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Martí y Fidel, dos árboles que crecen

El momento en el que Fidel, con un buldócer, destruyó los muros de una posta del entonces oprobioso Cuartel Moncada, para que se iniciaran los trabajos de construcción de la Ciudad Escolar 26 de Julio, fue símbolo de la nueva época que comenzaba a vivir Cuba, de continuidad extraordinaria entre Martí y Fidel, y de quienes hicieron la Revolución. Al recordar ese hecho, una también piensa en Camilo dándole mandarriazos al cuartel de Columbia en La Habana.  Pero, si no bastaran esas jornadas memorables, está aquella en que Fidel se fue a Playitas de Cajobabo: cuán presente tendría a José Martí esa primera vez que visitó el lugar por donde nuestro Apóstol arribó a Cuba en 1895 para incorporarse al campo insurrecto, a la vida en campaña.

Su periplo no acabó allí; después Fidel se fue a Los Cayuelos, a unos dos kilómetros de Las Coloradas y también, por primera vez después del triunfo de la Revolución, puso sus pies de nuevo en la zona por donde desembarcó el Yate Granma en diciembre de 1956. Era enero de 1960 y, acompañados por jóvenes universitarios.

Volviendo a Martí, a la Generación del Centenario, a los jóvenes que integraron las fuerzas que revolucionaron a Cuba; a Artemisa, el lugar de donde mayor cantidad de jóvenes partieron hacia el Moncada, allí un maestro humilde, el primer biógrafo de José Martí, el asturiano Manuel Isidro Méndez, enseñaba en la biblioteca municipal. Siempre he pensado que no por casualidad salieron de Artemisa tantos jóvenes al Moncada, que las enseñanzas de aquel bibliotecario debieron influir en la formación de aquellos jóvenes artemiseños.

En estos días, les confieso que, emocionada, en mi pensamiento se agolpan en tropel las ideas y los recuerdos de los numerosos encuentros con el Comandante, de las innumerables conversaciones con él. Entre esos recuerdos, deseo evocar algo que me sucedió en el año 2012, cuando visitaba República Dominicana para presentar el libro Guerrillero del Tiempo. Conocer la geografía y a los pobladores de la hermana nación caribeña, y vivir otras proximidades, me sobrecogía en aquella ruta, sobre todo cuando nos dirigíamos hacia Montecristi, donde José Martí y Máximo Gómez firmaron un Manifiesto que mucho tiempo después podría decirse fue inspiración del alegato La Historia me absolverá, pronunciado vehementemente por Fidel en el juicio que se le siguió por el asalto al Cuartel Moncada.  Una de las razones era la certeza de que transitaba los ámbitos soñados de la historia: siempre anhelé poner el pie, seguir la ruta martiana hasta la contienda; otra, la cercanía al Haití generoso que le abrazó en sus días de ansiedad de llegar a Cuba.

Mi bitácora era el diario de viaje hacia la guerra, escrito por el Apóstol, donde apuntó todo lo que percibió y sintió en ese recorrido de República Dominicana hacia Haití para salir luego de Cabo Haitiano hacia las costas de Cuba, hasta desembarcar en la noche brumosa de la Playita de Cajobabo. Ya se conoce que la navegación la hicieron primero a bordo del carguero alemán Nordstrand y luego, las últimas tres millas, en un bote de remos que descolgaron de la embarcación mayor a las aguas tempestuosas del Caribe, al sur de la Isla. Fue en la ida a Montecristi que yo leí en voz alta, en el auto donde viajábamos, las anotaciones de Martí de los días de 1895 —realmente estaba disfrutándolo mucho—, primero cuando se aproximaba al Montecristi de entonces, y después a Dajabón o a Ouanaminthe y de allí a Fort-Liberté, para luego adentrarse aún más y llegar a Cabo Haitiano.  Y, de momento, el cónsul cubano sugirió algo impensado: “¿Deseas ir al otro lado de la frontera?” Pregunté entonces: “¿Pero se puede?”  Respondió que para los cubanos no había imposibles. El compañero que otorgaba los permisos —y esto no es realismo mágico ni real maravilloso, sino pura verdad— en el borde fronterizo para pasar el puente sobre el río, tenía un hijo estudiando medicina en Cuba y ayudaría al trámite de conceder la autorización para cruzar por unas horas al otro lado.  De súbito, el hilo, la conexión entre José Martí y Fidel Castro en pensamiento y acción, emergía de modo natural, con el mismo esplendor de las florestas que impresionaban a José Martí en su viaje.  Ambos reconocieron en el pueblo haitiano a los primeros irredentos del continente y esa realidad, contrastante con sus fragilidades y necesidades al paso del tiempo, puede decirse que estremeció a ambos con igual intensidad.

