Como si bailaran sin pena en casa del trompo —pisando callos a diestra y siniestra—, varios colegas del Foro de Periodistas de la Franja y la Ruta de este 2025 aceptaron la invitación de sentarse a fabricar, en un establecimiento de la provincia de Jiangxi, su propio jabón perfumado.
Bajo la guía de los especialistas locales, los invitados pesaban y mezclaban los ingredientes que elegían con la nariz, los colocaban en los moldes y medían los tiempos establecidos por norma.
El ambiente era alegre y distendido, pero quienes “reportábamos” su audacia, desde fuera, no podíamos evitar la idea de que semejante experimento estaba condenado a salir muy mal.

El derecho a dudar de los repentinos “perfumistas” se asentaba en la enorme tradición de los chinos, que tienen más de 3000 años de amor por las fragancias y las emplean desde entonces en prácticas cosméticas, artísticas y rituales. Por ello, más de uno de los jabones resultantes esta mañana —pensó con malicia el cronista cubano— disgustará sobremanera a ancestros acostumbrados durante siglos a los aromas exquisitos.
A lo largo de la Historia, el sándalo, el jazmín y el osmanto han cautivado por igual a personas comunes y deidades propiciando, de paso, la armonía y tranquilidad que toda civilización de paz aspira a lograr entre ellas. En China, los aromas son a la vez medicina, ofrenda y marcadores del tiempo. Flores, hierbas, resinas y plantas sanaron el espíritu y el cuerpo de miles de millones de personas.
En particular el incienso, conocido con la ancha palabra xiang —que puede significar fragancia, aroma, perfume, saborizante, especia…— es altamente valorado y se ha convertido, más allá de sus lindes, en una suerte de marca país.

El tesoro no es nuevo: ya la antigua Ruta de la Seda, la primigenia, propició no solo la exportación de estas maravillas, sino la entrada a China de componentes ajenos para enriquecerlas.
Cultivo, selección, destilación, maceración, mezcla, creación y custodia de detalladas recetas han sido constantes en el historial de olores del pueblo chino, que en plena antigüedad solía atar a sus cinturones bolsitas perfumadas como las que en este julio de 2025 fueron obsequiadas por los anfitriones a esos periodistas “atrevidos…” y a los otros.
En otra sala, niños de Jiangxi tanteaban entre componentes y fórmulas valiosas su propio jabón, quién sabe si para “salvar” del naufragio la producción de ese día a cargo de los amigos recién llegados. Esos pequeños llevan perfume en su sangre.

He aquí otra lección importante: los chinos del ayer empleaban esencias florales y de madera para enaltecer sus cuerpos y ambientar espacios, no para tapar hedores, como hacían con toda presunción las grandes figuras de las cortes europeas.
Semejante mezcla de tradición, ciencia, aroma y belleza pudo apreciarse en un solo “cuadro”, el de las hermosas muchachas que, imperturbables, nos mostraron parte del proceso de preparación del incienso. A seguidas, pasamos a una pequeña sala donde, acuclillados sobre cojines, nos despejamos escuchando auténtica música de relajación.

La magia funciona: nos despedimos, realmente, muy relajados. Pensándolo bien, los reporteros “perfumistas” lo habían hecho bien. Jabón, lo que se dice jabón, probablemente no fue; y perfume, mucho menos, pero es seguro que, junto a los hijos de Jiangxi, hallaron nuevas interacciones en la fragancia de la amistad.
Imagen de portada: Aroma y belleza juntas en una sola estampa. Foto: Del autor.

