No se pretende aquí agotar un tema que puede abordarse de diversos modos, entre ellos el tratamiento del héroe en publicaciones de Cuba y de otros países. Ese no es el ángulo aquí escogido, pero de tan relevante que ya en el siglo XIX fue la presencia de Antonio Maceo en la prensa de distintas naciones, no ha faltado quien lo considere el cubano más universal en dicha centuria. Se cita ese juicio para recordar la bien ganada celebridad del eminente patriota, no porque la grandeza de un héroe fundador se mida necesariamente por el espacio que haya ocupado en columnas periodísticas.
Las proezas del general mambí en el campo de combate darían sobradas razones para que ya en su tiempo la prensa le prestara atención. Sin ser lo único extraordinario en su trayectoria, bastaría recordar la Protesta de Baraguá, que él encabezó. En carta del 25 de mayo de 1893, refiriéndose —según indicios— al capítulo que Fernando Figueredo Socarrás le dedicó en su libro La Revolución de Yara 1868-1878, José Martí le comentó al mismo Antonio Maceo: “Precisamente tengo ahora ante los ojos ‘La protesta de Baraguá’, que es de lo más glorioso de nuestra historia”.
La Protesta fue una enérgica respuesta al Pacto del Zanjón, firmado el 10 de febrero de 1878, y que fundadamente ha sido repudiado por el pensamiento revolucionario cubano: esa capitulación mantuvo una Cuba dependiente y con esclavitud. La heroica gesta se había interrumpido, en gran medida, por contradicciones intestinas, y Martí lo deploró en el discurso con que el 10 de octubre de 1890, ya sumando pasos hacia los planes de una nueva contienda emancipadora, rindió homenaje a la iniciada ese día de 1868.
En el discurso citado sostuvo: “Porque nuestra espada no nos la quitó nadie de la mano, sino que la dejamos caer nosotros mismos; y no estamos aquí para decirnos ternezas mutuas, ni para coronar con flores de papel las estatuas heroicas, ni para entretener la conciencia con festividades funerales, ni para ofrecer, sobre el pedestal de los discursos, lo que no podemos ni intentamos cumplir; sino para ir poniendo en la mano tal firmeza que no volvamos a dejar caer la espada”.
Para no volver a dejarla caer se erguía el ejemplo de la histórica Protesta, que fue mucho más que un símbolo del honor cubano. Si en el Zanjón la metrópoli española no logró todo el triunfo que sus personeros habrían querido anotarse —se vieron en la necesidad de dialogar con representantes de la causa cubana—, en Baraguá estuvieron especialmente representados aquellos cubanos que, frente a quienes terminaron sumidos en la resignación zanjonera, mantuvieron viva la rebeldía y la dignidad nacionales.
El 15 de marzo de 1878, en Baraguá, la mayor figura del Ejército Español en Cuba, general Arsenio Martínez Campos, afanado en la consumación del Pacto, se entrevistó con Maceo, general formado en el combate, no en academias, y mulato, seguro motivo de escozor para el racismo colonialista. Ante la actitud del patriota cubano, el militar y político español dedujo: “Entonces, no nos entendemos”, y Maceo ratificó: “No, no nos entendemos”. Si Cuba tuvo su bautizo natal en Demajagua el 10 de octubre de 1868, y al día siguiente, en Yara, el bautismo de fuego, en Baraguá tuvo el que trazó una guía que la haría imbatible: no se entiende con quienes pretendan someterla.
Martínez Campos, que hacía carrera de “pacificador pundonoroso” —pero en la Guerra del 95 propondría que se le confiara a su paisano Valeriano Weyler la brutal Reconcentración, para después él ocuparse del resto—, en 1878 se marchó de Baraguá sin que Maceo y sus seguidores aceptaran el Pacto. Mientras se iba contrariado de Baraguá, un combatiente cubano —el capitán Fulgencio Duarte, según testimonios—exclamó con euforia aludiendo a la fecha del propio mes de marzo anunciada para reiniciar las hostilidades: “¡Muchachos, el 23 se rompe el corojo!”. Las condiciones impidieron que la Protesta diera los frutos militares que merecía, pero quedó en pie su espíritu, con el que se retomaría la lucha armada para alcanzar la independencia.