Yo recordaba cuanto había conversado con el Comandante Fidel tras el terremoto en Haití, cuando él demostraba un desvelo conmovedor por apoyar en todo lo que fuera asistencia médica; pero además, propiciar el desarrollo de un sistema integrado y de excelente nivel en salud en la hermana república sufrida.  Para Fidel, los cubanos tenemos en Martí la idea del bien que él describió, y el compromiso de pensarlo y desarrollarlo, de poner en práctica el bien: el bien de la justicia, el de la libertad, el de la independencia, todos los días.

Una tarde le comenté al Comandante todo lo que en su vida lo conectaba con Haití:  los humildes braceros en el batey de Birán donde nació, los amigos de la infancia, las clases con las profesoras en Santiago de Cuba —ellas hablaban o susurraban el francés y eran descendientes de haitianos—; el hecho de que fue precisamente Luis Hibertt, el cónsul haitiano en Santiago de Cuba, quien le bautizó en la Catedral de la ciudad oriental; la inolvidable tristeza que le provocara la expulsión de los haitianos, como frágil eslabón de la cadena, cuando se proclamó en Cuba en los años treinta la nacionalización del trabajo; la idea de avanzar por tierra haitiana cuando vieron en peligro  la expedición de Cayo Confites, y así una lista casi inagotable de cercanías de espíritu que se aunaban a la admiración por un pueblo que se había insurreccionado ante la explotación colonialista y la esclavitud.

El Comandante, enfáticamente, asentía: “Sí, sí” –me decía-. Luego me comentó exultante todo cuanto había logrado para que, en colaboración con Brasil, se implementara un programa integral de salud que salvaría vidas allá, donde el dolor se había empozado en la vida de las personas a la manera de un verso rotundo de César Vallejo.

Mi ansia por llegar al otro lado de la frontera en 2012, se cumplió; pude recorrer los caminos de José Martí y visitar a las brigadas médicas cubanas que en Ounaminthe y Fort-Liberté:  hacían el bien a la manera martiana y fidelista.

Ese es el tránsito por una geografía coincidente entre ambos seres. Recientemente, rememoraba también al Martí que recibí a la sombra del despacho del Comandante, y lo digo porque la primera vez que conversé con Fidel en el Palacio de la Revolución, hablamos largamente de José Martí: de los hechos y conductas humanas en el Apóstol, de las polémicas sobre su vida y descendencia, de los amores que profesó, de sus ímpetus de lucha.  Recuerdo que esa noche llamó por teléfono a Eusebio Leal después de preguntarme mi opinión sobre muchos asuntos cotidianos de Martí, sobre la guerra y su caída en combate, que no fue suicidio, pero sí, por la temeridad de su empuje, una acción suicida en el fragor de sus ansias libertarias y de combate.  Hablamos del luto, de la sencillez del sentir de Martí y de su atuendo, de la fineza de su alma en todo, de las noticias que le llegaban a la manigua, de la convicción expresada por el Héroe de que sabría desaparecer, pero refiriéndose no a la cuestión física, sino a los cargos y a los nombramientos.

Me habló el Comandante de un obrero que dedicaba sus noches de todos los días a estudiar e investigar a Martí, me habló con respeto y admiración de Luis García Pascual y me obsequió su libro anotado, los tomos del Epistolario.  Luego, en otros encuentros, me entregó lo que es para mí una reliquia: la colección que guardo de las Obras Completas de José Martí.

