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COLUMNISTAS

De una entrevista y una polémica

Recordando a Rubén Martínez Villena y la cita de su “Mensaje lírico civil” hecha por Fidel Castro, en un reciente artículo sostuve que se necesita más de una carga, o que ella contenga tantos explosivos como se requieran contra todo lo que ponga o esté ya poniendo en peligro la marcha del proceso cubano, un proceso que debe seguir siendo revolucionario, o dejaría de existir. Uno de los proyectiles sería para lanzarlo contra un blanco específico, el siguiente, plasmado en un párrafo que reproduzco sin comillas.

Contra el peligro de usar la historia como fuente de consignas, y no como la raíz que nos sustenta y no por gusto nuestros enemigos procuran suplantar por narrativas falaces. También en lo relativo a la historia la crítica se debe ejercer con pleno sentido de responsabilidad, y con la soltura necesaria, para que nadie se sienta con derecho a decir que se ha visto obligado a expresarse en medios que no representan el pulso revolucionario y emancipador de la nación.

Cuando en días recientes estalló una polémica en torno a una entrevista (precedida por el anuncio de polémica), reproduje esas líneas. Me pareció que, en esencia, resumían lo que podría decir sobre el tema. Repito: en esencia, para que nadie entienda necesario tomarse el trabajo de decirme que esas líneas no lo recogen todo, aunque cada quien es libre de asignarse y disfrutar las tareas que estime necesario acometer. Eso es algo que aflora, y no precisamente como logro estimulante, en el guirigay de las redes sociales, en las que —lo aclaro, para no propiciar dudas de ningún tipo— también abundan logros valiosos.

Claro que el párrafo no podría contener todo lo que cabría decir en particular sobre la polémica y lo que la ha rodeado. Aparte de la amplitud del asunto, esas líneas son parte del artículo “Hace falta ¿UNA carga?”, publicado en la víspera de la conmemoración de los sucesos del 26 de Julio de 1953, y animado por ellas. Según recuerdo, cuando ese texto apareció ni siquiera se hablaba de la entrevista aludida, que tuvo lugar el 3 de agosto.

Los motivos para aceptar el convite a una entrevista pueden ser varios, pero en el caso particular de la aludida no creo que el entrevistado la aceptara para decir lo que no ha podido expresar en medios del país y en entornos que suelen llamarse oficiales. No oí a Israel Rojas decir en sus respuestas a la publicación denominada La Joven Cuba nada que no haya dicho —esencialmente al menos— en esos medios y esos entornos.

En las prisas de un diálogo, no siempre un interlocutor logra ser todo lo preciso que querría ser, y en el caso aludido quedó en el aire la posibilidad de decirle a la entrevistadora que, si en cárceles cubanas hay presos vinculados con los hechos del 11 de julio de 2021, no será por haber participado pacíficamente en las protestas de ese día. Mientras no se pruebe lo contrario, lo que se sabe es que se hallan en prisión quienes actuaron violenta y vandálicamente, y son una minoría.

Si alguna precisión pudo parecer que faltó en las respuestas del entrevistado, quedó largamente compensada por su claridad al sostener —con el necesario toque de energía incluido— que los Estados Unidos mantienen contra Cuba una verdadera guerra. Frente a lo rotundo y claro del entrevistado, la entrevistadora procuró reducir el alcance de esa guerra a “una hostilidad”, y habrá a quienes les haya parecido que su rostro se vio desencajado por la frustración. Curiosamente, ese matiz, nada banal, no aparece exactamente así en la transcripción que La Joven Cuba publicó de la entrevista, pero así y todo en ella puede verse el afán de hablar de hostilidad, no de guerra.

Los hechos prueban que se trata de toda una guerra, larga además, y la propia energía del entrevistado lo confirmó. Ni siquiera es una guerra solamente económica, que ya sería grave. Lo más visible de ella, tensada una y otra vez por Donald Trump, serán sus expresiones económica, financiera y comercial, pero incluye lo jurídico —con las mal llamadas sanciones, sucias maniobras unilaterales de la potencia imperialista—; lo diplomático y mediático, con feroces campañas, y lo militar y terrorista.

