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José Martí: Círculos de cal sobre el grillete

marti_portadaLas huellas de sus pies, marcadas en cal, desaparecen silenciosas en las tardes. Un niño camina por senderos extraños. Los dedos se le hunden. El talón no se distingue entre tanto blanco, y las uñas ya no son del color de la carne. El uniforme, que unas mañanas le queda corto y otras largo en exceso, está húmedo de sudor, de lágrimas, de sangre. Solo cuando anochece aparecen, diseminadas en el espacio, diminutas figuras de cal.

Afuera hace frío. El niño no lo percibe. El dolor es más insoportable mientras avanza lenta la noche. La cadena pesa, es como si arrastrara el mundo con su cuerpo, en un solo costado. El sueño se esconde a pesar del cansancio. La luna sube entre los barrotes y va iluminando la roída cárcel y los dolores; luego, amanece.

Los hierros no son amigables y lo miran como guardias del infierno con ojos raros que, a esa edad, nunca había visto. Los presos aúllan como perros en los rincones, pero nadie los salva, ni ven caer del cielo la comida africana-española-cubana. Él los mira callado, y piensa en Alighieri.

El niño tiene 17 años y ya le pegan un grillete al tobillo. Los pies se trastocan en llagas enormes que amenazaban con devorarlo desde abajo; por eso arrastra el cuerpo, cuidado y audaz. “Dolor infinito debía ser el único nombre de estas páginas. Dolor infinito, porque el dolor del presidio es el más rudo, el más devastador de los dolores.”

Yo vi el grillete mucho tiempo después en una bóveda a la altura de mis ojos, e imaginé el pie dentro. ¿Qué hice yo a los 17 años?: andar distraída mientras que aquel niño se deshacía en las canteras, o leer un libro o dormir después de clases. Cuan poco.

El niño sobrevive a la distancia y las eternidades. Tuvo la fe de “volver ciego, cojo, magullado, herido, al son del palo y la blasfemia, del golpe y del escarnio”.

El niño regresa con el grillete cuarteado y vuelve a dejar huellas de cal en la sala de la casa. Se tiende debajo del colchón. Tiene 17, pero no lleva en el pecho el número 113. Busca dentro del pantalón, sonríe y me enseña, por primera vez, el canto de unas cadenas rotas al compás de diminutas figuras de cal.

Melissa Cordero Novo – Ilustración: Arema Arega-Negussie

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Redacción Cubaperiodistas
Sitio de la Unión de Periodistas de Cuba