En todos esos tránsitos y noches, cuando pensaba sobre esa línea que une en la vida y el pensamiento a Martí y a Fidel, recordé que como periodista había tenido la extraordinaria oportunidad de cubrir como reportera del diario Granma, el centenario de la caída en combate del Apóstol.  Estuve allí, en Dos Ríos, adonde fue Fidel aquel día, y después también, en el viaje que emprendimos más tarde, hacia el Cementerio de Santa Ifigenia. Allí, por la palabra de Fidel, conocí a José Martí como “un árbol que crece”.

Fidel colocó rosas blancas en el Mausoleo en Santa Ifigenia, dijo que Martí “es un árbol que crece”.  Confesó que había sentido una emoción grande poco antes, en Dos Ríos; dijo que habría deseado que el lugar se pareciera mucho más a como era el día en que Martí cayó, sin construcciones cercanas y más verde en el paisaje.

Fue también entonces que, de una manera muy especial, conocí cómo el mundo es uno solo y que todos los saberes y desafíos de la civilización humana se interconectan, se entrecruzan. En Dos Ríos había cambiado el bosque y era que, como vivíamos en período especial, la falta de combustible para poner en marcha regadíos había obligado a los sembradores a cultivar en las riberas de los ríos Cauto y  Contramaestre; pero para eso había que desmontar manigua;  llovía, llovía y las aguas arrastraban los suelos de las laderas; iba el lodo al lecho del río que a su vez iba secándose; se degradaba el entorno y el monumento edificado en homenaje al Maestro podía perderse.  El lugar ya no era monte espeso.  Aquel día memorable surgió un programa para restablecer la foresta del lugar y para salvar, por supuesto, el cauce, pudiéramos decir, en avalancha del Cauto y del Contramaestre para que no se perdiera el lugar donde Martí cayó en combate.

De allí salimos hacia Santa Ifigenia.  Recuerdo siempre que yo creí que él iba a tributarle el silencio, porque no había discursado en Dos Ríos; pero fue todo lo contrario. Fidel empezó a hablar de una manera, pudiéramos decir, como en desahogo.  Contaba a los compañeros que el 19 de mayo no era día de luto sino de fiesta, como el día cuando se siembra una semilla que fructificó para los próximos siglos, para siempre, y que por eso no había sentido tristeza, ni había sentido sensación de duelo, sino un cierto sentido y una sensación de alegría, no una emoción triste, sino una emoción alegre, profunda, la emoción de pensar todo lo que significaba y significa José Martí.  Dijo:  “El Martí cien años después no es el mismo Martí de hace cien años cuando cayó; muchas de sus obras no se conocían, ni muchos de sus escritos, todo se supo después, aquella carta a Mercado, su profundo sentido antiimperialista y latinoamericanista, solo cuando los historiadores han recogido sus papeles —todavía puede haber papeles que aparezcan— es que Martí adquiere esa talla universal, ese prestigio enorme, esa personalidad extraordinaria como lo vemos hoy, porque en aquel momento —sigue hablando Fidel— tenía enorme mérito, pero no se le conocía suficientemente; lo conocían aquellos que escucharon sus discursos, algunos de los que leyeron sus escritos.  El Martí de hoy —decía Fidel— es mucho más gigante ante los ojos de los cubanos.  Sus compañeros tienen que haber sufrido mucho con la muerte de Martí, algunos no sabían todavía toda la magnitud de su gloria, de su talento, de su proyección, de sus sentimientos, de eso hace cien años y por eso digo que crece, que es un árbol que crece”.

Fidel habló entonces de una semilla que se sembró: “no desapareció ese día —decía—, una semilla que se sembró y comenzó a germinar, a crecer, a fructificar en el pueblo.  Y vemos hoy lo que es nuestro pueblo, no solo en lo que ha hecho, que ha hecho mucho, sino en lo que siente, en su espíritu, en esa capacidad de luchar vemos el fruto de ese gran árbol que crece”.