¿O acaso no existió la invasión de abril de 1961 por Playa Girón, ni han existido otros actos abominables y cruentos, como ataques con cañoneras desde el mar, sabotajes en instalaciones turísticas, incendios incluso en un círculo infantil, introducción de plagas —nocivas tanto para seres humanos como para plantas y animales— y el derribo, en pleno vuelo, de un avión civil con más de setenta civiles a bordo? En todo eso ha estado presente la mano de la CIA, del gobierno de los Estados Unidos, ya sea por acción directa o por complicidad, que para el caso es lo mismo.

Semejante realidad no puede ocultarla ningún editor asalariado por los Estados Unidos, a cuyo gobierno sirve; ninguna entrevistadora de ese órgano empeñada en sustituir guerra por hostilidad; ningún espacio impreso o digital que en tareas afines a las intenciones de los Estados Unidos usurpe un nombre legado a la historia y la cultura cubanas por uno de sus grandes héroes antimperialistas, Antonio Guiteras.

Pero que tengamos la razón no basta para ignorar las razones que puedan faltarnos, ni las que el Diablo (recordemos al gran Antonio Machado y su Juan de Mairena) pueda manipular en nuestra contra. Una de esas razones, cuya exposición clara y resuelta no le podemos regalar a ningún enemigo, por muy pequeños que ellas y él sean o parezcan ser, la resume el párrafo reproducido al inicio del presente artículo.

Si hay algo común en la generalidad de las voces que se han referido a la entrevista, es la insatisfacción por el alcance de nuestros medios de comunicación. De ahí que otra de las cargas pedidas por el artículo del cual forma parte ese párrafo sea —y aquí también va sin comillas— contra el menosprecio de la política comunicacional.

Para su eficaz consumación no bastan regulaciones como las leyes pensadas para defender el ejercicio de la comunicación social y la indispensable transparencia informativa. Y esa transparencia no depende de recursos materiales y tecnológicos necesarios para reforzar el alcance y la calidad de la información en todos los órdenes. También es cuestión de conceptos y política bien aplicada.

Podrían añadirse algunos datos, como que el grado de ineficiencia de nuestra comunicación oficial no niega que haya en ella profesionales que no se resignan a los déficits, aunque lo nieguen quienes buscan descalificar en bloque lo cubano identificado con la Revolución. Tales negadores están dispuestos a reconocer únicamente la crítica hecha al margen de la voluntad revolucionaria o, de preferencia, contra ella.

Otro dato es que la conversión del Instituto Cubano de Radio y Televisión en Instituto de Comunicación Social no parece estar dando —no, al menos, aún— el esperado saldo de transformación necesaria. Alguien cuyo nombre no logro recordar, pero me gustaría poder darle el debido crédito aunque ni siquiera recuerdo la intención de su criterio, en estos días escribió que la segunda de esas instituciones nació cansada.

Pero no intentaré detenerme ahora en un asunto que requiere argumentación y seriedad. Lo apreciado alrededor de la entrevista, más tal vez que en ella misma, apunta a la necesidad de valorar rigurosamente, no para repetir dictámenes más o menos entusiastas o resignados, nuestras políticas comunicacionales, y cómo las aplicamos en la práctica.

El limbo legal que algunas voces —incluso nuestras y bien intencionadas— han señalado sobre el status de La Joven Cuba y de alguna otra publicación, no debe pasarse por alto. Ninguna variante de un laissez-faire poco o nada plausible servirá para resolver nuestros problemas, arreglar lo que requiera arreglo y “cambiar todo lo que deba ser cambiado”. No prohibir no significa aceptarlo todo.

Algunas reacciones observables en estos días no son como para que durmamos tranquilos. Menospreciar la importancia de saber quién financia un medio de comunicación, soslaya hechos de gran significación: entre otros, los financiamientos enmascarados. Quien estuvo en Nicaragua en los primeros años de la triunfante Revolución Sandinista —que sigue mereciendo todos los cuidados, como la Cubana—, recordará el entusiasmo que generaba la “solidaridad económica” de la RFA. Tal entusiasmo, explicable también por la necesidad del sandinismo de sobrevivir en medio de las agresiones imperialistas, parecía no oír, o no querer oír, las advertencias sobre el peligro del injerencismo maquillado como filantropía.

Tras la reciente entrevista de La Joven Cuba apareció en Cubadebate un artículo de Carlos González Penalva, buen amigo del pueblo cubano y su Revolución. El núcleo de sus argumentos era (es) la necesidad de tener claros los desafíos de la guerra mediática y comunicacional, cultural, y dejó claro que su preocupación no era el entrevistado: “Desde luego, el problema no es Israel Rojas”, expresó. Pero le saltaron al cuello con la versión de que había atacado al cantante.

