Para llegar donde Feliciano García hicimos camino por carretera desde Maturín hasta los Barrancos de Fajardo, un pequeño poblado que vive del espigón que lo arrima al río Orinoco. Las dos horas para embarcar el taxi en la chalana es el tiempo de mirar las casas y las gentes. Más allá del cristal, una niña limpia el entorno de su puesto de ventas de aceites, lubricantes, líquidos de freno y aguas destiladas; junto a las estanterías improvisadas está la hermana más pequeña, al cuidado de la mercancía, mientras la otra barre en círculos que no terminan nunca y no llevan a la escuela ni al bachillerato y le hunden su tiempo y su vida allí, junto a la carretera y las colas de autos, camionetas, gandolas y jeeps.
Antes de embarcar en la chalana, con la bandera de Venezuela y la inscripción de Ciudad Guayana en el mástil, los ojos lo detallan todo como para fijar en la retina este espacio recóndito y singular de la geografía. Luego, la mirada se pierde en las profundidades del Orinoco portentoso, que uno imagina temible si se enfurece o se desborda; pero ahora el río es gentil, sus aguas mansas se extienden por horizontes infinitos y dadivosas, llenan la red de buena pesca a un hombre que la ha extendido no más subir a la embarcación que gime con su pesada carga de gentes y carros encima, que llega despaciosa al otro lado de esa inmensidad.
La ciudad de Puerto Ordaz se alza en la ribera opuesta a los Barrancos de Fajardo. Allí, en uno de sus barrios pobres vive Feliciano García, el anciano que visitamos a su regreso de Cuba.
A Feliciano le gustó siempre acercar su conuco al camino para que todo el mundo lo viera. Viene de Sucre, donde nació hace ya más de 85 años, un 9 de junio de 1919. Trabajaba primero en el campo y luego fue constructor en Caracas, Maiquetía y Valencia.
Cuenta que le atendieron primero el mal de los oídos y luego el de los ojos y ahora se queja de los espejuelos oscuros que no le dejan ver las maravillas que sus ojos ya pueden mirar y cuando le decimos que se los quite, que no hacen falta en la penumbra sino cuando hay mucho sol, y la doctora le anuncia una próxima consulta para seguir su tratamiento hasta indicarle lentes, dice pronto: “pues yo les agradezco el favor” y se pregunta si será que nos caímos del cielo, como Jesucristo. “Yo todo se lo agradezco a mi Presidente Chávez que por él me pude operar”, y sonríe.
Cuenta Iris Pinel, una de las nueras de Feliciano, que él no tenía recursos para operarse y le pedían asistir a una clínica y pagar. El anciano se negó rotundamente. Ella lo acompañó a Cuba para la intervención quirúrgica tras el aviso que la doctora del Programa Barrio Adentro de Los Arenales, le pasó de súbito, como una sorpresa.
“Ni en sueños pensé hacer un viaje así. Estaba emocionadísima, dice Iris Pinel.
Y agrega Feliciano:
“Es un pueblo de amor, qué belleza de gente, y se ve que no es un pueblo rico, son pobres, lo que pasa es que están trabajando, trabaja todo el mundo allí. Ahora pienso vivir 115 años”.
“A mí, confiesa Iris, me vieron la vista, me atendieron, me dieron lentes para ver de lejos. Tengo tratamiento por el cardiólogo y no lo llevé y me lo entregaban todos los días. Bueno, el viejito no se quería venir y en Cuba me decía: “Si así llueve, que no escampe”.
(Estado Bolívar. 9 de agosto de 2004, crónica originalmente publicada en el diario Juventud Rebelde).
Imagen de portada: Ilustración de Isis de Lázaro.