Pero tendríamos que recordar aquello que, cuando niña, escuchaba en unos versos: “Te lo prometió Martí y Fidel te lo cumplió.”  Diríamos hoy una semilla que germinó en Fidel, no se puede olvidar que fue a asaltar el cielo con las doctrinas del Maestro en su corazón, que fructificó en él, en todas sus luchas, por nuestro pueblo, por Nuestra América y por el mundo.

Entonces, en otro aspecto que considero existe una conexión muy grande entre Fidel y José Martí es en la visión que ambos tienen de Estados Unidos, y es un tema, además, muy actual y por eso quería apenas leerles unos fragmentos del libro Todo el tiempo de los cedros donde se aborda esa manera de confluir que ambos tienen. Estoy refiriéndome en el libro a una de las visitas de Fidel a Estados Unidos, dice:

Esa mañana recordó la historia de la nación visitada y sintió un sobrecogimiento grave al pensar cuánto tenía de noble y de fusta como para infundir a una misma vez en un ilustre sensible y preclaro como José Martí, la admiración y el desprecio.  En el Comandante se definían con nitidez esas dos posturas ante los Estados Unidos.  Una era de amor y respeto.  Admiraba al pueblo generoso, su tradición libertaria y progresista, su historia, artes y tradiciones; agradecía al mambí Henry Reeve su lucha en el Ejército Libertador de Cuba lejos de su natal Brooklyn, y su adhesión a un principio altruista ‘soy de allí de donde se muere’; Fidel apreciaba la literatura de filósofos, economistas, científicos; distinguía a numerosos intelectuales y artistas, a políticos como Abraham Lincoln y Franklin Delano Roosevelt y más recientemente, a luchadores por los derechos civiles de los negros como Malcom X; veneraba a seres majestuosos y nobles como el viejo Hemingway.  Otro sentimiento era de rechazo al expansionismo, la prepotencia imperial, la usurpación continua, las invasiones militares, el injerencismo y el desconocimiento de la voluntad soberana y del ansia de justicia de los pueblos de Nuestra América y del mundo.

Otro fragmento dice:

Poco antes de partir por ferrocarril en viaje de Washington hacia Princenton, en Nueva Jersey, lo animaba un fraterno apego a quienes dejaba atrás, algo que sus palabras traslucían al declarar en conferencia de prensa a la que asistían seiscientos reporteros: ‘Me ha complacido mucho el pueblo de Washington.  Todos se portaron muy bien conmigo.  Voy a salir de Washington realmente con sentimientos, porque en los pocos días que pasé en esta ciudad, llegué a conocer a mucha gente buena’.

También recordaba en ese mismo libro la llegada de Fidel a Nueva York, que es el lugar donde por más tiempo vivió José Martí en Estados Unidos.  Dice:

Nueva York apareció vertiginosa y altiva en la mirada, la mañana de sol en que Fidel arribó por tren a la Estación de Pennsylvania, en la calle 34, en el mismo centro de Manhattan.  ¿Cuánto tiempo y cuánto vivido habían transcurrido desde la última visita en 1955?  Parecía un siglo la distancia.

La ciudad era un torrente de evocaciones y concurrencias.  Hospedado en el piso diecisiete del Hotel Statler Hilton, en la calle 34 y 7ma., próximo al Empire State, presagiaba que en las citas con impresores y reporteros, con bomberos, políticos y obreros, con patriotas cubanos, poetas o caminantes por la Quinta Avenida, por Broadway, siempre le parecería que José Martí lo acompañaba ¿no estaba próximo su despacho en el No.20 de Front Street?  ¿No eran aquellas calles las de sus pasos?  ¿No eran los mismos el puente de Brooklyn, los muelles del East River, los demócratas y los republicanos, la Estatua de la Libertad, los ferrocarriles elevados, los banqueros de Wall Street, las lidias de boxeo, el desamparo de los negros, las ejecuciones y los convictos, los adoquines, las nevadas, los últimos sioux, las orquídeas y las olas de calor?

Llevaba a Nueva York otra vez las doctrinas del Maestro y la verdad de Cuba: nueva y rebelde, para decir a su vez, ‘el sentimiento y el dolor de nuestra América’.

