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LA CRONICA

Suardíaz en el yate de papel

Durante las noches, era obligada la tertulia en la dirección, un espacio entrañable no reconocido como tal en el periódico. Unos decían que aquel salón de paredes de piedra y libreros desbordados de enciclopedias y diccionarios, era en realidad la oficina del Comandante en Granma, donde redactaba artículos o revisaba planas en noches y madrugadas de insomnios fecundos y reveladores. Otros, los de expresión más poética y simbólica, decían que aquel lugar era, de algún modo, el camarote del jefe de la expedición en el yate de papel, en alusión al Granma.

A esa visión legendaria y admirada, se sumaba también la costumbre que teníamos los nuevos, como testigos de paso, de encontrar allí a una parte de nuestra intelectualidad, guerrilleros, políticos, directivos del periódico y visitantes ilustres, trasnochadores pertinaces, fieles a la tradición de esperar las madrugadas en plena charla o discusión de las noticias recientes o de las que aún eran tinta fresca en las páginas por publicar.

Entre ellos, asidua o fugazmente, el Comandante Piñeiro, Eusebio Leal, Marta Rojas, Félix Pita Astudillo, Luis Báez, Gabriel García Márquez, Gustavo Robreño y Luis Suardíaz. En el preámbulo de una de aquellas prolongadas conversaciones, fue que conocí al extraordinario ser humano que era el poeta Luis Suardíaz. Muchas veces lo había visto al pasar, lo leía, su voz se escuchaba en tropel o cascada de ideas, pero aquella vez que ahora recuerdo fue especial, porque él, hombre de letras consagrado, dedicó más de una hora a quienes nos iniciábamos en el oficio de la palabra cotidiana.

Lo hizo con cariño y énfasis. Se empeñó en explicarnos las razones por las cuales debíamos leer incesantemente y también participar en concursos literarios y periodísticos, especialmente en el José Martí que convocaba la Agencia Prensa Latina y del cual, ese año él era jurado.

Retribuir su interés en nosotros, su deseo de vernos crecer hizo que algunos, después de aquella insistencia suya, entregáramos por primera vez algún material al certamen.

Una joven que asistió a la maravilla de su desvelo, guarda una carta de ternura breve y poética, que él le envió después:

Perdóname que te escriba a máquina, pero cada vez más la letra me sale, como diría Martí “regañona”, después de tantos años tomando solo notas a mano y escribiendo a máquina. Me encantó tu carta -o larga nota explicativa- porque no traiciona tu modo franco y responsable de ser, ni tu finura característica. Para empezar: di tu Amanecer, enseguida y, como te dije hoy, por teléfono, el miembro del jurado alemán mexicano Heinz Dietterich cuando le tocó la primera evaluación -porque, como también te dije, primero leyeron los jurados de otros países y no el del autor de cada envío- dijo que entre otras cosas era un trabajo “bellísimo”_ Amanecer recibió cinco votos de siete posibles_ Si te animé fue porque en general pienso que los periodistas de cualquier edad -y más los jóvenes nuestros requieren fogueo, confrontación_ Y, claro, me contenta que hayas logrado esa mención, sobre todo porque no fui yo, sino un jurado agudo y crítico el que inició su inclusión en la ronda de lecturas en busca de los premios. Así que ¡adelante! Un beso,

Suardíaz

 

(Crónica originalmente publicada en el diario Juventud Rebelde, 2005).

Imagen de portada: Luis Suardíaz.

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Katiuska Blanco Castiñeira
Katiuska Blanco Castiñeira (La Habana, 1964). Periodista y ensayista. Fue corresponsal de guerra en Angola y redactora del diario Granma durante más de diez años. Es autora de libros como Ángel, la raíz gallega de Fidel, Fidel Castro Ruz, guerrillero del tiempo. Conversaciones con el líder histórico de la Revolución Cubana, y Todo el tiempo de los cedros. Paisaje familiar de Fidel Castro Ruz.

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