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LA CRONICA

Sol

El caminito del Sol penetraba la urdimbre de casas adosadas unas a otras, fraternalmente alineadas en la algazara iluminada de la mañana, se extendía por entre las paredes de adobe, los techos de guano, los calores intensos y la gente llegada de todas partes, presta a viajar más lejos o establecerse cómodamente allí en La Habana, en la mismísima entrada de las Indias Occidentales. Mundo mágico, telúrico en pasiones y contrastes, donde era posible percibir el viento marinero transparente de las amanecidas y el maloliente olor de las tabernas de horarios trasnochadores. Refinados, súbitos sudores se mezclaban con el de los esclavos al pasar; se confundían en el aire el exquisito olor de la albahaca, la manzanilla, la hierba buena y el incienso. Los pequeños umbrales preludiaban, tras el portón inmenso, la amplitud de los patios de helechos húmedos como recién llovidos, y una profusión de vidas que apenas podían ser anticipadas por las aldabas multiformes que resonaban en la vecindad. Las arcadas coronadas de vitrales cobijaban a los que se introducían en los interiores frescos, reposados y silenciosos.

Afuera en todas partes la luz y la gente apretujada en el espacio tierno de las sombras, apurando el paso bajo los balcones estrechos resguardados por las barandas de hierro fundido en prodigioso bordado, mientras los soplos marineros subían para despeñarse después con rumbo a los muelles. Y rápido el cruzar de una acera a la otra como escapando del fulgor de la tarde.

Quizá fue la impresión de un recorrido por la vereda lo que animó al artista.

Ese día nadie pudo responder la pregunta de una joven transeúnte. Nadie lo conocía, nadie podía mencionar el nombre de quien pintó allí, a la vuelta de una esquina, la esfera de rayos temblorosos. Algunos veían en el dibujo dimensiones desconocidas de lo cotidiano, o la inspiración de un viajero de paso por la ciudad, conmovido con las resplandecientes claridades del trópico, o tal vez no, quizá se trataba de algún fervoroso adorador del dios Sol de los incas, los mayas o los aztecas, pueblos cercanos que fundaron sus vidas reconociéndose como hijos del astro rey buscando en él todas sus energías, levantando templos, pirámides y monumentos, haciendo sacrificios por él con una vehemencia firme, tierna e ingenua como podría haber sido la de los egipcios y los griegos; los primeros imaginaban al Sol sobre un carro, donde una de sus  ruedas representaba el disco solar, mientras los segundos soñaban al dios Ra en una barca.

Por la figura del Sol dibujado en la esquina comenzó la calle a llamarse a secas así: Sol, como si de improviso, despuntara el día desde las brumas y nunca más oscureciera en su largura estrecha de alga serpenteante en lo profundo urbano.

Imagen de portada: Ilustración de Isis de Lázaro.

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Katiuska Blanco Castiñeira
Katiuska Blanco Castiñeira (La Habana, 1964). Periodista y ensayista. Fue corresponsal de guerra en Angola y redactora del diario Granma durante más de diez años. Es autora de libros como Ángel, la raíz gallega de Fidel, Fidel Castro Ruz, guerrillero del tiempo. Conversaciones con el líder histórico de la Revolución Cubana, y Todo el tiempo de los cedros. Paisaje familiar de Fidel Castro Ruz.

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