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Para que siga siendo siempre 26

La nación cubana viene de hitos como el 10 de Octubre de 1868 y el 24 de Febrero de 1895, heredados por los actos y el espíritu de lucha que libraron a Cuba de seguir siendo desde 1898 una república neocolonial manejada por el imperialismo estadounidense. En ese camino, donde la insumisión emancipadora fue la constante que no debe cesar, los acontecimientos del 26 de Julio de 1953 señalaron el Día de la Rebeldía Nacional.

La consigna “Siempre es 26” no debe asociarse única o principalmente con festejos. Menos aún con una emotividad vacía de la médula fraguada por los hechos que protagonizó la vanguardia revolucionaria que se asumió como generación del centenario martiano. Sus integrantes honraron la herencia de los preparativos y el estallido de 1868, reafirmada por José Martí en 1895 para su tiempo y hacia el futuro.

Esa vanguardia halló en el fundador del Partido Revolucionario Cubano su guía, no como una declaración verbal, sino para desencadenar con hechos la liberación de la patria y cumplir misiones que él se planteó con su proyecto revolucionario, y que su muerte en combate el 19 de mayo de 1895, y la intervención estadounidense en 1898 — que él quiso impedir a tiempo—, frustraron por décadas. Pueden resumirse en alcanzar la independencia, darle al país un camino distinto del impuesto por la dominación extranjera —primero la española y luego la estadounidense— y sanearlo con una profunda siembra ética.

Lograr esos propósitos afirmaría las bases para la justicia social.

La historia me absolverá plasmó las metas del nuevo proyecto revolucionario. Junto con su significado antimperialista, esas aspiraciones incluían el saneamiento moral de la sociedad y la identificación con aquellos a quienes Martí llamó “los pobres de la tierra”: de la tierra, no solo de la suya. No cabía convertir la aspiración de una república “con todos, y para el bien de todos”, en un ideal nubáceo ajeno a quien la expresó.

Traicionando su espíritu, esa máxima la repetirían cínicamente —además de los desinformados u oportunistas de cualquier tiempo, incluso hoy— quienes apoyaban el estado neocolonial. Un caso sería Ramón Grau Sanmartín, quien en 1934 creó la organización política que usurpó el nombre de la constituida por Martí: Partido Revolucionario Cubano, y le añadió la etiqueta de Auténtico, para simular la legitimidad que le faltaba al suyo.
Aunque aspirase a una república para bien de todos, Martí era consciente de que no se podría contar con el esfuerzo de todos. Precisamente en su discurso del 26 de noviembre de 1891, que se ha titulado “Con todos, y para el bien de todos”, lema que lo informa y distingue, no aflora la quimera de una revolución que podría hacerse con todos: lo recorre el rechazo a quienes por intereses egoístas se autoexcluían de esa totalidad.

La revolución de 1895 no debía prescindir de las aportaciones de quienes, siendo ricos, contribuyeran a los fondos de la guerra, y en algunos casos hasta se incorporasen a ella. Pero ya el independentismo distaba de los planes propios de los más ricos: lo abrazaban y lo defendían, principalmente, los sectores más humildes.

Ajeno a hipocresías y oportunismos, Martí enalteció de distintos modos el apoyo que dieran todas las personas a la causa independentista; pero valoró especialmente la de los más desfavorecidos.

En el mismo discurso citado sostuvo ante un auditorio que se caracterizaba por la presencia o la cercanía de trabajadores: “¡Esta es la turba obrera, el arca de nuestra alianza, el tahalí, bordado de mano de mujer, donde se ha guardado la espada de Cuba, el arenal redentor donde se edifica, y se perdona, y se prevé y se ama!”

En general, la herencia martiana se aprecia en el programa del 26 de Julio que Fidel Castro, su líder, concentró en La historia me absolverá. Aunque tampoco tenía por qué dinamitar la mayor unidad nacional posible, sino abonarla en función de la obra revolucionaria, en ese alegato incluyó una definición de pueblo que desde su arranque resulta martiano. Contra los representantes de la tiranía que servía a los poderosos y buscaba condenarlo, expresó claramente a qué llamaba él —“nosotros”, dice con plural programático— “pueblo si de lucha se trata”.