Deseaba, por último, decirles que siempre he considerado que la Revolución Cubana se edificó sobre dos pilares o dos horcones importantes: uno fue la promulgación de la Ley de Reforma Agraria, porque la promulgación de la Ley de Reforma Agraria nos devuelve el territorio de Cuba.  Las tierras en Cuba no eran cubanas, eran extranjeras, y todo lo que hagamos hoy y para mañana será porque estamos en posesión de nuestra geografía.

Fidel tuvo siempre como José Martí, una visión humanista de todo; él explicaba que antes, le enseñaban en la escuela, la geografía, pudiéramos decir, el relieve, los ríos, las montañas, pero que nunca le habían enseñado que en la geografía de la isla también existían pantanos sociales, que había cumbres y declives sociales, y que esas grandes diferencias tendrían que resolverse.  Y es la vocación, pudiéramos decir, humanista y social de José Martí que pervive en Fidel.

El otro pilar de la Revolución Cubana fue la Campaña de Alfabetización, y en eso, en el auspicio de la Campaña de Alfabetización, que es darles la libertad en todos los sentidos a los seres humanos, porque sin visión, sin conocimiento no es posible obrar en la vida por voluntad propia.  Yo creo que es, pudiéramos decir, el fundamento esencial de lo que Cuba es hoy y de lo que será para futuro, en lo que hemos sido y seremos, está también la Campaña de Alfabetización.

Quería compartir con ustedes un diálogo que Fidel tuvo el día 18 de junio de 1961, cuando se reunió con las primeras 4 000 personas alfabetizadas.  Allí Fidel sostuvo un diálogo con una señora de 106 años, y para mí es algo poético y revelador donde se pone de manifiesto la conexión de Martí a Fidel y de ellos hacia atrás en el tiempo con Bolívar, y porque, además, enlaza también lo que significa la educación que es cultura, y cómo los sueños de una persona que aprende a leer pueden terminar en las ansias también de hacer arte y preservar la memoria.  Y entonces, les voy a compartir ese diálogo.

Dice:

(La señora alfabetizada sube —además, allí Fidel se reconoce como algo que ustedes verán— a la tribuna a conversar con el doctor Castro).

CMDTE. FIDEL CASTRO.- Vamos a conversar.  ¿Qué es lo que usted me quería decir?

ALFABETIZADA.-  Yo quería conocerte, porque el único que ha libertado a esta patria ha sido usted, Fidel Castro, a quien yo veía en la casa pintado; el único.  Martí…

CMDTE. FIDEL CASTRO.-  No hable de mí, que me voy a poner colorado aquí.

ALFABETIZADA.-  Pero tengo que hablar, chico.

CMDTE. FIDEL CASTRO.-  Yo quiero que nos explique…

ALFABETIZADA.-  Yo voy a explicar…

CMDTE. FIDEL CASTRO.-  ¿Cuándo aprendió usted a leer y a escribir?

ALFABETIZADA.-  Ahora.

CMDTE. FIDEL CASTRO.-  ¡Ahora!

ALFABETIZADA.-  Va a hacer dos meses, por ahí.

CMDTE. FIDEL CASTRO.-  ¿Quién la enseñó?  Hable para que la oigan.

ALFABETIZADA.-  Me enseñó Ángela; mi maestra se llama Ángela.  El ansia que yo tenía de aprender, porque cuando yo quise aprender en el tiempo de España, le daban cuero a la gente de color.

Martí fue un profeta…  no, espérate.

CMDTE. FIDEL CASTRO.-  El Apóstol.

ALFABETIZADA.-  El Apóstol, Martí fue el Apóstol, y usted…

CMDTE. FIDEL CASTRO.-  Yo soy un discípulo.

ALFABETIZADA.-  No, espérate…

CMDTE. FIDEL CASTRO.-  ¿No?

ALFABETIZADA.-  Espérate.  Un discípulo sí, pero de Jesucristo; el primer libertador fue Jesucristo.

CMDTE. FIDEL CASTRO.-  Bueno, una cosa: a nosotros nos interesa que usted nos diga qué día fue el que usted pudo escribir su nombre completo y hacer una carta.

