COLUMNISTAS

A 30 años de la desaparición de la Unión Soviética (II)

III

La experiencia de la URSS mostró claramente que, si bien Marx y Engels habían demostrado que la revolución socialista era un resultado de la agudización de las contradicciones del capitalismo, la construcción de la nueva sociedad estaba preñada de múltiples dificultades y no era un proceso irreversible.

En efecto, la construcción del socialismo suponía la acción consciente del hombre con una interpretación certera de las leyes del desarrollo social, -pero al mismo tiempo- introducía un fuerte elemento subjetivo en este proceso, donde el rol de la personalidad en la historia podía desempeñar un papel determinante, acelerando o frenando todo el proceso de cambios.

El sistema de dirección social debía, por tanto, conjugar correctamente los mecanismos de una  gestión económica más eficiente, sometida durante siglos a las condiciones del capitalismo, desarrollando con un sostenido esfuerzo, los nuevos mecanismos y las motivaciones de orden político y social propios del socialismo, sin perder de vista el carácter mucho más complejo de estas últimas. En síntesis, más allá de erradicar las relaciones sociales basadas en la explotación del hombre por el hombre, había que crear el hombre nuevo, actor esencial de las nuevas relaciones que debían superar las del régimen anterior.

A lo largo de la historia de la URSS la política económica para llevar a la práctica las decisiones estratégicas introdujo –desde la aplicación de la NEP- elementos contradictorios con el socialismo como sistema no sujeto a las leyes del mercado, elementos que no fueron valorados en su justa dimensión y alcance.

En este sentido, la necesidad de reconocer la existencia objetiva de las relaciones monetario-mercantiles presentes a partir del insuficiente nivel de desarrollo de las fuerzas productivas y los resultados materiales favorables a corto plazo de esta decisión, no permitió percibir a tiempo la deformación en la conducta del ser humano que introducía el mercado y su desarrollo en las condiciones del socialismo.

Como bien señalara el Che, la renuncia a transitar el arduo camino de la educación comunista en aras de avanzar utilizando las armas melladas del capitalismo, que se introdujeron ya desde los años 30 en la Unión Soviética, contribuyó a sembrar la semilla del mal, que acabaría –junto a los graves errores políticos cometidos- por torcer el rumbo del socialismo en la URSS.

Fue así que la falta de una motivación ideológica verdadera, capaz de lograr que el hombre se identificara con los intereses más altos de la sociedad socialista, lo que suponía su participación democrática y consciente en la toma de decisiones, propició que este elemento esencial fuera sustituido por la imposición autoritaria y la represión del disenso, dando pie al surgimiento de una élite dirigente divorciada de las masas y burocratizada hasta la médula.

Sin embargo, este proceso no era irreversible. Cada vez que el pueblo soviético se vio estimulado por factores políticos y morales, como ocurrió en la segunda guerra mundial, la campaña para la siembra en las tierras vírgenes en los años 50, e incluso en la etapa inicial de la perestroika, la población respondió favorablemente en defensa de las ideas del  socialismo.

La oportunidad histórica más importante para resolver los numerosos problemas que afectaban la sociedad soviética en los años 80 la tuvo Mijaíl Gorbachov, quien había expresado “…sin la activación del factor humano, o sea, sin tomar en consideración los variados intereses de los hombres, de los colectivos laborales, organizaciones sociales y  diferentes grupos de la sociedad, sin apoyarse en ellos y sin incorporarlos a la creación activa, no es posible resolver ningún problema, ni cambiar la situación del país.”[1]

No obstante, su formación en el seno de la burocracia que pretendía reformar, su desconocimiento del marxismo, su falta de experiencia política y su vanidad, lo llevaron a pensar que -apoyándose en la expansión de los mecanismos mercantiles- podía perfeccionarse el socialismo, a lo que sumó su incapacidad al conducir la reforma económica que trascendió descontroladamente al terreno de la política, sin tener una idea clara del modelo a desarrollar y mucho menos de la consecuencia de sus inconsistencias políticas, que terminaron alimentando las tendencias anticomunistas y pro capitalistas presentes en la URSS.

