FIEL DEL LENGUAJE

Fiel del lenguaje 13: Imperio y guanajería

Más de una vez se ha oído a comunicadores cubanos que, cumpliendo su función en medios propios del país, hablan de los millones invertidos por el gobierno de los Estados Unidos “para fomentar la democracia en Cuba”. Después, a menudo refutan la falsedad, y hablan de afanes subversivos por parte del imperio; pero dejan en el aire una factual aprobación de ella o, cuando menos, una desprevención inicial que alguien no muy cortés ha calificado de guanajeril.

A tal realidad se refirió esta columna en su séptimo texto, donde trató, entre otros ejemplos, sobre el mal uso de humanitario como sinónimo —que no es— de humano, y, dadas las reiteraciones de las pifias, volverá sobre el asunto. Asumir acríticamente el lenguaje del imperio es hacerle el juego, aunque se esté lejos de hacerlo intencionalmente. Estar prevenido contra ingenuidades peligrosas debe ser propósito permanente, máxime en un país asediado, bloqueado y calumniado, y hasta agredido militarmente, donde la ingenuidad no debe practicarse como “un placer genial, sensual”.

Cuba se ha permitido iniciativas emancipadoras, o de ratificación de su personalidad propia, no solo en la política, sino también en el lenguaje. Con el derecho que le otorga tener el suelo donde se reconoce que se cosecha el mejor tabaco del mundo, adoptó para esa esfera un léxico que no se corresponde estrictamente con el predominante en el ámbito del idioma español. No se rechazan mecánica ni dogmáticamente los usos lexicales de otras latitudes, pero a lo que en ellas se le llama habano, o puro, aquí se le nombra preferentemente de un modo metafórico válido para señalar su pureza: tabaco, lo cual da por sentado que en él entra solamente la hoja de dicha planta.

Ese artículo se bautizó también como cigarro, y con el equivalente de este nombre en otras lenguas, mientras que para los enrollados —más pequeños— de picadura de tabaco envuelta en papel, y a veces “enriquecidos” con rarezas a las cuales se atribuye su mayor nocividad, se reservó el diminutivo cigarrillo. Pero en Cuba, donde no se usa cigarro como sinónimo de puro, se le llama cigarro al cigarrillo, puesto que no hay la posibilidad de que, al darle tal nombre, se le confunda con el puro o tabaco, o habano.

No se sabe cómo surgió en años más recientes el empleo de tupamaro para designar cigarros adulterados. Eso al autor de la presente nota siempre le ha parecido indeseable, porque, al igual que al gentilicio palestino (o palestina) —mal aplicado a personas que se establecen en La Habana o se hallan de paso en ella procedentes de otras partes del país—, se le da connotación negativa a un vocablo acuñado en Uruguay para luchadores revolucionarios dignos de admiración y respeto, como Raúl Sendic.

Inicialmente el articulista pensó que semejante traslación nominal obedecía a la naturaleza ilícita de los cigarros adulterados, tal vez asociable con el carácter clandestino de los tupamaros. Y aunque aún no ha descartado del todo tal suposición, le ha dado ya también cabida a otra: que la picaresca y el habla popular cubanas se adelantaron a realidades tan decepcionantes como las que llegarían a protagonizar ciertos individuos que fueron tupamaros pero, en el andar de los años y los vaivenes de las circunstancias, se han convertido en la negación del valor de aquellos combatientes o han pasado, cuando más, a encarnar una patética “heroicidad mediática”.

De esos los ha habido célebres por la palabrería, las poses o la perfidia, pero su cifra no superará a los que se mantienen leales a la legitimidad de los verdaderos tupamaros, cuyo ejemplo no será borrado por la degradación de quienes renunciaron al honor de su pasado. Así y todo, el autor piensa que sería justo librar tanto a palestino como a tupamaro de usos peyorativos, y procurar que ninguno de los dos indeseables empleos comentados termine aceptándose como palabra de Cuba, con carta de ciudadanía y todo.

Estar atentos al significado de los vocablos, a las realidades que ellos representan, es aconsejable o vital en cualquier tiempo. Y mucho más cuando el poderío y las falacias imperiales no se manifiestan solo en las esferas de las armas, la economía y los recursos tecnológicos, sino también —con particular insistencia— en la cultura y en los medios por donde se expresan ella y el pensamiento, y en las cifras millonarias invertidas en función de tergiversar y manipular tanto la una como el otro contra países y pueblos que desacatan los designios del imperio. Cuba tiene un lugar relevante en esa historia, y lo paga caro, pero le cabe el orgullo de saberse digna. Allá quienes deserten de ese camino.

El idioma es uno de los soportes en que se cimienta la identidad de una nación, y la idiosincrasia de su pueblo. Más de una vez el articulista ha deplorado que no se conserve plenamente la creatividad con que el duque de Marlborough, el mismo de quien se dice que “se fue a la guerra”, se rebautizó sabrosamente como Mambrú, y la expresión cut-out terminó convertida en catao. Y más recientemente al topless se le aplicó un nombre tan quevedesco y paladeable como baja-y-chupa. Quizás en esos logros hacían su aporte ciertas dosis de ignorancia; pero hoy la ignorancia no ha desaparecido como sería de desear que lo haga, y además campea por su irrespeto una supeditación al inglés que no es como para pasarla por alto.

En estos tiempos los medios imperiales no solo fabrican todo tipo de calumnias y mentiras, sino que las venden en los mismos paquetes falaces donde incluyen hasta el nombre de tales infundios, que llaman fake news. Con ello la conciencia de que se está ante una manipulación abyecta podría disimularse con el exotismo, así como en la jerga beisbolera el vocablo home no se toma por equivalente de hogar, sino que es home y ya, o jon. De igual modo, en el terreno noticioso lo de fake news parecería no significar precisamente falsas noticias, sino solo eso: fake news, que pudiera parecer menos preocupante. De eso, o contra eso, será necesario que sigamos tratando. Por ahora, bye!, no, ¡caramba!, eso no. Lo que el autor quiere decir es ¡Hasta luego!

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Luis Toledo Sande
Escritor, investigador y periodista cubano. Doctor en Ciencias Filológicas por la Universidad de La Habana. Autor de varios libros de distintos géneros. Ha ejercido la docencia universitaria y ha sido director del Centro de Estudios Martianos y subdirector de la revista Casa de las Américas. En la diplomacia se ha desempeñado como consejero cultural de la Embajada de Cuba en España. Entre otros reconocimientos ha recibido la Distinción Por la Cultura Nacional y el Premio de la Crítica de Ciencias Sociales, este último por su libro Cesto de llamas. Biografía de José Martí. (Velasco, Holguín, 1950).

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