No había pensado tratar el tema, que me parecía esencialmente previsible, pero desde otro país me han preguntado si en Cuba sabemos que Zohran Mamdani no es socialista, aunque así se llame a sí mismo, sino socialdemócrata. Por la procedencia de la pregunta me responsabilizo con afirmar que la creo de buenas intenciones, y nacida probablemente del ánimo que en quien la hizo habría generado alguna publicación entusiasta y de fuente cubana aparecida en las redes sociales. Entre nosotros, para decirlo del modo más parco posible, la facilidad para saltar del entusiasmo al embullo no siempre garantiza buena energía y acierto.
A quien me hizo la pregunta aludida le respondí que supongo que en Cuba la mayoría sabrá que Mamdani no es socialista, y que la socialdemocracia surgió con el propósito de frenar el socialismo, y en eso sigue, como es de suponer que seguirá. También merecemos tener la esperanza de que aquí para nadie sea un secreto que el uso indiscriminado de socialista como si fuera sinónimo de socialdemócrata no es solo ni principalmente un comodín verbal: es, sobre todo, uno de los recursos empleados para crear confusiones en torno al socialismo y, sobre todo, devaluarlo, negar su médula, acabar con él. Y a ese empeño no le faltan cómplices.
Se sabrá también que, aunque él moleste a engendros como el abominable Donald Trump, el nuevo alcalde de Nueva York es otro representante orgánico del capitalismo, y de representantes orgánicos del capitalismo no hay que esperar revoluciones que lo derroten. Esas revoluciones son y serán tarea para revolucionarios, y no cabe confiarla a socialdemócratas, ni jóvenes ni ancianos, ni de una nacionalidad ni de otra. Como tampoco basta arremeter oralmente contra quienes se oponen a los afanes revolucionarios.
Por el tono y los términos de la pregunta recibida, me pareció que le daba pábulo el “fantasma de Obama”, y alguna dosis de razón tendría quizás para eso quien la hizo. Pero abrazo la idea de que la experiencia con “el hermano Obama”, tan encantador él —para no llamarlo embaucador y ganarle innecesarias enemistades a estas líneas—, debe haber servido al menos para ampliar claridades.
Cuba no es un país de tontos, aunque de estos pueda tal vez albergar más de los que quisiéramos, y ellos —que no gastan su tiempo en las “banalidades” de la prudencia y el pudor— se hagan notar más que las personas sensatas y lúcidas, aunque estas sean la mayoría. Y en este punto me parece oír a mi abuela: “¡Quiéralo Dios!”.
Ahí está la esencia de la respuesta que, pensando que no tendría que volver sobre el tema, le di a la pregunta recibida. Pero, en cuanto la publiqué en Facebook, me preguntaron (ahora desde el patio, y hasta con algo de sabor a regaño) si no hay nada positivo que reconocerle a Zohran Mandani. Y también sin ánimo de exhaustividad, que no cabría en unos pocos párrafos, respondo: Su programa, que no por gusto irrita a la ultra derecha y en particular a Trump (lo cual le granjea explicablemente valoraciones hechas con simpatía, y hasta con el embullo que puede haber inquietado a quien hizo la pregunta que desencadenó estos comentarios), incluye medidas favorables para las mayores víctimas de las desigualdades.
¿Quién que tenga un mínimo de espíritu de equidad les negaría méritos a iniciativas como facilitar el transporte público a quienes más lo necesitan o, en ese mismo espíritu, crear guarderías —círculos infantiles, decimos en Cuba— para apoyar a familias trabajadoras? ¿Cómo desconocer la importancia de defender los derechos de los inmigrantes, en medio de la xenofobia manejada con particular saña por el actual gobierno de los Estados Unidos, de signo cada vez más dictatorial, fascista?
Al margen de que las medidas mencionadas sean o no sean raigalmente sinceras, no meras tácticas electorales, y de que el nuevo alcalde de Nueva York pueda o no pueda lograr que se cumplan en la nación donde vive y actúa —reino de desigualdades y cuartel general de los guardianes de lo injusto—, hay algo que en el mundo la socialdemocracia tiene muy claro: necesita dar pasos de signo justiciero, pero no para allanarle caminos a la justicia social plena, sino para impedir que el pueblo tome las riendas en sus manos y dé El Gran Paso.
Conseguir que se imponga ese valladar ha sido precisamente el programa rector de la socialdemocracia desde que se constituyó como lo que sigue siendo: una fuerza teórica y sobre todo de acción contra los ideales del socialismo.
Un contexto mundial donde el llamado mal menor puede asumirse con esperanza ante los desafueros de la injusticia dominante, también genera ilusiones que acaban apoyando, con entusiasmo insostenible, las manquedades de la socialdemocracia y otros espejismos afines. De paso, cuando las maniobras de la injusticia imperante den al traste con las ilusiones creadas, la factura del fracaso irá a la cuenta del socialismo, usado como bandera de confusión por parte de los artífices de la socialdemocracia.
Imagen de portada toma de The Atlantic.