ALFABETIZADA.-  El día que yo pude escribir mi nombre fue el día de…  No, ya yo…  hace algunos meses, porque el nombre lo aprendí a escribir” —parece que tenía que firmar documentos y la enseñaron antes a escribir el nombre—, “porque fui 19 años encargada de una manzana en el Cerro y tuve que aprender a escribir mi nombre.

CMDTE. FIDEL CASTRO.-  El nombre, pero hacer una carta; usted no podía hacer una carta.

ALFABETIZADA.-  ¡Pero la hago ahora!

CMDTE. FIDEL CASTRO.-  ¡Ahora la puede hacer!  (APLAUSOS.)

ALFABETIZADA.-  Ahora sí la hago; yo no le puedo decir que yo ponga las letras bien puestas, pero se entienden.

CMDTE. FIDEL CASTRO.-  ¿Qué edad usted tiene?  Si no es una indiscreción, ¿verdad?, preguntarle a usted.

ALFABETIZADA.-  No señor.

CMDTE. FIDEL CASTRO.-  ¿Cuántos años usted tiene?

ALFABETIZADA.-  Yo tengo…, nací en el año 1855 del siglo pasado, el día 3 de mayo.

CMDTE. FIDEL CASTRO.-  Entonces, es cierto que usted tiene 106 años; pero usted tiene muy buena salud.

ALFABETIZADA.-  ¡Al parecer!  Pero, bueno…  Yo me sostengo porque la naturaleza lo ayuda a uno.  Yo lo mismo le pongo el pensamiento mío a un gran árbol que yo admiro, porque yo soy naturalista de nacimiento, porque yo nunca he estudiado.

CMDTE. FIDEL CASTRO.-  ¿Usted nunca había hablado por televisión?

ALFABETIZADA.-  ¡En la vida!

CMDTE. FIDEL CASTRO.-  ¡Qué le parece!

ALFABETIZADA.-  Me impresioné un poco. Fíjense qué sabiduría tiene esa viejecita.

CMDTE. FIDEL CASTRO.-  Pues usted no está impresionada.

ALFABETIZADA.-  ¡Ah!, porque le tengo miedo a la electricidad.

CMDTE. FIDEL CASTRO.-  ¿La electricidad?  ¡Qué va!  A mí de vez en cuando me agarra la electricidad aquí, ¡pero no mata!

ALFABETIZADA.-  Dicen que en la madera es de donde uno se agarra.

CMDTE. FIDEL CASTRO.-  Bien.  ¿Usted no cree que si usted ha podido aprender a pesar de tener 106 años, los demás pueden aprender también?  Nadie es viejo nunca para aprender…

ALFABETIZADA.-  ¡Nadie es viejo!  Y todo el mundo tiene cinco sentidos.  Es menester que un cristiano no tenga el cerebro completo para que no pueda aprender lo que quiera aprender; porque yo desde el tiempo de España quise aprender y ya aprendí, gracias a Fidel Castro (APLAUSOS).

CMDTE. FIDEL CASTRO.-  ¿Usted sabe una cosa?

ALFABETIZADA.-  ¿Qué?

CMDTE. FIDEL CASTRO.-  Que usted ha contribuido grandemente, no solamente ha aprendido, sino que usted está contribuyendo grandemente a que los demás aprendan también; porque después de haber venido usted aquí…  Y explicar eso, y después de haber podido aprender a leer y a escribir a pesar de los 106 años, entonces no va a haber nadie que pueda decir que es muy viejo para aprender.  Entonces nosotros…  el problema nuestro es enseñarlos a todos y que no quede nadie; pero hay gente que tiene pena todavía, hay personas que dicen que son muy mayores…  Y, por eso, el ejemplo suyo va a ayudar mucho a que nosotros obtengamos la victoria en esta campaña de alfabetización.

ALFABETIZADA.-  Sí señor, la va a tener; que yo se lo digo por experiencia.

CMDTE. FIDEL CASTRO.-  Nosotros le agradecemos mucho lo que usted ha hecho, y la felicitamos, y la vamos a tener a usted como un verdadero ejemplo de lo que puede hacer el ciudadano.