Sin menospreciar la importancia de ninguna de las vertientes en que Maceo se relacionó con la prensa o se hizo sentir en ella, hay una particularmente esclarecedora: el modo como asumió el valor de ese medio para las ideas revolucionarias. Lo resume el relato sobre su decisión, en 1895, ante el hallazgo de una imprenta abandonada por tropas españolas que en la zona de Nipe huyeron de las fuerzas cubanas. Mientras que, por razones comprensibles, algunos integrantes de las filas mambisas pensaron que los plomos podrían convertirse en proyectiles, Maceo asumió la razón mayor y ordenó que la imprenta sirviera, con sus funciones propias, a la causa independentista.
Siguió el ejemplo de Carlos Manuel de Céspedes, el Padre de la Patria, quien fundó un rotativo para la guerra y le confió su dirección al poeta José Joaquín Palma, a quien se atribuye haberle dado al periódico un nombre que haría historia: El Cubano Libre, y el lema “Patria y Libertad”. Fueron esas las credenciales escogidas por Maceo para el periódico que él decidió fundar.
También en ese capítulo de su vida evidenció la condición que acaso nadie le reconoció antes ni con mayor claridad que José Martí al escribir en la semblanza que le dedicó en el Patria del 6 de octubre de 1893: “Y hay que poner asunto a lo que dice, porque Maceo tiene en la mente tanta fuerza como en el brazo”. De esa realidad nació El pensamiento vivo de Antonio Maceo, volumen que preparó José Antonio Portuondo.
Maceo reconoció el papel de la prensa no solamente al dar vida a una nueva etapa de El Cubano Libre, iniciada el 3 de agosto de 1895, sino con su actuación relativa a órganos de otros países, lo que hizo en función de los ideales que él encarnaba y defendía. J. Ángel Téllez Villalón ha escrito: “aprovechaba las entrevistas de los medios de prensa extranjeros para avivar el decoro y la fe en la victoria que brillaron en Baraguá”.
Como ejemplo de ello, el autor citado refiere: “En enero de 1896, declara al diario The Star, de Washington: ‘El ejército cubano está lleno de entusiasmo’. ‘El triunfo de nuestra causa lo siento en mi propio ser, inveterado en la sangre, si desconfiara, moriría en el acto mismo que abrigara esas dudas’. […] ‘Yo me siento cada vez más animado y dispuesto a resistir contra la naturaleza y los hombres que se opongan a la realización de nuestros fines políticos. Venceré’”.
Distintos autores señalan que Maceo asumía la prensa para propagar ideas justicieras, no para imponer sus criterios personales, ni su autoridad, que brotaba de su propio ejemplo. En más de un texto se citan estas palabras suyas: “El Cubano Libre se fundó nuevamente debido a mis esfuerzos, sin que ni a mí ni a nadie le guiara idea de predominio ni de imposición […] En él escriben los que quieren y pueden hacerlo, sin que jamás haya impuesto mi criterio político a ninguno de sus redactores. Me estimo mucho para exponerme al reproche de los escritores que en ese semanario colaboran”.
Cuidaba el alcance de ese órgano peleador, empezando por saber en quiénes confiar. Con frecuencia se cita lo que en una ocasión le escribió a Mariano Corona Ferrer, a quien había nombrado director del periódico: “Bien, muy bien; siga usted así.—El Cubano Libre es un cuerpo de ejército compuesto de doce columnas, que se bate, se bate bien, diariamente por la causa de Cuba; y los españoles darían algo por darle una carga. Mucho ojo… y aprieten”.