Tras mencionar a “los seiscientos mil cubanos que están sin trabajo deseando ganarse el pan honradamente sin tener que emigrar de su patria en busca de sustento”, siguió con otros ejemplos, desde los trabajadores humildes del campo y de la ciudad, “los treinta mil maestros y profesores tan abnegados, sacrificados y necesarios al destino mejor de las futuras generaciones”, “los veinte mil pequeños comerciantes abrumados de deudas”, hasta “los diez mil profesionales jóvenes: médicos, ingenieros, abogados, veterinarios, pedagogos, dentistas, farmacéuticos, periodistas, pintores, escultores” y otros “que salen de las aulas con sus títulos deseosos de lucha y llenos de esperanza para encontrarse en un callejón sin salida”.

Esbozado ese cuadro, que hoy da para meditar ante cambios profundos y también frente a tercas persistencias de la realidad, y para buscar caminos por donde superarla —pero en el que no cabían los ricos o millonarios que vivían de las penurias de las masas populares—, el luchador revolucionario sometido a juicio exclamó en términos que recuerdan al Martí defensor de la turba humilde: “¡Ese es el pueblo, cuyos caminos de angustias están empedrados de engaños y falsas promesas […]!”, y al que, por tanto, “no le íbamos a decir: ‘Te vamos a dar’, sino: ‘¡Aquí tienes, lucha ahora con todas tus fuerzas para que sean tuyas la libertad y la felicidad!’”.

Tal sería la brújula de la Revolución Cubana, y lo ratificó el mismo Comandante en la víspera de la invasión mercenaria de abril de 1961. También entonces la patria necesitaba la mayor unidad posible de quienes estuvieran dispuestos a defenderla, pero el Líder no dudó en proclamar: “Compañeros obreros y campesinos, esta es la Revolución socialista y democrática de los humildes, con los humildes y para los humildes. Y por esta Revolución de los humildes, por los humildes y para los humildes, estamos dispuestos a dar la vida”.

Para mantener esa brújula y hacerla compatible con los derechos de todo el pueblo, se requiere cumplir también otro de los mandatos implícitos, o explícitos, en el proyecto martiano y abrazado persistentemente por el Comandante: el saneamiento moral de la nación. A raíz del triunfo de 1959 el propio guía advirtió que a partir de entonces todo sería más difícil, no más fácil, y la historia —la vida— le daría la razón. En su discurso del 17 de noviembre de 2005, que merece atención diaria, sentenció refiriéndose a una realidad erizada de enemigos, escollos y peligros: “Este país puede autodestruirse por sí mismo; esta Revolución puede destruirse, los que no pueden destruirla hoy son ellos; nosotros sí, nosotros podemos destruirla, y sería culpa nuestra”.

Lo sostuvo pese a que sabía mejor que nadie los daños causados por el bloqueo imperialista. Su arsenal de conocimientos incluía lo concerniente a males que a menudo son calzados por tales daños, pero tienen también asideros vernáculos. Sin agotar la lista posible de ellos, vale mencionar la ineficiencia administrativa, la improductividad y el burocratismo —que se trenzan con carestías e inflación y agravan, hasta lo insufrible, la vida cotidiana del pueblo—, y el más letal de todos: la corrupción. Objetiva o voluntariamente esa lacra es aliada de todas las demás, y cómplice factual de los afanes imperialistas por destruir el país. a semejante realidad, dos discursos vienen a la memoria: uno, del José Martí revivido el 26 de Julio de 1953; otro, del Fidel Castro que preparó y dirigió los acontecimientos de esa fecha, y los que les darían continuidad. En 1894, precisamente el 24 de febrero anterior al que en 1895 relanzaría los actos heroicos de 1868, Martí honró a su compañero de ideas y de lucha Fermín Valdés Domínguez, y expresó: “Las etapas de los pueblos no se cuentan por sus épocas de sometimiento infructuoso, sino por sus instantes de rebelión”.