ALFABETIZADA.-  Yo quiero que usted me tenga a mí…  ¿Cómo se dice?..  Espérese.

CMDTE. FIDEL CASTRO.-  ¡Como el ejemplo!

ALFABETIZADA.-  Espérese, espérese…  (RISAS).  Yo quiero que usted me tenga a mí como una mascota hasta que yo me muera.

CMDTE. FIDEL CASTRO.-  Como un ejemplo, eso es, una mascota.

ALFABETIZADA.-  Que usted oiga decir, María de la Cruz Semanat, y usted sabe ya quién es.

CMDTE. FIDEL CASTRO.-  Muy bien.

ALFABETIZADA.-  María de la Cruz Semanat…  Nací en el ingenio Semanat.

CMDTE. FIDEL CASTRO.-  ¿En qué parte?

ALFABETIZADA.-  Yo no sé, unos me dicen que al lado de Jibacoa del Norte, de Santa Cruz del Norte.

CMDTE. FIDEL CASTRO.-  En la Provincia de La Habana.

ALFABETIZADA.-  ¡Ajá!, ahí yo nací.  Y me bauticé en Jibacoa; nací en el ingenio, que no existe ya…, porque del ingenio me trajeron…

CMDTE. FIDEL CASTRO.-  ¿Usted conoció la época de la esclavitud?

ALFABETIZADA.-  ¡Cómo no la voy a conocer!  Si cuando yo quise aprender con el cochero de la familia que me trajo, la ama de llave me encontró un cartón con letras abajo de la almohadilla donde me ponía a hacer el canevá, y yo pensando en mi madre que se quedó cocinando en la casa de viviendas del ingenio.  El que decía: ¿Qué letra es esa?, se fijaba en una letra, le daban un “boca abajo”, le decían: “¡Perro!”,  lo martirizaban y lo metían en el cepo.

CMDTE. FIDEL CASTRO.-  Entonces…

ALFABETIZADA.-  Cuando la ama de llave me encontró el cartoncito…  que el cochero, yo le decía José, se llamaba José, ¿qué letra es esta?…  bajito.

CMDTE. FIDEL CASTRO.-  No querían que usted aprendiera…

ALFABETIZADA.-  No, qué va.

CMDTE. FIDEL CASTRO.-  ¿Por qué usted cree que no querían que usted aprendiera?

ALFABETIZADA.-  Porque la ley…  esa era la ley.  Había dos códigos…  porque allá había un niño que metía a los otros niños de la universidad, y allá en la sala…  amiguitos de él…  Y hablaban de todas esas cosas.  Yo oía nada más —parece que los jóvenes hablaban de las leyes, de lo que estaba ocurriendo, ¿no?—, porque yo no podía hablar con nadie, ni mirarle la cara a nadie —ella tenía que estar con la cara hacia abajo.  La historia mía es muy grande, usted me debe mandar un hombre de esos que escriba, un Abel Prieto, un hombre que recoja la vida mía…

CMDTE. FIDEL CASTRO.-  Un escritor, que es buena idea.

ALFABETIZADA.-  Yo quiero que usted recoja la idea mía; usted me lo manda, o me manda a buscar, que dondequiera…

CMDTE. FIDEL CASTRO.-  ¿Y por qué usted no la escribe?  Usted puede ir ya escribiendo su historia.  ¿Para qué va a buscar un escritor que escriba lo que usted está sintiendo?

ALFABETIZADA.-  No, eso no.

CMDTE. FIDEL CASTRO.-  Yo le mando un taquígrafo, y usted le va haciendo todos los cuentos…

ALFABETIZADA.-  Eso mismo.

CMDTE. FIDEL CASTRO.-  Y, entonces, usted escribe un libro.  ¿Qué le parece?

ALFABETIZADA.-  Eso sí (APLAUSOS).  Yo lo escribo.

CMDTE. FIDEL CASTRO.-  Muy bien.  Bueno, váyase recordando de todas las cosas de su vida…

ALFABETIZADA.-  Pero si yo no tengo que recordar; me recuerdo desde que yo estaba virando bagazo…  que tenía siete años.

