponde, aún queda mucho por lograr, tanto en lo que a la vida se refiere como a su reflejo en los idiomas.

La lengua retrata lo que ocurre en la sociedad; por tanto, ha sido y en alguna medida aún es reflejo de la discriminación y del lugar que ha ocupado la mujer. Si los cargos eran desempeñados por hombres, si las profesiones eran ejercidas por hombres —y eso es historia—, es perfectamente lógico que durante mucho tiempo el lexicón académico dijera “mujer del…” para referirse, por ejemplo, a presidenta. ¡Y es que en otros tiempos no había mujeres presidentas! ¡Como no había médicas o juezas o generalas…! Sin embargo, hay que reconocer que eso ha ido cambiando y en el caso de presidenta, el diccionario académico hoy dice: “mujer que preside”, “presidente (ǁ cabeza de un gobierno, consejo, tribunal, junta, sociedad, etc.)”, “presidente (ǁ jefa del Estado)” y solo como última acepción y con un carácter coloquial, “mujer del presidente”. De igual modo están incluidos muchos términos relacionados con los cargos y oficios que en la sociedad actual desempeña la mujer como médica, jueza o generala.

Que pasen del papel al lenguaje cotidiano depende de cada uno de nosotros. Piénselo, cuando usted tiene que ir a una consulta, ¿cómo dice?: “Voy al médico”. Y lo hace así independiente de que ese facultativo sea hombre o mujer. Aquí en Cuba, tenemos una generala —Delsa Esther Puebla Vilches, Teté—; pero las más de las veces, al referirse a ella, se dice la general. ¿Por qué?

Otro asunto es el empleo peyorativo de algunos términos, a los que se da diferente significación en dependencia de que se apliquen a un hombre o a una mujer. En este sentido, suelen citarse zorro / zorra, que referido a un hombre, significa “taimado y astuto” y referido a una mujer, “prostituta”; de modo similar, en la oposición gallo / gallina, el masculino otorga cualidades como fuerza y valentía, mientras que el femenino es sinónimo de cobardía. Quizás, la pareja hombre público / mujer pública resulta la más ofensiva: del primero se dice que es aquel “que tiene presencia e influjo en la vida social”, mientras que el segundo se define como “prostituta”. Ello demuestra que aún queda mucho por hacer en cuanto al léxico; pero insisto en la idea de que en la vida real, nadie intenta ofender a un varón, llamándole zorro; todo lo contrario, al aplicarle tal calificativo se le halaga. Podemos exigir —y se hace— que los diccionarios se adapten a la vida actual; pero primero tienen que adaptarse las mentes.

Por último, quiero referirme al término fémina (del latín femĭna) es, según el Drae, “mujer, persona del sexo femenino” y con igual sentido aparece desde 1970, fecha en que se registró por primera vez en el diccionario académico. Según Etimologías de Chile es una variante cultista y a veces irónica, que se usa sobre todo en plural; en latín significa “hembra” —término que por su enfoque biologicista se emplea menos—. Procede de la raíz indoeuropea dhe, que significa “mamar” y del griego thelus —el cambio dh en th y este en f es característico de la lengua; de ahí proceden las voces latinas felix (feliz), fecundus (fecundo) y filius (hijo)— y del sufijo -mina. Por tanto’, fémina significa “la que amamanta o da de mamar”. Como fácilmente se puede apreciar, no hay motivo para la ironía y mucho menos para el toque despectivo con el que a veces se utiliza.

Se derivan de fémina los términos femenino y femíneo, “propio de mujeres”; femineidad y feminidad, “cualidad de femenino”; feminización, “aparición y desarrollo de los caracteres sexuales femeninos en la mujer normal, en el tiempo de la pubertad”; y femenil, “perteneciente o relativo a la mujer”.

Una recomendación para recordar: use sin temor las palabras que se refieren a los oficios femeninos; no importa que no estén en los diccionarios: estarán.

[1] Ernesto Limia: Cuba Libre: la utopía secuestrada, Casa Editorial Verde Olivo, La Habana, 2015, p. 216.

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María Luisa García Moreno
Profesora de Español e Historia, Licenciada en Lengua y Literatura hispánicas. Periodista, editora y escritora.

One thought on “Lengua y mujer

  1. Es muy oportuno todo esto que comenta sobre el lenguaje y la mujer, en cuanto al empleo de fémina existen algunas consideraciones de publicaciones cubanas que no aceptan esta palabra como sinónimo de mujer, le pregunto, acaso es incorrecto escribir o decir fémina por mujer, porque de acuerdo a su etimología podría al menos evitarse, no cree…

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