Exposición Mestizo de Ares
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Ares: Mestizo

«…los sabios verdaderos no tienen otra misión que hacernos reír con sus pensamientos y hacernos pensar con sus juglarías…»[1]

Octavio Paz

En el principio, fue la risa. El universo surgió de una carcajada astronómica. Todo vibra porque todo ríe. La risa es, tal vez, una metáfora de la teoría de las cuerdas.

Que Aristóteles creyera que el hombre era el único animal capaz de reír, indica que el Gran Estagirita jamás vio un delfín. Aunque reír no es formar un arco con los labios sino dibujar una elipse entre estos y los ojos. Más que con la boca, reímos con el rostro, y hay quien lo hace, incluso, con el cuerpo entero. Somos risa pugnando por liberarse de la gravedad de los cuerpos. Si no, ¿por qué habrían de flotar los personajes de Mary Poppins al atacarse de risa?

Inspirado en el concepto aristotélico de la hilaridad como acto liberador y típicamente humano, Umberto Eco escribió una novela memorable que nos enseña a reírnos de la verdad y a hacer que la verdad ría. Eso es vivir: reír, reír a pesar de los pesares. Porque la risa nutre al débil, cura al enfermo, salva al moribundo. Cultivarla es un don y generarla, mediante dibujos, oficio de hechicero.

I

Había una vez un caricaturista llamado Arístides Esteban. Un buen día, sus dibujos se sintieron lo suficientemente maduros y, fundiendo las primeras letras de sus dos nombres, lo rebautizaron como ARES. Hijo de su propia obra, este cubano está hoy en el Olimpo de la caricatura. Sin embargo, ni su condición olímpica ni su alias lo convirtieron en aquel dios peleón, que los romanos llamaban Marte y que, según se cuenta, sólo la seductora Venus podía apaciguar. Nuestro Ares no es un dios de guerra, es un hombre de paz, un médico de almas, un psiquiatra de carrera que, armado de pluma y cartulina, dispara verdades sonrientes. De manera que, aunque en la mitología grecolatina Marte es Ares, en el universo de la caricatura Ares no es Marte. Los nombres se repiten, primero, como tragedia y, luego, como comedia.

En 2018, Ares expuso Tocar madera, en Villa Manuela; cinco años después, en este otoño caluroso, vuelve a la carga con Mestizo, en la galería de 23 y 12. A pesar de que entre ambas exposiciones media la pandemia del coronavirus, que significó para muchos una ruptura notable, en el caso de Ares es evidente la continuidad de algunos temas en esta exposición: la patria (Azabache para el mal de ojo), la religiosidad (Pachamama, Fe, Girasoles para la virgen, La virgen negra, Virgen con alas), la identidad (Egungún, los ancestros). Incluso hay conexiones evidentes como las aldabas, símbolo del despertar, representadas aquí por el Escudo Nacional, una de las vírgenes y el cuadro La Habana a las 6 a.m., el cual —en memoria de la escuela Lenin en la que los dos estudiamos— yo hubiese titulado: «¡De pie!».

II

La exposición abre con una serie de dibujos a tinta y acuarela sobre cartulina, que traen al presente la Conquista y la Colonización de América por España. La factura es impecable: línea a línea, va tejiendo texturas, puliendo luces, cavando oquedades. Los personajes son vigorosos y están dotados de un color que anuncia su psicología. Ahí está la catedral barroca española, con sus volutas de piedra, oscilando para demoler la mastaba precolombina; el salvaje conquistador que, cual metáfora de la violación, ahorca y besa, a la vez, a una joven indígena; Cristóbal Colón arrodillado sobre un aborigen que en su asfixia repite a George Floyd: I can’t breathe (no puedo respirar), escoltado por los estandartes de la guerra y la religión, sintetizados en una espada que el genovés empuña como una cruz; la tristemente célebre imagen de la niña vietnamita desnuda que corre quemada por el napalm, resemantizada como una niña aborigen con plumas en la cabeza que escapa aterrada ante las naves ibéricas; la adolescente andina cargando a lomos toda una carabela; o la reina cuyo lujoso vestido, trae estampados horrendos barcos negreros…

“I can’t breathe” Con una pincelada magistral muy bien pensada, este filósofo de la risa, demuestra que la Historia es cíclica.

Wifi es un cuadro cuadrado pintado al acrílico que fraterniza imposibles: en su prehistoria posmoderna o posmodernidad prehistórica, un aborigen sostiene un celular encendido que le ilumina el rostro y trae sobre la cabeza un arcoíris a la manera del signo de la wifi. ¿Quién, en esos días aciagos de la pandemia, no se arrodilló ante San Wifi para mantener vivas sus relaciones humanas? Pasado y presente son «pasente» y «presado».

Ares cita a García Márquez: «La palabra mestizaje significa mezclar las lágrimas con la sangre que corre. ¿Qué puede esperarse de semejante brebaje?».[2] Pero también, digo yo, el mestizaje tiene una arista progresiva porque es complejidad creciente, riqueza acumulada. Defender el mestizaje como un proceso inevitable de enriquecimiento mutuo, es oponerse a la simplificación empobrecedora que, al final, va imponiendo un modelo de dominación cultural a nombre de la globalización.

“Fans” ¿Armonía cultural, polarización? Tal vez humanidad irreductible.

