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LA CRONICA

Popocatépetl

En ascenso constante por entre los bosques de pinos y los helechos abundantes y húmedos, llegamos hasta donde está permitido en las faldas rocosas y negruzcas del Popocatépetl. Traemos en la memoria a Che, a quien Fidel siempre recuerda como el persistente tenaz en las subidas al Popo, porque invariablemente intentaba llegar a la cima y, aunque no lo consiguiera, insistía en la escalada una y otra vez, a pesar del ahogo de sus pulmones cansados, enfermos.

Hoy está despejado el cielo y no es tan intenso el frío, pero solo es posible aproximarse hasta los confines ubicados a 3 700 metros sobre el nivel del mar, en una cumbre de 5 480 metros, que de tan alta parece que abraza las brumas y el viento. Los viajeros observan deslumbrados el paisaje imponente del Popo, que ahora, enfebrecido, es un punto inalcanzable en las alturas. Hace ya largos meses que fue evacuado definitivamente el campamento de alpinistas, ubicado en las cercanías del cráter, y las autoridades intentan detener el paso a los más arriesgados con mil y una prevenciones que no siempre dan resultado.

En verdad, hay que resignarse, conformarse con la contemplación de la montaña a una distancia prudente y presenciar las fumarolas con que el gigante dormido demuestra a todos que se despereza lentamente y puede desbordarse de súbito en torrentes de lava y fuego.

En tiempos muy antiguos, los habitantes de estos parajes escarpados y perdidos en su exuberante vegetación, adoraban a los volcanes como sitios sagrados. Según la mitología nahua, en Teotihuacán, muy cerca de este lugar, Quetzalcóalt creó a los hombres y les dio el maíz. Los indígenas veían en el Popocatépetl al dios Tláloc, que es quien rige las aguas. Las nieves tapizan en invierno las alturas y luego, con la calidez del verano, descienden al valle de México, en manantiales de líquido helado y límpido.

Toda la noble ingenuidad aborigen se desvaneció en el infortunio. En 1519, los señores de los pueblos de esta región dieron la bienvenida a los conquistadores españoles en un sitio actualmente conocido como Paso de Cortés. Al cráter del Popocatépetl llegaron, por orden de Hernán Cortés, Diego Ordaz y sus hombres, en busca de azufre para fabricar la pólvora con que dispararían sus armas de dioses desconocidos.

Pero, a pesar de que sobre los templos indígenas se levantaron los de la hispanidad, las historias siguieron tan vivas como el relieve portentoso de estas cumbres de la Sierra Nevada, en la geografía de México.

Detenidos frente a los volcanes Iztaccíhualtl —que significa mujer blanca— y el Popocatépetl —que sugiere un cerro que humea—, conocemos la leyenda viva: la de una joven blanca que quedó adormecida, entre tules y gasas, mientras un indio, emplumado y gallardo, perseveró en cuidarla y allí quedaron los dos, convertidos en piedra de los páramos por siempre. (Crónica originalmente publicada en Juventud Rebelde, 2006).

Ilustración de portada: Isis de Lázaro.

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Katiuska Blanco Castiñeira
Katiuska Blanco Castiñeira (La Habana, 1964). Periodista y ensayista. Fue corresponsal de guerra en Angola y redactora del diario Granma durante más de diez años. Es autora de libros como Ángel, la raíz gallega de Fidel, Fidel Castro Ruz, guerrillero del tiempo. Conversaciones con el líder histórico de la Revolución Cubana, y Todo el tiempo de los cedros. Paisaje familiar de Fidel Castro Ruz.

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