Y ni siquiera eso fue lo peor. Hubo voces nuestras que repudiaron el hecho de que alguien no cubano opinara sobre asuntos que nos incumben, y lo tildaron de colonialista y entrometido. El punto no pasaría de ser un incidente asociado a percepciones personales, si no fuera porque supone ignorar la legitimidad del internacionalismo revolucionario y olvidar algo tan elemental como que “Patria es humanidad”.

No se trata de que ayudar a Cuba dé derechos especiales. A eso me referí en un artículo reciente, y hoy podría agregar algo más: cuando un entonces célebre intelectual español, recibido y hasta mimado en Cuba por la actitud que mostraba hacia este país, se permitió tener —en una publicación cubana— una actitud condescendiente y perdonarlo por haber dejado de ser socialista durante dos horas, le respondí con una carta abierta, que él no tardó en aceptar.

El flamante intelectual, que aún no se había revelado como alguien muy distante de lo que simulaba ser, se había referido, con actitud de perdonavidas, al concierto Por la Paz celebrado en la Plaza de la Revolución en septiembre de 2009. Si hacia González Penalva he dado la muestra de confianza aquí plasmada, es porque —hasta dónde sé— nada ha hecho ni dicho que me mueva a pensar que no la merece.

Por otra parte, resulta patético que haya quienes le nieguen a un no paisano —la palabra extranjero tiene un tufo que en casos como este se hace más inaceptable aún— la posibilidad de opinar sobre asuntos de nuestro país, y defenderlo. Y, mientras eso sostienen, no les parece mal no solo recibir donaciones de personas de otros países, sino aceptar salarios de quienes quizás sí merezcan que se les considere extranjeros.

El llamado —hecho por muchas voces— a que no descuidemos la naturaleza del debate ideológico, está lejos de haber perdido vigencia. Por el contrario, se refuerza cada día más. Y en el caso de La Joven Cuba, lejos de haber terminado, más bien se percibe que ahora está empezando.

No solo porque haya quienes aprovechen la reciente polémica para anunciarse y ofrecerse como posibles entrevistados, lo que no es seguro que les garantice el éxito que pueden desear. Ni porque haya quienes opten por no acudir a cualquier convite de entrevista sin tener en cuenta quién lo hace, aun estando dispuestos a dialogar en distintos escenarios. Vale también recordar que a raíz del 17 de diciembre de 2014, con el cambio de táctica —no de fondo— anunciado por Barack Obama, no faltó en Cuba quien enseguida empezara a alternar los términos bloqueo y embargo.

Queda un detalle que no parece menor por ser el último mencionado en una lista que ni de lejos se agota con él. Como ejemplo de personas que no se amedrentaron ante medios de ninguna índole, se ha mencionado a Ernesto Che Guevara y, sobre todo, a Fidel Castro. Al menos vale apuntar que compararse con figuras así puede resultar desmesurado.

Pero lo más importante es considerar el papel y la responsabilidad del Comandante en todos los terrenos, y aún cabría hacerse una pregunta, con la que aquí no se intenta deslegitimar a nadie ni limitarle a nadie la voluntad de ceder a los medios a cuya cita estime que debe acudir: el Líder revolucionario que hasta se veía disfrutar el combate con reconocidos medios enemigos extranjeros —seguramente más que dialogar con periodistas nacionales que buscaran expresarle su lealtad—, ¿cómo habría reaccionado ante un órgano establecido en el país y que podría considerarse un caballo de Troya financiado desde el exterior? No es más que una pregunta.

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Luis Toledo Sande
Escritor, investigador y periodista cubano. Doctor en Ciencias Filológicas por la Universidad de La Habana. Autor de varios libros de distintos géneros. Ha ejercido la docencia universitaria y ha sido director del Centro de Estudios Martianos y subdirector de la revista Casa de las Américas. En la diplomacia se ha desempeñado como consejero cultural de la Embajada de Cuba en España. Entre otros reconocimientos ha recibido la Distinción Por la Cultura Nacional y el Premio de la Crítica de Ciencias Sociales, este último por su libro Cesto de llamas. Biografía de José Martí. (Velasco, Holguín, 1950).

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