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A propósito del 20 de octubre: Morir, trabajar, pensar… por la Patria

Las campanas de todas las iglesias repiqueteaban lanzando al aire tañidos de alegría.

La población se volcaba a las calles y se arremolinaba en torno a un hombre que, sobre la montura de su bestia, reproducía la letra de aquella marcha guerrera, cuyas vibrantes notas ya habían escuchado el año anterior durante las festividades del Corpus Cristhie, en la Parroquial Mayor. El teniente coronel Julián Udaeta Arrechavala, jefe de la plaza, al oír esas notas, que ya le habían parecido subversivas durante aquella misa, confirmó su sospecha.

Era el 20 de octubre de 1868. Tras tres días de cruentos combates, Bayamo había caído en manos de los insurrectos. ¿Cómo puede explicarse esta primera victoria de aquella hueste mal armada, peor pertrechada y carente de cualquier tipo de entrenamiento militar? Solo puede explicarse por el poder de los ideales y la disposición de dar hasta la vida en aras de la independencia patria.

Udaeta había preparado eficientemente la defensa de la ciudad; pero situó en la primera línea a bomberos y milicianos, muchos de ellos mulatos, quienes ya habían escuchado que Céspedes clamaba por la libertad para todos. En medio del fragor de la batalla, numerosos integrantes de esos cuerpos al servicio de España se pasaron a las filas de los libertadores, como también lo hicieron las fuerzas que defendían la cárcel, comandadas por Modesto Díaz, general del ejército español, de origen dominicano.

Bayamo cayó en manos de los insurrectos. La cubanidad que, tras un largo periodo de gestación había nacido diez días antes en La Demajagua, tuvo en Bayamo su bautismo de fuego. Allí nació la República de Cuba en Armas. Tuvo bandera —la de Céspedes—, su canto guerrero —el “Himno de Bayamo”— y plaza, pues la antigua Plaza de Armas se convirtió en la Plaza de la Revolución, hermoso rincón del centro histórico que hoy exhibe en uno de sus extremos una estatua de Carlos Manuel de Céspedes y del Castillo, el iniciador, y en el otro, un monumento dedicado a Pedro Figueredo Cisneros, Perucho, el creador de nuestro himno nacional, el cual tiene en su centro un pedestal que sirve de base al busto de Perucho y, a los lados, sendos relieves, uno con la partitura y el otro con la letra de “La Bayamesa”.

Apenas tres meses después, sin fuerzas para enfrentar la poderosa tropa que el gobierno colonial lanzó contra Bayamo, la ciudad cayó en manos del enemigo. Antes, en tremendo ejemplo de sacrificio personal en aras de los intereses de la nación que aún se construía, el pueblo de Bayamo prendió fuego a la ciudad y las familias se lanzaron a la manigua insurrecta, donde muchos serían asesinados con saña por los españoles o morirían a causa de las enfermedades o el hambre. ¡Sublime ejemplo el de los bayameses! Ellos mostraron al mundo la disposición de los cubanos de desaparecer antes que renunciar a la soberanía.

A 150 años de aquellos hechos, nuestra disposición sigue siendo la misma. Hoy, cada cubano ocuparía su puesto de combate, sin dudarlo un instante, y estaría dispuesto a “morir por la Patria” si fuera necesario; pero la agresión que sufrimos no es militar. Como recordó nuestro canciller Bruno Rodríguez Parrilla, al intervenir en el 74 periodo de sesiones de la ONU, conscientes de que no existe una oposición política efectiva, los yanquis emplean el único medio posible para hacerle perder el apoyo interno al Gobierno: “[…] provocar el desengaño y el desaliento mediante la insatisfacción económica y la penuria […] Hay que poner en práctica rápidamente todos los medios posibles para debilitar la vida económica […] negándole a Cuba dinero y suministros con el fin de reducir los salarios nominales y reales, con el objetivo de provocar hambre, desesperación y el derrocamiento del Gobierno”.

Hace unos días, el pasado 5 de septiembre, la Casa Editorial Verde Olivo realizó la presentación y donación de 400 ejemplares del libro La Habana de José Martí, a los alumnos de la escuela primaria Rafael María de Mendive, en el antiguo Colegio San Pablo. El presentador Jorge Lozano Ros, profesor universitario y asesor del Programa Martiano, con hermosas palabras pobló de anécdotas algunas de esas edificaciones que existieron o existen en nuestra capital y que pueden parecernos muy modernas, pero existían desde los siglos XVII, XVIII o XIX y fueron conocidas por el niño (1853-1871) o el hombre Martí (1878-1879).

Al referirse a lo ocurrido en la noche del 22 de enero de 1869, en el desaparecido teatro Villanueva —sito entonces en la calle Morro, entre Refugio y Vidrios—, durante la representación de la obra “Perro huevero aunque le quemen el hocico”, el orador logró llenar de emoción los corazones de sus pequeños oyentes y, tal como ocurrió en 1869, en la Cuba de hoy cuatrocientas gargantas infantiles hicieron retumbar el local del colegio al grito de “Viva Cuba Libre”.

No es difícil avivar el sentimiento patrio; ya lo dijo Martí: “Los pueblos viven de la levadura heroica”.
Frente a la genocida política del imperialismo norteamericano, hay no solo que “morir por la Patria” si fuera necesario; hay que trabajar y pensar por la Patria.

A pesar de la agobiante situación del transporte y de otras dificultades que nos impone el enemigo imperialista, la solución está en nuestras manos. Tampoco podemos olvidar otra frase martiana: “A eso llegan los pueblos que se cansan de defenderse: a halar como las bestias del carro de sus amos: y el amo va en el carro, colorado y gordo”.

Trabajar y pensar son las palabras de orden en estos tiempos: trabajar para crear riquezas y pensar en el bien común, en la república que soñó Martí, “con todos y para el bien de todos”.

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María Luisa García Moreno
Profesora de Español e Historia, Licenciada en Lengua y Literatura hispánicas. Periodista, editora y escritora.

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