CMDTE. FIDEL CASTRO.-  …Toda la historia, todo lo que usted experimentaba, todos sus sufrimientos, las tristezas, las alegrías, las esperanzas, lo que pensó cuando la guerra, después de la guerra, cuando la república…  Yo pensaba, cuando leía esto, que Fidel hubiera querido tener tiempo para ir él a entrevistar a la señora, ¿no?, le estaba haciendo ya las preguntas, el guion de lo que debía ser el libro.

ALFABETIZADA.-  ¡Dondequiera que estuve!  ¡Todo!…  Cuando me trajeron para La Habana, que no pude saber más de ninguna de mi familia nunca; mi padre era carabalí y se fue para la Guerra de los Diez Años; el hermano mayor se llamaba Wenceslao, y al poco tiempo se fue también del ingenio, se desaparecieron.  Primero mi padre que era carabalí.  ¿Usted sabe lo que quiere decir eso?

Y entonces ahí ella sigue la conversación con él de que su papá era africano, y Fidel le insiste:

CMDTE. FIDEL CASTRO.-  Acuérdese que tiene un compromiso con el pueblo de escribir su historia.

ALFABETIZADA.-  ¡Y se la escribo!  (APLAUSOS.)

CMDTE. FIDEL CASTRO.-  Muy bien.

ALFABETIZADA.-  Oiga, espérese.  Esto no es regalo ni es nada.  ¡Usted no sabe el tiempo que hace que yo tengo esta moneda…!  ¿Usted conoce a Bolívar?

CMDTE. FIDEL CASTRO.-  ¡Sí, cómo no!

ALFABETIZADA.-…Por pensamiento, porque yo no sé leer, ni nada…  Es decir, ella siente que está comunicándose con Bolívar, que es un libertador.

CMDTE. FIDEL CASTRO.-  No, ya sí sabe.

ALFABETIZADA.-  Ahora sí…  Pues como que Bolívar tiene una historia, no tan grande como la suya…  era el segundo.  El primero en el género humano fue Bolívar, después fue Martí —aquí en Cuba—, y el tercero es usted.  ¡Y a la tercera va la vencida! (Risas y aplausos).  Entonces Fidel le dice: “Voy a guardar la moneda”, y le dice ella:

“Mire a ver cómo usted la usa.”

CMDTE. FIDEL CASTRO.-  Yo la voy a guardar de recuerdo.

ALFABETIZADA.-  De esto se hace colección —todos los muchachos lo saben—, se hace una colección, y se pone esa moneda ahí, se pega en un cuadrito.  Yo tengo muchas más cositas.

CMDTE. FIDEL CASTRO.-  Bueno, yo le voy a hacer una visita por allá.

Y al final ella le dice que le tiene un regalo también para Raúl, le dice muchas cosas: que sería bueno que él la visitara, él le promete, y le asegura: “Yo soy un hombre de palabra”, y ella al final le dice:

ALFABETIZADA.-  Bueno, ya usted sabe.  María de la Cruz Semanat.  A ti te toca algo del ángel de mi guarda, que es Obatalá” (Aplausos prolongados).  Y así termina la historia.

Yo quería decir finalmente que Martí es la idea del bien y la idea también de la ética, y como Bolívar, como Martí, como Zamora; Fidel es, al decir de Hugo Chávez, de los últimos “hombres de a caballo”, es la ética y la dignidad a galope.

Imagen de portada: Fidel Castro. Foto: Roberto Chile.

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Katiuska Blanco Castiñeira
Katiuska Blanco Castiñeira (La Habana, 1964). Periodista y ensayista. Fue corresponsal de guerra en Angola y redactora del diario Granma durante más de diez años. Es autora de libros como Ángel, la raíz gallega de Fidel, Fidel Castro Ruz, guerrillero del tiempo. Conversaciones con el líder histórico de la Revolución Cubana, y Todo el tiempo de los cedros. Paisaje familiar de Fidel Castro Ruz.

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