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Guitarras por Alirio Díaz

Carora está de fiesta y no hay habitante de esa localidad del oeste venezolano, del estado de Lara, que se sitúe al margen de la celebración. Ni de sus parroquias ni comunidades aledañas, especialmente La Candelaria, porque en el calendario, el 12 de noviembre, se halla inscrito el punto de partida justo hace cien años de Alirio Díaz Leal, quien ascendió desde allí al dominio universal de la guitarra.

Celebración expandida puesto que con ella se honra la cultura latinoamericana en su vocación de diálogo con el mundo. El legado de Alirio es compartido por todo aquel que sienta, comprenda y exalte el papel que desempeñó el músico venezolano en colocar, como se debe, la riqueza del repertorio de la guitarra nuestroamericana, en el imaginario sonoro del siglo XX.

La Escuela Cubana de Guitarra lo tuvo en cuenta. Por La Habana, por los concursos y festivales promovidos a partir de los años 80 por Leo Brouwer y Jesús Ortega, pasó el maestro y entregó lo mejor de sí. Y recibió también, porque nunca fue ajeno a las cercanías espirituales de identidades comunes. Fue seguido atentamente por los músicos convocados en la capital cubana, y por un público ávido por penetrar en los planos de “transparencia y diafanidad” de sus interpretaciones, tal como el gran Regino Saínz de la Maza caracterizó el magisterio del venezolano.

De que lo suyo no fue una mera práctica traslaticia del pentagrama a la audiencia se observa cuando nos detenemos en la fundamentación conceptual de su arte. Historia, tradición y memoria sustentan la trayectoria del músico, como lo avalan los elementos aportados por él en el libro Música en la vida y lucha del pueblo venezolano y el relato autobiográfico Al divisar el humo de la aldea nativa.

O cuando se repasa en este mismo sitio de Cubaperiodistas la deliciosa crónica publicada por el venerable Ambrosio Fornet el 12 de febrero de 2020 acerca del día en que sorpresivamente fue llamado por el guitarrista a la Casa de las Américas para indagar acerca de las huellas de un olvidado pedagogo cubano del siglo XIX, Luis Felipe Mantilla, por quien don Alirio sentía alta estima.

En tiempos de iniciación de Díaz, la guitarra, majestad probadísima en los predios de la música popular de los pueblos de Nuestra América, aún no reinaba entre nosotros, como después ha sido, en los circuitos de la música de concierto. La brújula, no faltaba más, se hallaba en España, y en el fenómeno Andrés Segovia, que supo valorar el genio del caroreño.

A Alirio le asistieron el talento, el estudio, la consagración y la buena fortuna de mecenazgos y orientaciones de quienes creyeron en él, lo llevaron a estar en Trujillo, matricular en la Escuela José Ángel Lamas, en Caracas, al cuidado del guitarrista Raúl Borges y el maestro Vicente Emilio Sojo, figura clave en el desarrollo de la cultura sonora en el país sudamericano, dar el salto a España justo en 1950 hasta caer en la órbita segoviana en la Academia Ghigiana, de Siena, durante varios veranos.

Nada de ello resultó fácil. En su día, el músico recordó de qué manera se sostuvo hasta llegar a lo que fue; saxofonista y clarinetista de bandas, acompañante de serenatas, tipógrafo, mensajero. Más en esa ruta algo no olvidó: la savia popular de la guitarra. Para cumplir con Bach, Frescobaldi, las pavanas renacentistas, el clasicismo de Fernando Sor y, por supuesto, el vastísimo tesoro de la música española para guitarra, enriquecida en el siglo XX por Joaquín Rodrigo, don Alirio contaba con todas las armas, a la que habría que añadir otra muy poderosa: esa Europa y esa España musical encarnaba con singularidad en América Latina a tal punto que al devolver a Europa y España lo que a esta pertenece, inequívocamente se apreciaba un toque distintivo. A esto se refirió el musicólogo alemán Manfred Eltke cuando al comentar el álbum Alirio Díaz plays Bach (Odeon – Emi, 1968) escribió: “Detrás de las chaconas, las fugas y las gavotas, maravillosamente versionadas por Segovia y Scheitt, transpira la irrepetible condición solar del guitarrista venezolano”.

Tránsito a la inversa, si hoy en loe medios académicos internacionales de la guitarra se conoce y valora a Antonio Lauro como autor indispensable, se debe a las interpretaciones de don Alirio, quien tampoco nunca dejó de arropar con estilo, gracia y empuje en su instrumento el acervo tradicional de su patria.

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Pedro de la Hoz González
(Cienfuegos, 1953) Periodista y crítico de arte. Premio Nacional de Periodismo José Martí en 2017. Forma parte de la redacción cultural de Granma. Fue electo Vicepresidente de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba. Entre sus libros figuran África en la Revolución Cubana (ensayo, 2004) y Como el primer día (entrevistas, 2009).

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