Nunca es efímera la mirada de los grandes. Cuando el 17 de octubre de 1983 Ernesto Vera inauguraba —en calidad de secretario general de la UPEC, que tal era el cargo entonces— el Instituto Internacional de Periodismo “José Martí”, decía a los asistentes una frase que parece labrada hoy mismo: “Al comenzar este curso, la humanidad vive momentos muy tensos ante la agresión del imperialismo norteamericano y el peligro cierto de una hecatombe nuclear”.
Vera hacía la denuncia que ahora mismo podemos repetir cambiando apenas ciertos nombres de países: “Para los pueblos de Centroamérica es una realidad la intervención cada día más abierta y directa de carácter militar de la actual administración yanqui empeñada en una solución armada contra el movimiento revolucionario del área”.

Mandaba entonces la Casa Blanca otro gran “loco” del Norte, nada menos que Ronald —¿o “Donald”?— Reagan, quien como el emperador actual Donald —¿o “Ronald”?— Trump se ocupaba de desatar “… campañas de propaganda dirigidas a persuadir a la opinión pública, fundamentalmente en Estados Unidos, de que es lícito el crimen masivo de todos los que resistan y luchen contra regímenes creados y sostenidos por el principal culpable contemporáneo de la opresión y explotación de los pueblos”.
De ese modo, el líder del gremio en esos años reivindicaba —tal como hace hoy Ricardo Ronquillo— “… la trinchera del periodismo y la función de los medios de difusión masiva…”, que “… elevan su importancia no solo como factores políticos e ideológicos en la lucha de clases, sino como instrumentos de la razón, la sencillez, la cultura, capaces de actuar positivamente contra las tendencias guerreristas genocidas, de barbarie, que caracterizan hoy de manera pronunciada la actividad de los principales gobernantes de Estados Unidos”.
Así se abría al mundo el Instituto Internacional de Periodismo “José Martí” como aporte a los acuerdos del Movimiento de Países No Alineados sobre el Nuevo Orden Internacional de la Información y la Declaración de los Principios de la UNESCO sobre los Medios de Difusión Masiva, cuyo pronunciamiento cumplía un lustro por esa fecha.
El Instituto… honraba su nacimiento con un primer curso de dos meses a jóvenes periodistas centroamericanos que vindicaban las luchas de la región y con el anuncio de que cada año serían convocados otros dos, cuatrimestrales, para profesionales de América Latina y el Caribe, además de mantener el Seminario Latinoamericano anual que se realizaba desde tiempo antes.
Cuba, la UPEC, Vera y los colegas querían más. “Es nuestro propósito —decía el líder gremial en la apertura— extender las becas a jóvenes periodistas de países No Alineados de otros continentes y también invitar a profesores del exterior, además de incorporar cursos de posgrado de breve duración sobre los complejos problemas de la información y los medios de difusión masiva”.

La proyección era clara: el Instituto… trabajaría en estrecha colaboración con el centro de estudios de los medios de difusión —el término “comunicación” se instalaría en el sector años después— masiva de la UPEC y la Comisión de Estudios y Documentación de la Organización Internacional de Periodistas (OIP) e instituciones docentes de otros países.
El “José Martí” se integraba al sistema de escuelas de solidaridad de la OIP, en coordinación con la Federación Latinoamericana de Periodistas (FELAP) y estaba vinculado además a entidades de la Organización de Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO). Era otra muestra de que Fidel Castro siempre pensaba en grande.
Vera soñaba para la nueva academia lo que ella busca todavía: “… un foro permanente del periodismo digno, de los periodistas capaces de pensar y actuar con honestidad, de los combatientes fieles a sus pueblos”, de ahí que a seguidas pronunciara la frase más interesante de la velada: “No será por lo tanto una escuela neutral, ni apolítica”.
Su explicación de la idea era sencilla como una nota y profunda como un artículo: “Los candidatos que presenten las organizaciones de periodistas no tendrán que llevar planillas con datos sobre la militancia política o creencia religiosa. Bastará la condición de periodista digno, honesto y fiel a los intereses populares”.
La creación del Instituto Internacional de Periodismo “José Martí” no era un inocente pasaje monográfico sino una forja de ideas que apuntaba directo a su meta: “… la América nuestra cuenta de manera creciente con sus periodistas en la lucha por la segunda y definitiva independencia”, convocó el secretario general de la UPEC a los jóvenes fundadores centroamericanos.
Otra mirada en un tramo del camino
Años más tarde de inaugurarlo y dirigirlo, Ernesto Vera comentaría a los colegas Iván Herrera y Jorge López otros detalles del Instituto Internacional de Periodismo “José Martí” que demostraban que el proyecto era aún más ambicioso.
Según les dijo, el plan inicial contempló hacer de Cuba el lugar de descanso de los periodistas del mundo entero vinculados a la OIP, que eran decenas de miles.
El proyecto contemplaba no solo la creación del Instituto… y la editorial Pablo de la Torriente —metas cumplidas— sino además fundar una instalación en la playa de Cojímar con la idea de que los colegas incluidos fueran “tras las huellas de Hemingway” en esa localidad habanera. Evidentemente, esa otra parte, que hubiera despertado extraordinario interés, no pudo lograrse.
Jefe de la oficina de la OIP para América Latina, con sede en México, de 1986 a 1998 y fundador (luego presidente) de la FELAP, Ernesto Vera señaló en la entrevista que los invitados de organizaciones amigas llegaban con la idea de la libertad de prensa burguesa sobre la imparcialidad del periodista que en realidad, a su juicio, representaba en sí misma una toma de posición a favor del status quo burgués. Al cabo —decía— se iban de Cuba con la certeza de que “el verdadero periodista en la América Latina actual debe ser objetivo y crítico, pero nunca imparcial”.