Por su parte, al rendir tributo a la gesta de 1953 en su vigésimo aniversario, el Comandante recordó el “Mensaje lírico civil” del poeta martiano y comunista Rubén Martínez Villena. Antes de sostener: “Desde aquí te decimos, Rubén: el 26 de Julio fue la carga que tú pedías”, citó estos versos:

Hace falta una carga para matar bribones,

para acabar la obra de las revoluciones,

para vengar los muertos que padecen ultraje,

para limpiar la costra tenaz del coloniaje,

para no hacer inútil, en humillante suerte,

el esfuerzo y el hambre, y la herida y la muerte;

para que la República se mantenga de sí,

para cumplir el sueño de mármol de Martí;

para que nuestros hijos no mendiguen de hinojos,

la patria que los padres le ganaron de pie…

Hoy el genocida bloqueo se ha reforzado hasta puntos extremos, asfixiantes, y la realidad interna del país se ha hecho más compleja con medidas cuyas consecuencias están aún por ver en plenitud, lo que no autoriza a sentarse tranquilamente para ver hasta dónde llegan. El valor de la convocatoria de lucha de ambos fundadores reverdece como hecha ahora mismo, y no admite demoras.

El pueblo cubano dispone de la historia y los recursos colectivos, revolucionarios, Constitución incluida, para encarar desde la propia Revolución y con ella¸ sin que nadie ni nada lo confunda —ni siquiera con proclamas supuestamente ultrarrevolucionarias— por muy severos que sean los desaguisados, males que, de no erradicarse, pueden acabar siendo mortales para la nación. Y ya ni siquiera se trata de arrancarlos a tiempo, sino tal vez, a estas alturas, con grados de retraso.

Si en otros momentos valía convocar a una acción sin prisa pero sin pausa, ya es hora de acometerla sin pausa y con prisa, con urgencia y sabiduría. Únicamente así se rendirá el merecido homenaje a quienes a lo largo de más de un siglo han dado su sangre y su sudor para bien de la patria, y de su pueblo, y se logrará que siga siendo siempre 26.

Foto de portada: Roberto Chile.

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Luis Toledo Sande
Escritor, investigador y periodista cubano. Doctor en Ciencias Filológicas por la Universidad de La Habana. Autor de varios libros de distintos géneros. Ha ejercido la docencia universitaria y ha sido director del Centro de Estudios Martianos y subdirector de la revista Casa de las Américas. En la diplomacia se ha desempeñado como consejero cultural de la Embajada de Cuba en España. Entre otros reconocimientos ha recibido la Distinción Por la Cultura Nacional y el Premio de la Crítica de Ciencias Sociales, este último por su libro Cesto de llamas. Biografía de José Martí. (Velasco, Holguín, 1950).

3 thoughts on “Para que siga siendo siempre 26

  1. No tengo duda de que los propios Martí y Fidel suscribirán también como suyo, porque lo es, este inspirado y pertinente alegato de Toledo, que aspira a dar impulso a la carga reclamada por Ruben, ahora bajo la histórica responsabilidad de una dirección continuadora, fundida al sentimiento y movilizando consecuentemente las fuerzas creadoras y el protagonismo decisivo de este heroico pueblo, el que verdaderamente lo sigue siendo, porque de lucha se trata.

  2. Documentado, contundente y profundo, este artículo del periodista Luis Toledo Sande nos pone a pensar con este final movilizador: “Si en otros momentos valía convocar a una acción sin prisa pero sin pausa, ya es hora de acometerla sin pausa y con prisa, con urgencia y sabiduría…” Los tiempos cambian y los gobiernos y los pueblos han de ponerse a la altura de los tiempos. Me viene a la mente el fragmento final del discurso de Fidel en la Cumbre de la Tierra en Río de Janeiro el 12 de junio de 1992: “Mañana será demasiado tarde para hacer lo que debimos haber hecho hace mucho tiempo”. Hagamos nuestros estos dos llamados, si queremos salvar el planeta de la autodestrucción y la Patria de los males que nos aquejan.

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