Tal vez por eso, en otro cuadro suyo, varias figurillas precolombinas visten las camisetas de los clubes de fútbol españoles Real Madrid y Barcelona. No es para nada una crítica al deporte que pone en pie al planeta, sino al carácter empobrecedor de una globalización que tiende a homogenizar las culturas y a polarizarnos artificialmente, a simplificar la irreductible complejidad humana y a dividirnos.

Recuerdo una obra suya, no incluida en esta muestra, en la que el monumento al Maine, que está donde Línea y Malecón forman una T, es coronado por… el azuloso Twitter. El símil es genial; la advertencia, otro aldabonazo. «La globalización —me comenta Ares— pretende controlar la psiquis de las personas».

Cuando, a propósito, le pregunto qué tiene que ver la psiquiatría con la caricatura, Ares permanece inmutable: evidentemente, la pregunta no le toma por sorpresa. Me revela que el psicólogo clínico hace un resumen de la dolencia del paciente, luego le pone un espejo enfrente, que le devuelve la imagen de su enfermedad, y finalmente lo enfrenta a ella con la psicoterapia. La caricatura también es resumen y espejo, para sanar el alma. Yo me pregunto entonces: ¿por qué no se habla de «humólogos» o «psicógrafos»?

III

Admiran el rigor y la elegancia con que Ares aborda un proceso histórico que «chorreó sangre y lodo por todos los poros, desde los pies hasta la cabeza». Jamás hubo «encuentro de culturas» sino encontronazo de civilizaciones: en 1492, Colón descubrió América y América descubrió la Colonia. Cinco siglos después, Ares ha sabido sublimar el dolor como reflexión sonriente. Con ingenio y gracia, le ha sacado música silente a un grito ahogado por el poder y la historia oficial. Con el mismo espíritu con que Chaplin dio vida a El Gran Dictador y Benigni a La vida es bella, Ares sabe criticar con belleza. El arte es de por sí la crítica más bella. Él es el aldabonazo, y a nosotros nos toca despertarnos.

“Escudo”, obra realizada en bronce y madera, en ella se funden el Escudo Nacional y una aldaba, símbolo del despertar.

La historia se asimila mejor, si se narra con sazón, con seso y concisa. Mestizo es la hermosa venganza del Nuevo Mundo o, mejor, la resiliencia simbólica de un Mundo Nuevo. Es el coágulo de sangre americana esculpido con esmero. Es la cultura, entendida como arma del alma. Es la mirada descolonizadora de una mente descolonizada. Es Calibán dotado de arielidad, que es tener conciencia de sí mismo, dando el primer paso hacia la prosperidad, que es hacer por sí mismo.

 

Yo invito a que visiten la exposición Mestizo en la galería de 23 y 12, y más que eso, a seguir la obra de Ares, porque su arte eleva y relaja, enriquece y divierte, sin hacer concesiones a la vulgaridad ni desactivar las funciones superiores del cerebro humano (cálculo matemático excluido, por el momento). En estos tiempos en que un meme puede más que un discurso, la caricatura inteligente y comprometida con lo mejor de la humanidad es imprescindible. ¿Por qué no se reproducen más en todos los medios cubanos las obras de tantos caricaturistas talentosos? No hay papel, pero hay redes y espacios digitales. No hay dinero, pero hay muchas formas de pago. ¿Dónde está el espíritu crítico del cubano que antes daba vida al Dedeté y al Palante? No hay que revivir muertos, hay que renacer vivos. La reflexión viaja más levemente y llega más lejos montada en la risa. La santidad se venera, pero se teme porque es grave; la sabiduría, en cambio, se respeta y contagia porque está más cerca de lo humano, que es la risa. La risa es el mejor portador de una idea.

Algún día se comprenderá que los grandes caricaturistas, como Ares, son verdaderos filósofos. Lo digo pensando también en hombres de la talla de Nuez, autor de aquel librito sucinto e impactante titulado La piedra. Pienso también en Boligán, Tomy, Ajubel… Por su don para la fusión simpática y aguda de imposibles, ellos personifican la sabiduría de esta isla, que siendo como es, una mezcla de pueblos, tiene en el humor una herramienta adaptativa pero también de cambio. Cuba nos cría y el Humor nos junta.

Arte de esencias es la caricatura. Por eso, en la obra de Ares se cumplen las dos acepciones de la palabra síntesis: la filosófica, que se refiere a la fusión de contrarios, a hallar un vínculo esencial entre cosas aparentemente desconectadas; y la popular, que significa resumen, zumo, la otra definición de esencia como sustancia concentrada. En cada pieza, Ares funde sentidos opuestos y resume formas complejas. Fusión es su pseudónimo y el mestizaje que anima esta muestra; resumen, lo que hace como psiquiatra y como caricaturista. Teniendo en cuenta esto y que se trata de un sustantivo masculino, quisiera proponer una definición que a lo mejor no es muy académica, pero se ajusta al caso: EL HUMOR GRÁFICO ES UNA SÍNTESIS SINTÉTICA & SIN TETICA. He dicho. ¡Y que Freud y el Larousse me perdonen!

El Cerro, llave de La Llave, 2 de octubre de 2023

Notas

[1] Apariencia desnuda, 1 “El castillo de la pureza”, Coedición El Colegio Nacional/Ediciones Era, México D.F., 2008, p. 102.

[2] “Buen viaje, señor presidente”, Doce cuentos peregrinos.

Tomado de La Jiribilla

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