Como se ha señalado por otros analistas “…la sustitución del centro de gravedad de los cambios de la economía hacia las reformas políticas, fue un hecho determinante. Las reformas políticas eran también necesarias, pero el momento, las circunstancias y el modo de aplicación fueron el error detonante para la desaparición del sistema. El descontrol que devino sobre el curso de las reformas, generado por el debilitamiento del Estado y el partido, tributó en el posterior derrumbe de las estructuras que en un inicio se pretendían enmendar.”[2]

A pesar de todas las dificultades y en medio del torbellino político y social presente a finales de 1990, una encuesta mostraba que aún el 56.3% de la población cifraba sus esperanzas en el socialismo y solo un 14.7% apoyaba abiertamente diferentes variantes de capitalismo.[3] De igual modo, en un plebiscito realizado en marzo de 1991 el 71.34% se mostraba a favor de mantener la URSS como Estado.[4]

Ese apoyo a las ideas del socialismo no encontró en los trabajadores una vía para su expresión activa en el enfrentamiento a las tendencias proclives a la transición al capitalismo que estaban presentes en estratos cada vez más extendidos de la clase dirigente.

En las masas se creó un estado de confusión que mostraba aspiraciones de un nivel de vida superior  –en muchos casos- calcado del consumismo de la sociedad mercantil. Por otro lado, se aspiraba a preservar los logros de la sociedad soviética. En otras palabras se quería una sociedad que asegurara las ventajas del socialismo ya logradas y –al mismo tiempo- diera acceso a la sociedad del consumo presente en la propaganda del capitalismo desarrollado.

La dramática emergencia y visualización de los problemas de la sociedad en los últimos años de la Unión Soviética, en medio de un programa de transformaciones que decía defender las ideas del socialismo, pero realmente las cuestionaba a cada paso, todo ello en medio del bombardeo cultural de Occidente, que había sembrado en la mente de muchos el modelo de vida de un capitalismo idílico y ficticio, acabaron destruyendo la obra, ciertamente imperfecta, pero que cambió la suerte de millones de seres humanos y a la que consagraron su vida los mejores hijos de la patria de Lenin.

La experiencia de la URSS y los logros alcanzados durante más de 70 años de duro bregar sembraron la esperanza cierta de un mundo mejor para las clases oprimidas en todo el mundo. No se podrá borrar de la historia –como se ha pretendido por muchos críticos del socialismo soviético-, cómo ese estado multinacional alcanzó notables avances en la salud y la seguridad social, en tanto que se brindaba masivamente educación gratuita, que fue la base de grandes proezas científicas. En la vida cotidiana a la población se le aseguró la alimentación, la vivienda, el vestuario y la práctica del deporte y el desarrollo cultural, en niveles ciertamente modestos, pero iguales para todos los ciudadanos, que –además- fueron solidarios con otros pueblos y dejaron una huella indeleble de agradecimiento en millones de seres humanos.

Hoy cuando ya han pasado 30 años de la desaparición de la URSS, es preciso no olvidar lo que allí se logró, analizando los éxitos junto a los errores, pero sobre todo extrayendo las enseñanzas que de este histórico proceso se derivan y su utilidad para los que hoy seguimos defendiendo las ideas del socialismo en todo el mundo.

[1] Ver de Mijail Gorbachov “La perestroika y la nueva mentalidad para nuestro país y para el mundo entero” Editora Política, La Habana, 1986, paginas 26-27.

[2] Ver de Ariel Dacal “La perestroika jaló la historia” Diciembre 30 de 2021, www.cubayeconomia.blogspot.com

[3] Ver de José Luis Rodríguez “La perestroika en la economía soviética 1985-1991” en S. Glasov et. al. El Libro Blanco. Las reformas neoliberales en Rusia (1991-2004) Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 2007 página 40.

[4] Ver de Sofía Hernández et. al. “La perestroika en tres dimensiones: Expediente de un fracaso” Centro de Estudios Europeos, La Habana, 1992, página 32.

Lea también: A 30 años de la desaparición de la Unión Soviética (I)

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José Luis Rodríguez
Asesor del Centro de Investigaciones de la Economía Mundial (CIEM). Fue Ministro de Economía de Cuba.

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