Oswaldo Guayasamín viene sin cansancio por las vereditas de la Cordillera al Archipiélago, viene de un viaje profundo, desde los tiempos antiguos, los volcanes y el viento; es ala multicolor en lienzos de llanto, ira y ternura, voz de quenas angustiadas, arcilla cocida con los hombres de su tierra en el fuego de la historia, del drama de la conquista y colonización y la certeza de los mestizajes. Todo Ecuador llega con él desde la selva amazónica, los páramos y la costa pacífica, y se detiene aquí y nos gana el alma con su amistad fraterna de cántaro ancestral. Viene sin fatiga el “ave blanca que vuela” que es lo que Guayasamín significa en lengua de los quechuas, y permanece entre nosotros como metal enraizado en el alma de Los Andes para unirnos, para ofrecernos su vida en lo difícil, en el riesgo frente al imperio, para darnos el abrazo en la dignidad y la lucha.
Cuando la invasión mercenaria por Playa Girón, Guayasamín fue en Quito donde los cubanos de la misión diplomática revolucionaria; ardía en su pecho la indignación y el ansia solidaria de un hermano. Poco después fue posible el encuentro entre el pintor -también poeta en la mirada y cantor en tonos quebrados y nostálgicos, y buscador de reliquias y raíces aborígenes-, y el Comandante Fidel Castro, cuya leyenda se había espigado, frondosa y alta, con la lucha guerrillera en las montañas de la Sierra Maestra.
Durante la inauguración de la obra magna que el pintor soñó y no vio concluida: La Capilla del Hombre, Fidel evocó la magia vivida entonces y apenas sin percatarse dibujó con palabras al pintor en cuerpo y sentimientos: “Recuerdo aquella vez decía, muy al principio de la Revolución Cubana, cuando, en medio de agitados días, un hombre de rostro indígena, tenaz e inquieto, ya conocido y admirado por muchos de nuestros intelectuales, quiso hacerme un retrato.
“Guayasamín fue tal vez la persona más noble, transparente y humana que he conocido. Creaba a la velocidad de la luz, y su dimensión como ser humano no tenía límites. (_)”.
Fidel le agradecería siempre el conocimiento más hondo de la tragedia que fue la conquista y colonización de Nuestra América, el genocidio y las injusticias cometidas contra los pueblos autóctonos del continente, dolor punzante que habitaba todo el ser de Guayasamín y que hizo de su obra una denuncia perenne.
Guayasamín y Fidel tejieron una urdimbre de afectos sin olvidos, amalgamada por el afán eterno de servir a la reivindicación de los humillados. Para Fidel, el artista fue un “genio de las artes plásticas, un gladiador de la dignidad humana y un profeta del porvenir”.
Cuba recibió del pintor gestos de lealtad conmovedores, como aquel de hospedarse en un hotel en nuestra Isla cuando arreciaba la campaña atemorizadora enemiga que había sido precedida por la colocación de bombas, o aquel otro de desprenderse de la Niña Azul, con el deseo de que su venta nos permitiera obtener fondos para cuadernos escolares.
Por todas esas razones, el ave blanca sigue llegando a nuestro cielo. Una vez confesó: “ya no morimos”, y era verdad su buen augurio. Guayasamín pidió que mantuvieran encendida la luz para volver, sin saber que él mismo, desde la humedad de una vasija de barro, sería un fulgor que ilumina sin ausencias. (Originalmente publicado en Juventud Rebelde, 2005).
Imagen de portada: Oswaldo Guayasamín. Ilustración: Isis de Lázaro.