La atención de Maceo a la prensa revolucionaria se inscribió en su entendimiento táctico y estratégico de la guerra. Jorge Wejebe Cobo ha sostenido: “Era proverbial que […] en sus operaciones siempre organizara un sistema de inteligencia y de correos con hábiles patriotas, quienes desde pueblos y ciudades le enviaban, además de información, ejemplares de periódicos nacionales y extranjeros que él estudiaba para conocer cómo reflejaban la contienda, ya que comprendía la importancia de los medios para el esfuerzo independentista”.
El general que tundía al enemigo en la lucha, y sobrevivió a numerosas heridas que recibió en combate —y hasta en un atentado fuera de Cuba—, asumía la guerra pensando en la patria libre que debía alcanzarse. Como apunta Gislania Tamayo Cedeño, le interesaba que El Cubano Libre reflejara lo que desde la manigua se hacía en “la lucha contra el analfabetismo y [por] desarrollar la cultura de las tropas mambisas”.
Cuando en estos días se recuerde el legado del general Antonio Maceo y se le vincule con el del Comandante Ernesto Che Guevara, no será única ni principalmente por contingencias cronológicas, sino, sobre todo, por afinidades de actitud y pensamiento. Entre ellas cuenta que, si Maceo prolongó El Cubano Libre creado por Céspedes, el Che sumó a dicha continuidad otra etapa de ese periódico: en la Sierra Maestra, en el camino hacia el triunfo del Primero de Enero de 1959.
También por esa vía llegó a la victoriosa Revolución Cubana el ejemplo que en general, y particularmente en cuanto a valorar el papel de la prensa, dio Martí. Su obra escrita, periodística en gran medida, incluyó la fundación de Patria, nacido el 14 de marzo de 1892, fecha que, al cumplirse su primer siglo, el periodismo nacional escogió para celebrar cada año el Día de la Prensa Cubana, celebración en la cual le corresponde asimismo un sitio al héroe de Baraguá.
El estudio sobre Maceo lo han enriquecido autores entre los que han descollado José Luciano Franco, a quien se deben tres monumentales volúmenes de Apuntes para una historia de su vida; Raúl Aparicio, con Hombradía de Antonio Maceo, y Olga Portuondo Zúñiga, que sigue brindando luz sobre uno de los pilares de la patria.
Los vínculos de Maceo con la prensa remiten a su modo certero de verla como un arma, y en general a la claridad de sus ideas, que no se aprecia solo en lo que brota de hechos como la Protesta de Baraguá, sino en la radicalidad revolucionaria que el conjunto de sus actos e ideas le aportó a la nación cubana contra peligros que no han cesado.
La firmeza patriótica de Maceo la resumen convicciones como la que expresó frente a las esperanzas que algunos cifraban en los Estados Unidos, por lo cual advirtió que no se debía “contraer deudas de gratitud con un vecino tan poderoso”. Cuando alguien le mencionó la posibilidad de que Cuba pasara a ser otra estrella en la bandera de los Estados Unidos, el incansable luchador contra el colonialismo español respondió: “Creo, […] aunque me parece imposible, que ese sería el único caso en que tal vez mi espada estaría al lado de los españoles”.
Sus lúcidas advertencias se asocian con otra declaración suya: “Quien intente apoderarse de Cuba, recogerá el polvo de su suelo anegado en sangre, si no perece en la lucha”. Cuando en 1898 el gobierno de los Estados Unidos intervino en la guerra que Cuba merecía ganarle a la metrópoli española, lo hizo con el propósito de consumar la codicia acumulada por esa potencia desde los años en que se formaba como nación: apoderarse de Cuba.
En su intervencionismo tuvieron de su lado la muerte de José Martí el 19 de mayo de 1895, y de Antonio Maceo el 7 de diciembre de 1896. Con ellos vivos, las fuerzas patrióticas cubanas habrían estado mejor amparadas, y un héroe como el general Máximo Gómez habría podido acompañarlos en la búsqueda de una inndependencia plena, causa que los había unido inquebrantablemente a los tres.
Ilustración de portada: Antonio Maceo. Isis de Lázaro.
Magnifico artículo que nos enseña una faceta poco conocida de Antonio Maceo, felicidades a su autor Luis Toledo Sande.