El camino a tal comprensión era la discusión abierta entre los participantes, que en avance del curso entendían no solo esta mirada de la misión del periodismo; también, la complejidad en la lucha por extender sus razones. Esas premisas palpitan todavía en la casa de superación de la UPEC.
En la conversación con Herrera y López, el respetado dirigente del sector en Cuba apuntaba pinceladas de la casona que acogió en su “vientre” la idea del Instituto hasta “parirlo” el 17 de octubre de 1983.
El majestuoso inmueble fue durante un tiempo, antes del triunfo de la Revolución, embajada de Brasil y tiempo después recuperado tras desocupación y deterioro para satisfacer paulatinamente los anhelos de capacitación de la UPEC.
En un principio, fueron habilitados en la segunda planta dos instalaciones para alojar a matriculados en el primer curso. Más tarde, los estudiantes pernoctarían en otras instalaciones hasta que de un diálogo conocido entre Fidel Castro y el periodista Guillermo Cabrera nació la idea de fundar, en una casona vecina y aun mayor que la del Instituto, el hotel El Costillar de Rocinante”, que tomaba el nombre de una hermosa frase del Che Guevara y sería desde entonces la residencia oficial de este programa.
La historia del Instituto es, también, una historia de amor, incluso literalmente. Ernesto Vera comentó a sus entrevistadores de aquella vez que los cursos y las condiciones del Costillar “… permitieron forjar muchas amistades y no pocas parejas de diversos países”. Aunque no tan académico que digamos, es ese otro punto a favor del centro de superación posgradual.
El “antes de…” y el ahora
Un detalle curioso puesto en manos de Cubaperiodistas por Ileana González, actual vice directora docente del Instituto Internacional de Periodismo “José Martí”, es que el primer dueño de la casona que acoge la sede fue… un colega.
Se trataba de Ezequiel García Enseñat, quien nació en 1862 y murió en 1938 y tuvo una vida activa no solo como comunicador sino también como secretario tercero de la Sección de Literatura del Ateneo de Madrid, secretario de la Sección de Bellas Artes del Ateneo y Círculo de La Habana, catedrático de Historia y bibliotecario de la Universidad habanera, así como catedrático auxiliar de Literatura.

García Enseñat fue además miembro de la Cámara de Representantes, director de El Sport y El Liberal y redactor de revista El Fígaro, todas de La Habana, y de La República Cubana, de París.
A instancias del Historiador de la Ciudad Emilio Roig de Leuchsenring, el Ayuntamiento de La Habana publicó póstumamente en 1943 el libro El escudo de La Habana. Consideraciones relativas a las armas y ornamentos usados antiguamente y en la actualidad, firmado por García Enseñat para dotar al Municipio de La Habana de un nuevo escudo oficial, lo cual había logrado en 1938.
Otros puentes causales de la Historia —y, probablemente, por ello más interesantes— fue el vínculo de Ezequiel García Enseñat con el pintor ruso Vasili Vereschaguin, el artista que había llamado en Nueva York la atención de José Martí —titular moral del Instituto—, quien escribió de aquel, en 1889: “Vereschaguin, como toda mente de verdadero poder, tiende ya en la madurez a lo vasto y lo simbólico. Le riza, le para, le desata la sangre en las venas una ejecución; y pintará, como los ve o como serían si los hubiese visto, los varios modos de matar, la crucifixión romana, el cañoneo del Indostaní, la horca de Rusia…”.

En lo que algunos han considerado la primera vez que se escribió en idioma español sobre el artista, Martí elogió en su crónica “Las pinturas del ruso Verechaguin” al creador “… que hace odiar la guerra por lo real de sus pinturas, y amar la nieve, por lo potente de su luz…”.
García Enseñat, por su parte, conoció al pintor en una exposición en París, se acercó a la obra y al hombre, se hizo su amigo y le creó condiciones para cuando, interesado en plasmar asuntos de la ya concluida Guerra Hispano Cubana Norteamericana —una suerte de traspatio de la caída gloriosa de Martí—, el artista llegó a la Isla en abril de 1900 a calentar sus pinceles.
Vereschaguin, considerado el Goya ruso, derramó en sus ojos la bahía de La Habana y anduvo la Isla hasta llegar a Santiago de Cuba, donde palpó escenarios de batallas y estudió armas, uniformes, campamentos y soportes para firmar cuadros realistas, vívidos, que honraban el Morro santiaguero, el bohío, la palma, el platanal, pero sobre todo pintaba a los mismos mambises que adoraron a Martí. Testimonió en lienzos muchas batallas del mundo y al final de su vida escribió: “… la furia de la guerra me atormenta una y otra vez”.

¡Nada que ver y todo vinculado! Son las conexiones valiosas de la Historia que habrá de enhebrar todo colega que quiera entrevistar la vida. Hoy, los momentos tensos son más que momentos; la OIP se extinguió, arrastrada por un bloque de hormigón desarmado, la FELAP pelea su sobrevivencia y la UPEC da batalla fuera y dentro del país.
De cierta manera, toda peripecia del Instituto Internacional de Periodismo “José Martí” empezó a bifurcarse en mil trillos de verdades el mismo día de octubre en que, pleno de sabiduría, Ernesto Vera le dijo allí a unos jóvenes centroamericanos: “Hoy comienza realizarse un sueño de muchos años…”.
Imagen de portada: Fachada del Instituto Internacional de Periodismo “José Martí”. Foto: Cubaperiodistas.

